Poetas: Carlos Garrido Chalén y César Calvo Soriano
SEÑALES COMO PALABRAS
Por César Calvo
Quien aborde el libro “Confesiones de un árbol”, debe estar preparado para viajar de memoria hacia sí mismo, desde distintos tiempos a la vez, inmediatamente después de mis palabras.
Porque este poemario de Carlos Garrido Chalén, además de conmovernos con los enigmas propios de un talento genuino, tras de las apariencias y maneras directas de sus versos ofrece una lectura imprevisible a través de la cual podemos encontrarnos (entre otras creaciones del autor) con la Historia. Con la secuencia histórica de nuestra fundación en estas tierras.
Hace cincuenta mil años, hasta donde alcanza mi memoria, los asiáticos originarios de la Amazonía nos vimos llegar por primera vez desde el Norte del Frío.
“Cuando cumpla mil años me iré a vivir al mar…
Y como he sido un árbol viviré entre corales
para seguir las huellas que dejan las barcazas”
Y por el mar hemos continuado llegando en gigantescos juncos hasta hace dos mil años. Ha poco se encontraron, en las aguas costeras de California, las anclas de granito de esos juncos. El Carbono 14 confirma que las naves vinieron desde China dos mil cien años antes que Cristóbal Colón; cuando nosotros no éramos nosotros, sino nuestros ancestros arawaks y habitábamos precisamente en ese aquí e antaño llamado California. Si los expedicionarios inicialmente guiados por Hsu Fu no llegaron a fundarnos como arawaks, sin duda cohabitaron nuestro segundo nacimiento.
“Yo estuve allí. En su centro. Con mis sueños
de disidente y agorero
y compartí su cielo cruzado por las flechas
de los pieles rojas vehementes”.
Cuando de California navegamos al Sur, no muy al Sur, constatamos que decenas de juncos semejantes a los nuestros ya nos habían precedido entre los recodos de México y Cuahotéhmocia en donde no éramos arawak sino quiché.
“Y como me empeño en recordar mi nacimiento…
salgo por allí a reproducir mis gritos de gitano
y juego a la ronda con niños que nunca conocí
pero que me aman.
Y hablo idiomas diferentes al pie de la ternura.”
En idioma quiché fue que escribimos, en esos lares que hoy son Guatemala, el libro de los libros más antiguo de esta humanidad – nombrado Popol Vuh – antes que decidiésemos viajar al fin del sur, mucho antes que los conquistadores europeos nos convirtieran de nuevo en analfabetos.
“Pero esta ebriedad la gozo cuando retorna los barcos
a los puertos
Y la disfruto mirando de reojo como regresan al mar
las olas sublevadas.”
“Y sigo al pie de la ventisca
hablando en una lengua quizás desconocida
para el bosque.”
Sabemos bien, con Don Luis E. Valcárcel, que entre los ríos Orinoco y Amazonas está la base común sudamericana formada por los grupos arawaks y quicé. Los maya – quiché, que desembarcaron en el Norte peruano, sembrarían sus voces genitoras en la lengua de yungas y mochicas que se emparejaría con la Wari y cuyos nietos directos son los idiomas quechua y aymara de nuestros días”.
“Sentía que la nuestra era la voz que heredaron
los yungas de la piedra
cruzando el firmamento…”
“Confiaba en la cautela de los juncos
enamorando al viento que llegaba..”
Los arawaks eligieron dos rutas caminadas, que – con las navegadas por los maya – quiché - configurarían la pareja plural de la cual somos hijos en el tiempo; aquellos hitos nómades que prosiguen demarcando la poligenie de nuestra identidad. No es casual que el autor sea Garrido y, además Chalén, y tampoco es casual que haya nacido en Tumbes. Tumbes y Suyang (que hoy es Sullana) estarían entre las primeras estaciones de nuestros antepasados maya – quiché.
“Yo no descubrí la pólvora
ni tampoco la rueda..
Pero nadie seguramente se opondrá
a que en compensación intente descubrir a la alegría”
En ese instante de la actualidad, cuando, hipnotizados por el vértigo tecnológico, no distinguimos ya entre escritura creadora y escritura impresa, mejor dicho: entre el acto de escribir un libro y el hecho de tenerlo impreso; cuando advertimos la solvencia de otros quehaceres e instancias inconscientes que coadyuvan, tal como la escritura, a la realización permanente que todo libro implica, la poesía de Garrido Chalén nos viene a recordar que un libro es un proceso, un sobre determinado proceso de creación – producción, y que su simultaneidad comienza mucho antes de ser concebido y vuelve a comenzar, interminablemente, cada vez que es leído.
Y nos viene a recordar que los humanos, antes que hijos de madre, somos hijos de su memoria. Nacemos ya amamantados por la memoria materna (y hablar de una memoria prenatal es hablar de memoria sin frontera de espacios en el tiempo). Antes de ser memoria, la nuestra ya tenía el designio de sus predecesores, pues los orígenes individuales no son diferenciables para la memoria del origen, cuya misión renace como pre nacimiento de memoria en memoria. Ya que cada memoria se confronta, En si misma, con la primera memoria original.
Y viene a recordarnos, también, que “habla”, “fabla” y “fábula” poseen idéntica raíz, pues habitamos un mundo nombrado con metáforas, un mundo que siempre será más mítico de lo que imaginamos.
Y viene finalmente a recordarnos que un libro, en verdad, se hace. Las palabras son fines en sí mismas, independientemente de quien las emplea, y desde lo inconsciente nos asignan sus propios discursos afectivos y memorias ilímites. Así también el libro se rebasa dentro de las temáticas conscientes de su autor y lo hace en el espacio terrenal de lo mítico, allí donde las metáforas perpetúan los instantes de un mundo amenazado por la impostura y distorsiones de la literalidad.
CONFESIONES DE UN ÁRBOL
Antes de ser un hombre
yo he sido un árbol bueno
sobre cuyas ramas creció por temporadas
la tarde con sus sombras.
En aquel entonces tenía mis propios tallos
y mis propias raíces
y servia de parque a los jilgueros.
Y no me molestaba cuando los enamorados
encorazonaban mi corteza
para cruzar con flechas sus sueños
en los míos.
Era un árbol firme
y nada me importaba más que ver mis frutos
venciendo el hambre de los niños;
No recogía uvas de los espinos
ni higos de los abrojos.
Tenía un alma vegetal infinitamente sensitiva.
Y eso lo sabían los grillos que orquestaban
mis fiestas coloquiales.
Era yo árbol para todos. Tronco vegetal
callado y majestuoso.
Pero sobre mi savia crecieron
mis viejas ilusiones
y mis iras.
Y me elevé al infinito irrigado por el llanto
del mismo firmamento,
y resistí estoico las ingratitudes
del clima
y sus tertulias.
Era yo un árbol con ganas de ser árbol!
Mi idioma era el idioma
que hablaban en secreto
los geranios
Y yo era para ellos como un hermano grande
rodeado de eucaliptos y gardenias.
No me van a creer pero yo,
antes de convertirme en caminante
siendo un árbol silente y majestuoso,
tenía el corazón de un ser humano.
Carlos Garrido, César Calvo y César Miró
LA DESPEDIDA
POEMA CANCIÓN - CÉSAR CALVO SORIANO
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