SARTRE Y LOS PÁJAROS DE SU INFANCIA TRISTE
Por Ángel Gavidia Ruiz
Sartre tuvo una infancia triste. Su padre murió cuando él
aún no cumplía un año. Se crió en la casa del abuelo. La madre lo tenía
llenos de bucles que le daban un aire afeminado. Pero su abuelo, que
discrepaba abiertamente de la crianza materna, un día lo llevó al
peluquero. Recién allí tuvo conciencia de su fealdad física. Y el
pequeño príncipe fue devuelto a casa con una cara de sapo. Algo de eso
dice en su libro Las palabras. Pero hay también en él un párrafo que habla de su temprano contacto con los libros. Párrafo que conmueve
y convoca una complicidad sin atenuantes. Dice: "Nunca he arañado la
tierra ni buscado nidos, no he hecho herbarios ni tirado piedras a los
pájaros. Pero los libros fueron mis pájaros y mis nidos, mis animales
domésticos, mi establo y mi campo; la biblioteca era el mundo atrapado
en un espejo; tenía el espesor infinito, la variedad, la
imprevisibilidad". Quizá de esa soledad llena de trinos vino su conflicto con "el otro". El infierno son los otros, dijo. Quizás. Pero
también vino el hombre libre, tanto hasta negarse a recibir el Premio
Nobel. Ese fue Sartre. Por más aclaración, un miembro de la especie
humana, solo que tan libre que no permitió que un premio nobel
hipotecara su estrepitosa (su estupenda) libertad.
Ángel
Gavidia Jean-Paul Sartre