Danilo Sánchez Lihón
1. Lanzo
un gemido
Por la ventana del salón de clases, veo que doña
Hermelinda, la señora que nos ayuda en nuestra casa, entra corriendo y cruza el
patio sin sombrero y sin rebozo.
Llama a mi padre a quien le dice algo que lo hace
salir apurado dejando solos a sus alumnos, hecho que nunca sucede,
desapareciendo por el portón de la escuela.
Los alcanzo en la primera esquina, preguntando
desesperado con los ojos qué ocurre.
– Tu hermanita ya se muere. –Dice ella.
Siento que un cuchillo corta el aliento de mi pecho y
lanzo un gemido que hace que mi padre enérgico voltee.
– ¡Cállese! ¡En la calle no se llora!
2. Un lago negro
y turbio
Ahogándome corro tras sus grandes pasos en dirección a
la casa.
Cuando llegamos mi madre solloza en el cuarto:
– Ya volteó sus ojitos. ¡Se muere mi hijita! –Clama
hundiendo su cabeza en el cuerpo inerte de mi hermanita.
Papá se arrodilla para abrazarlas a ambas
– ¡Sálvala. Dios mío! –Grita mamá, hundiendo su cabeza
en el hombro de papá.
Y luego se desahoga a gritos entre los brazos de mi
padre, con la bebita sostenida entre ambos.
– ¿Pero aún respira? –Pregunta él nervioso y
angustiado.
– ¡Creo que aún! –Responde, como si estuviera
ahogándose envuelta entre las aguas devastadoras de un lago negro y turbio.
– ¡Corre y llama a tu tía Zarela! –Me ordena él.
3. Sólo un milagro
hará que viva
Cayéndome y levantándome corro las cinco cuadras hasta
llegar a la casona donde vive junto con mi abuela.
Siento que la tierra pasa bajo mis pies como si
volara.
– ¡Tía, corre! ¡Se muere mi hermanita! –Grito.
Arrastrando su chal y jadeando llega conmigo hasta la
casa y luego entramos al cuarto donde mi madre tiene a mi hermana todavía en
sus brazos.
La descubre. La toma el pulso y acerca su rostro para
oír su respiración.
– ¡Aún vive! –Dice.
Mis hermanos pequeños miran asustados desde un rincón,
con las lágrimas perladas en sus ojos.
– Pero tu hija está prácticamente muerta, Danilo. Sólo
un milagro hará que viva.
– Sálvala, Zarela–. Suplica con un gimoteo mi padre.
– Siempre te has negado a dármela, sin que te apene
verme sola.
– Por favor, sálvala.
4. ¡Abran
las puertas!
– ¿A quién crees que le dejaría toda mi herencia?
– ¡Sálvala, te ruego!
– Si la curo y si vive la chiquilla será mía, pues
Dios la pone en mis manos.
– Por favor, sánala–. Le sigue implorando mi padre.
– Esta medicina recién ha llegado a la botica. Se
llama Estreptopén. La pondré para bien o mal. Es lo único que podemos hacer
para intentar que viva.
Se persigna y nosotros también.
Corro por la botella de ron para desinfectar la
hipodérmica donde lava la jeringa, introduce la aguja en el pomo y mezcla el
polvo blanco. Las manos por primera vez le tiemblan.
Mi mamá acomoda en sus rodillas a Sofía, baja sus
ropitas y deja la nalga descubierta. Cuando la pinchan ni siquiera llora
nuestra hermanita.
– ¡Ya no siente nada! –Comenta mi tía.
5. Alborotando
la casa
La vuelven a arropar y su cabecita queda tirada hacia
atrás, como si ya no viviera.
– ¡Abran las puertas! Ustedes hijitos vayan para
afuera. ¡Pobrecitos, miren cómo están llorando asustados!
Salimos al corredor y juntando nuestras manos rogamos
a Dios que salve a nuestra pequeña.
Para ello renunciamos a todos nuestros juegos y
tesoros; juntando papeles de celofán, espadas de palo, chapas de botellas.
Y entre todos mis hermanos lo vamos a dejar con pasos
lentos en la repisa al pie de la imagen de la Virgen de la Puerta que tenemos
colgada en el dormitorio.
Sale mi padre y me pide que acompañe a mi tía hasta su
casa.
Es una casona que tiene un portón enorme con
corredores de altos pilares, que se prolongan en tres patios inmensos.
6. De arriba
para abajo
En uno florecen las orquídeas con flores blancas y
coposas. En otro aroman geranios y alhelíes.
En otro los pilares sostienen macetas de ruda y
azucenas, pero que nadie aprecia pues mis tías Zarela y Betty viven solas con
mi abuela.
– ¡Se ha quedado dormida y ya respira un poquito
tranquila! –Dice mi madre ilusionada al verme llegar sudoroso.
En su rostro titila una leve pero recóndita esperanza.
Por la tarde baja la fiebre.
Al otro día mi hermanita abre sus ojitos y pide
mamadera, succionándola con los labios resecos y moviendo los pocitos de sus
mejillas.
La casa se torna otra vez alegre.
Pronto Sofía está corriendo feliz, y alborotando la
casa de arriba para abajo.
7. ¡Y será
una reina!
A los pocos días, mi tía Zarela aparece elegantemente
vestida.
Ella es dueña de muchas haciendas, tiene graneros
repletos, caballos y acémilas. Varias sirvientas atienden su casa, pero no
tiene hijos.
– Ya saben... –Expresa después de servirse el café–.
He venido a llevarme a mi hijita.
Miro a mi padre esperando el «¡No!» rotundo que
siempre le ha dado hasta ahora cada vez que pretende llevarse a uno de
nosotros.
– Bueno... –Tose nervioso–. ¡Dios te la ha dado!
Mi tía emocionada hunde su cabeza en el cuello de mi
hermanita a quien la tiene alzada en su falda, diciendo:
– ¡Por fin tendré una hija totalmente mía! ¡Y será una
reina! ¡Ya verán la joya preciosa en que va a convertirse!
Mi madre mira enternecida hasta las lágrimas.
8. Me escucho
decir
Y como la llenan de caramelos, Sofía hasta se despide
de nosotros diciéndonos adiós con la manita.
– ¡Pobre mi hermana! –Se conduele mi madre.
– ¿Por qué? –Indago.
– ¡No tiene a quién dedicar su cariño! ¡Le va a hacer
mucho bien tener una hija que también es de su sangre!
Mi papá tiene la mirada perdida.
Más tarde mi madre nos llama a la mesa a comer.
Al principio me hago el sordo. Pero pronto me reclama
por mi nombre.
– ¡No quiero comer! –Contesto desde el segundo piso.
– ¿Qué? –Escucho que dice
Pronto sube mi madre sorprendida por la naturaleza y
el tono de mi grito.
Cuando la veo venir me oigo decir:
9. La salvó
de morir
– ¡No te acerques mamá! ¡No quiero que me roces!
– ¿Qué pasa, hijo?
– ¡Nada! ¡No quiero que me hables ni me toques!
Trata de abrazarme pero empiezo a patalear hasta
caerme y quedarme en el suelo.
– ¡Te digo que no quieroooo!
– Llamaré a tu padre. –Dice entonces fastidiada y
severa.
Mi padre demora en venir. Cualquier intervención de él
es muy grave, y que no deja lugar ni a dudas ni a murmuraciones.
– ¿Qué ocurre? –Me dice pausadamente.
– ¿Por qué has permitido que se lleven a mi hermanita?
–Le encaro.
– Tu tía la salvó de morir. Eso tú lo sabes, ¿no es
cierto? –Expresa.
10. Y
estaría bien
– ¡Y eso qué tiene que ver! –Me asombro de escucharme
decir.
– Que es mejor que viva a que esté muerta, ¿no te
parece? –Vacila en decir mi padre.
– No podemos dejar que alguien falte en nuestra casa.
–Le digo queriendo argumentar, pero la voz se me quiebra, y las palabras me
salen pero ya casi llorando.
– Bueno, ¡es un compromiso!
– ¡Será tu compromiso, pero no el de todos nosotros!
Jamás yo he hablado de este modo a mi padre. Yo mismo
me asusto de lo que he dicho.
Se lleva mi padre la mano a la correa. La jala con
fuerza, de un tirón, y empieza a enrollarla en torno a su mano, a fin de
sujetarla bien.
Yo me encojo a recibir la peor cueriza de mi vida. Y
estaría bien, pues nunca le he cuestionado de ese modo, ni menos atrevido a
responderle nunca a mi padre.
11. Y
encogido
Como tardan en llegar los azotes alzo los ojos y lo
veo completamente abatido.
Y antes que diga nada voltea y luego sus pasos
resuenan bajando la escalera.
Mis hermanos que han estado detrás de la puerta se
acercan.
Y silenciosamente se sientan junto a mí, pegando sus
cuerpos al mío compungidos y solidarios pero sin decirme nada.
– ¡Hijito, vamos a comer! –Suplica mi madre–. ¡Te
ruego!
– ¡No podré comer, mamá! –Arguyo, pausado, como si
todo fuera sombra en mi alma y sintiéndome extraño–. Déjame estar sólo. ¡Te
pido por favor!
Cuando cierro la puerta siento que las lágrimas me
bajan hirviendo y empapan mi pecho.
Pronto las luces de la noche se hacen densas y
encogido sobre mis propios brazos me quedo dormido.
12. Por las calles
empedradas
Al otro día me alisto para ir al colegio, tomo
desayuno y me voy a clases. A mitad de la mañana el profesor se acerca y me
dice:
– ¿Qué te ocurre? ¿Estás enfermo? Te estoy llamando y
no contestas.
Y es que estaba pensando pero sólo en mi hermanita. La
veía como una de mis tías ricas, soberbia y lejos de las enseñanzas y el
ejemplo de mis padres.
En el recreo burlo la vigilancia de la puerta y salgo
corriendo rumbo a la casa de mi abuela.
Su empleada tiene a Sofía sobre una hermosa alfombra
multicolor, rodeada de lindos juguetes en el corredor del primer patio.
Entro, la cojo a mi hermana y escapo con ella por las
calles empedradas.
Corro de un solo tirón las cinco cuadras que distan,
bordeando el pueblo para no pasar por las calles céntricas donde están las
tiendas de comercio.
13. Otra vez
se la llevan
Llego acezante, entro por el portón, abro la puerta
interior y la dejo en su cama adonde le saco todas mis cosas con que a ella le
gusta jugar.
Con mis hermanos menores tratamos de esconderla para
que no se la lleven, pero pronto escuchamos golpes en la puerta de la calle.
Es la muchacha que suplica que le devuelvan a la niña,
de lo contrario a ella la molerán a palos.
– ¿Qué niña? –Pregunta sorprendida mi madre.
– La niña Sofía que me la ha robado su hermano.
– ¡Fredy! ¿Has traído a tu hermana?–. Indaga,
golpeando la puerta del cuarto.
Sofía al escuchar su voz se pone a llorar y le tiende
las manitas para que ella la alce.
Y así llorando otra vez se la llevan.
14. Contra
su pecho
Han pasado diez días durante los cuales mi hermana ya
no duerme en la casa.
Yo he arreglado un maletín con la ropa más necesaria y
he hablado con el ayudante de un camión para que me lleve hasta Trujillo.
Y después desaparecer por algún puerto. Pienso subir a
un barco, esconderme y recién salir cuando llegue a un país distante.
Para que allí nadie jamás pudiera encontrarme. Y ni
siquiera nunca yo poder hallar alguna vez el camino de regreso.
He decidido irme para siempre de mi casa. Sufro
pensando cómo salen a buscarme, arrepintiéndose de lo que han hecho. Pero ya
estaría muy lejos y nunca más me volverían a ver.
Me parte el corazón dejar a mis hermanos pequeños y
también a mis padres.
Una noche me despierto hipando y ahogándome en
sollozos y mi madre con sus manos en mi frente, rociándome agua de azahar, calmándome
y abrazándome contra su pecho.
15. Y
caigo
El día que tengo planeado irme intento por última vez
rescatar a mi hermana. Sé que la tienen muy resguardada, pero desde temprano
estoy merodeando la casa de mi abuela y tías.
Escondiéndome porque ya tienen aviso que yo puedo
robarla.
Felizmente conozco bien las puertas y los corredores.
Entro por la ventana al cuarto que han preparado para
ella. Es muy temprano y aún está dormida.
La alzo en mis brazos y echo e correr, pero al salir
resbalo en la grada de la puerta y caigo.
Se me revientan las rodillas y me sangran los codos.
Rengueando puedo llegar hasta mi casa. Entro por la
puerta del zaguán directo hasta mi cuarto.
16. Para
siempre
Extraigo para mi hermana todo lo que he juntado
durante estos días: docenas de caramelos, bolitas, cajas de todos los colores.
Y aquí está conmigo, feliz y contenta.
El resto de mis hermanos duermen.
Pero detrás vienen esta vez mis tías. Oigo que hablan
con mi madre. Escucho voces alteradas. Después siento que llega mi padre.
Cierro la puerta porque no quiero ya escuchar nada. Mi
hermana juega feliz conmigo. Cuando los siento venir la beso en la mejilla y la
abrazo, despidiéndome de ella para siempre.
Cuando entra mi madre un nudo atroz tengo en la
garganta de no poderle decir de una vez:
– ¡Adiós, mamá! ¡Ya me voy, para siempre!
17. Al quedarme
solo
Creo que no resistiré de gritarle que ya me voy,
definitivamente. ¡Que nunca más nos volveremos a ver!
Al miramos baja mi madre sus ojos enrojecidos.
– ¡Qué te ha pasado! –Exclama–. ¡Estás sangrando!
– ¡No es nada! –Respondo, ya sin siquiera mirarla.
Quiere acercarse y con un grito no dejo que ni
siquiera se aproxime.
Alza a Sofía y sale con su rostro conturbado por la
pena.
Al quedarme solo envuelvo lo último que he dejado por
recoger: la fotografía de mi familia feliz, cuando todos éramos completos:
Mis papás y todos sus hijos juntos, yo al lado de mi
hermano mayor, quien estudia en Trujillo. Y delante en la primera fila mis
hermanos pequeños.
18. Con voz
quebrada
La pongo en el maletín que descuelgo con una cuerda
por la ventana hasta unos maceteros en la parte posterior de la casa por donde
voy a escaparme.
Adentro escucho que mi madre es quien esta vez habla,
muy enérgica y airada en su voz, con mi tía Zarela.
Busco la forma de salir sin ser visto, pero siento los
pasos de mi padre que sube.
Avanza y luego se detiene alarmado por la sangre que ha
empapado mi pantalón y camisa.
Sus ojos, que espero que estén furibundos, amargos y
duros, están más bien húmedos y enrojecidos.
Avanza, abrazándome y hasta alzándome en sus brazos:
– ¡Hijo mío! –Habla con voz quebrada–. Tu hermana se
quedará con nosotros en la casa.
19. de dicha
o de pena
– ¡Papá! –No sé si grito, gimo o musito. Siento eso sí
que mi voz termina en un llanto atroz, amargo e incontenible.
– Gracias hijo por haberla devuelto a casa.
Yo siento que mi corazón ya endurecido hasta ese
momento va a estallar. Siento que me voy a morir.
– Te prometo que siempre seremos todos unidos. Todos
tus hermanos juntos, sin que nadie falte como tú lo has querido.
Lo aprieto lo más fuerte que puedo. Y siento que su
rostro se inclina, y suelta un gemido,
buscando refugio y consuelo en mi cuello.
Yo no puedo contener ya mis lágrimas que borbotan. Y
ahí estoy y me quedo sollozando, abrazado a él, hasta quedarme dormido, no sé
si de dicha o de pena, en sus brazos.
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