FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
TIERRA
DE
SERENATAS
Danilo Sánchez Lihón
1. La tenue
luz del alba
Huamanga es tierra de serenatas. Y la serenata es
canción que se eleva hacia lo alto para una amada pero al final se da a pesar
de ella, entonces se dirige a las estrellas.
Es cierto, en principio es hacia ella y para ella,
pero que se expande al final más allá de todo, principalmente a nuestros
corazones.
Quizá después no sea tan visible ni evidente esta
emoción y ¡es posible que la realidad hasta atente contra ella! ¡Tal vez hasta
la niegue o la deplore! Y hasta se duda al otro día si se dio o ha existido.
Quizá en el mundo de la superficie no quepa ni siquiera como rastro, invocación
o huella.
Y es que no está en la superficie de los días. No
queda rastro de ella sobre las piedras, ni en el estucado de las paredes ni en
los muros, ni en el borde difuso de los aleros. Ha devenido como hálito que se
dio en las calles.
Las personas hacen otras cosas por las madrugadas
antes que intentar recoger sus rastros en el suelo: Cargan agua, barren las
aceras, portan objetos atravesando las calles e introduciéndose por las
puertas. Quizá por eso se da en las noches, a oscuras y en secreto. Quizá,
incluso, lo disuelva la tenue luz del alba.
2. Entre dos
eternidades
Indudablemente, nada que ver, con la vida práctica que
la desconoce, la distancia y arroja a la nada. Pero vale en este instante y
vórtice en que los hombres cantan, en que el alma agoniza entre sus puñales
afilados.
La serenata vale en el instante en que el sentimiento
lo ilumina o es iluminado por ella. Vale cuando hincha u oprime el pecho. Vale
cuando el corazón sangra atravesado por una lanza y mil flechas.
La serenata vale en el instante en que se la dice,
como la vida que es herida entre dos eternidades:
Ama pues a
quien te adora
olvida el
triste pasado
que en mi
pecho has levantado
pasión avasalladora.
Tú también
amaste un día
y me da pena
el decirlo
tú
arrastraste las cadenas
yo arrastro melancolía.
Quiero dejar
de existir
en este mundo
de martirio
basta ya
tanta amargura
yo bajaré a la sepultura.
3. Allí
y para siempre
Las serenatas son efímeras y fugaces. En ellas la voz
se eleva y el espíritu se sumerge a lo hondo de la vida y de la muerte.
Es un rapto. Es un hechizo de un tiempo y espacio
mágicos. Hasta el frío se enardece cuando lo roza el amor que vibra en la noche
silente y helada.
Son sus testigos la sombra, lo oculto, la brisa que
pasa.
Para lo cotidiano no existen, permanecen para la
eternidad inmersa en el momento en que se la canta.
En ningún otro momento lo sublime alcanza a ser flor
en nuestras manos y en nuestros pechos.
¡Ah! ¡Y cómo las paredes y los techos se han cimbrado
y torcido tanto por sus quejidos! Y se han resbalado las tejas y se han abierto
grietas, rajaduras y goteras.
¿Cuántos no hemos padecido delante de una puerta o
tenido yerta el alma atribulada en una esquina?
Allí y para siempre quedará posada el alma hasta el
día en que muramos.
4. Amor
que quitas la vida
¿Cuántos no hemos dedicado una queja a la amada en
estas calles? A ese ser sublime al cual por el prodigio de amarla no se puede
ya ni siquiera hablar cuando camina envuelta en su rebozo de niña que enmarca
su rostro pálido.
Y mucho menos aún nombrarla entre quienes nos aprecian
pero que están lejos o al borde de su grito o su silencio. ¿Quién repetiría su
nombre sin sentir que lo profana y comete un sacrilegio?
¡Sólo cabe llevarla para siempre y eternamente
callados por los caminos de la vida y sin que ella ya jamás se dé cuenta!
Amor,
amor que
quitas la vida;
ladrón,
ladrón que
robas el sueño.
Que no hay
amor
más constante
ayayay
que no hay
más constante
cuál es él
cuál es el amor primero.
5. Damos
la vida
La vida
se ha de
acabar
la vida se ha
de acabar
la vida se ha
de acabar
y yo te sigo queriendo...
El peso de lo trascendente ocurre también cuando todos
regresan enmudecidos después de una serenata.
Y se siente, sin razón aparente, el vacío y el
desconsuelo. Por ser precisamente la hora muy llena y repleta de secretos. Por
ser muy basto el significado de todo lo que acontece y se presiente.
Porque ¿qué produce entonces este estado del alma?
¿Por qué vamos como si estuviéramos derrotados o hubiéramos sucumbido en un
sismo o un terremoto?
Nunca volvemos jubilosos ni dicharacheros ni
contentos. Quizá sea porque la serenata es algo en donde no se alcanza nada,
salvo el sentimiento, hecho jirones en el lamento.
Para siempre en la queja por lo que no se tiene. Por
lo menos que no se tiene en ese instante, y que sin embargo damos la vida por
ello.
6. Duele
tanto
La serenata siempre pretende lo imposible, como tratar
de adueñarnos de una estrella. Por eso se la dice bajo la eternidad del cielo
ilimitado.
Duele tanto porque es amor que se ha tenido, ya se
esfumó o se ha perdido. Y se tiene pero se derrama en la nada.
Desde tu
separación
la tristeza
no me deja
la tristeza no me deja.
Olvidarte yo
quisiera
pero el
corazón se queja
pero el corazón se queja.
Siempre vivo
padeciendo
preso de
melancolía
preso de melancolía.
Ella llorando
me decía
que nunca me
olvidaría
que nunca me olvidaría.
Es la queja que se dice hacia lo alto y al fondo del
firmamento. Y, frecuentemente, al vacío. O peor aún, a la indiferencia. Porque,
¿quién está seguro de que la persona a quien se la dedica la está escuchando o
la haya escuchado? Por eso, de regreso todos van callados, cabizbajos y
ensombrecidos.
7. Flor
herida
De allí que cuando se vuelve después de haberla
consumado, con el corazón estremecido y la mano tendida hacia lo ignoto, nadie
hable y nadie esté contento.
Porque uno duerme inocente, sin sospechar que al
despertarse en las noches hondas ha de escucharla. Y al amanecer ha de sentirse
flotando en la calidez de su aroma.
Con las alas abiertas o plegadas en una caída sin
retorno hacia el abismo que es el destino. Porque serenata quizá sea decir
hacia lo alto, en lo oscuro del mundo y de pie en una atalaya lo solos e
incompletos que somos en el mundo.
Por eso, todos de alguna forma estamos heridos por
ellas y las llevamos en el fondo del alma estremecida:
¿Quién al
fuego ha visto helarse
y a la ceniza
escarcharse?
¿Quién ha
visto a dos amantes
sin motivos
separarse?
¿Quién ha
visto al ruiseñor
prisionero en
su jaula
cantar su
prisión alegre
cuando libertad le falta?
Serenata en Huamanga, flor herida entre dos
eternidades.
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