Danilo Sánchez Lihón
1. Verano,
ya me voy
César Vallejo luego de dispararse una bala en la sien,
que felizmente no detonó, tuvo luego un rapto de exultación, como si hubiera
vuelto a nacer. Tenía 25 años y era un ser audaz y apasionado.
Su decisión inmediata, ante sus amigos del Grupo Norte
de Trujillo, entre los cuales estaba presente Antenor Orrego, quien refiere
estos acontecimientos.
Como también lo refieren otros amigos allí presentes
que también han dado testimonio de estos hechos, fue expresar aún bajo la
conmoción de lo sucedido:
– ¡Entonces, me voy! ¡Definitivamente, me voy!
Y al siguiente día se embarcaba en el en el vapor
Ucayali en el puerto de Salaverry, rumbo a Lima.
Este viaje lo hacía de manera tajante, inopinada y
abrupta; sin dinero, sin propósito alguno y sin contactos que pudieran
auxiliarlo, tal y como lo hizo y acostumbró hacerlo siempre y en muchos casos y
momentos de su vida.
Era el 27 de diciembre del año 1917. Antes de partir
escribió:
2. Muere
una rosa
Verano, ya me
voy. Y me dan pena
las manitas
sumisas de tus tardes.
Llegas
devotamente; llegas viejo;
y ya no encontrarás en mi alma a nadie.
Verano! y
pasarás por mis balcones
con gran
rosario de amatistas y oros,
como un
obispo triste que llegara
de lejos a
buscar y bendecir
los rotos aros de unos muertos novios.
Verano, ya me
voy. Allá, en setiembre
tengo una
rosa que te encargo mucho;
la regarás de
agua bendita todos
los días de pecado y de sepulcro.
Si a fuerza
de llorar el mausoleo,
con luz de fe
su mármol aletea,
levanta en
alto tu responso, y pide
a Dios que
siga para siempre muerta.
Todo ha de
ser ya tarde;
y tú no encontrarás en mi alma a nadie.
Ya no llores,
Verano! En aquel surco
muere una rosa que renace mucho...
3. Siento
a Dios
De este modo se despedía de Zoila Rosa Cuadra quien
motivara el intento fallido de suicidio. Lo dice en el poema, cuando menciona:
En aquel surco muere una rosa…
Ya en el barco que lo conducía, y que duró cuatro días
en la travesía de Trujillo a Lima, del 27 al 30 de diciembre, de pie y en la
borda escribe el poema Dios, donde dice:
Siento a Dios
que camina
tan en mí,
con la tarde y con el mar.
Con él nos
vamos juntos. Anochece.
Con él anochecemos, Orfandad...
Pero yo
siento a Dios. Y hasta parece
que él me
dicta no sé qué buen color.
Como un
hospitalario, es bueno y triste;
mustia un
dulce desdén de enamorado:
debe dolerle mucho el corazón.
Oh, Dios mío,
recién a ti me llego
hoy que amo
tanto en esta tarde; hoy
que en la
falsa balanza de unos senos,
mido y lloro una frágil Creación.
4.
La chispa
divina
Y tú, cuál
llorarás..., tú, enamorado
de tanto enorme seno girador...
Yo te
consagro Dios, porque amas tanto;
porque jamás
sonríes; porque siempre .
debe dolerte mucho el corazón.
Ya en Lima
conoce personalmente a Abraham Valdelomar, quien era el intelectual dominante
de la época, el más vigente y celebrado; y quien marcaba el gusto estético y
literario de ese momento. ¿Cómo fue este encuentro? Antes se contaba una
anécdota que después ha desaparecido de toda boca, y que no consta en ningún
escrito.
Ya no se escucha decir aquella versión en ninguna
parte. Y ello posiblemente porque se sabe mejor cual fue el trato que le
prodigó Abraham Valdelomar a César Vallejo, aprecio que rayó en una admiración
total y sin límites, hasta ser suprema. Y que la dejó escrita, y en donde le
dice:
Hermano en el dolor y en la Belleza, hermano en Dios:
hay en tu espíritu la chispa divina de los elegidos… podrán los hombres no
creer en ti; serán capaces de no arrodillarse a tu paso los esclavos; pero, sin
embargo, tu espíritu, donde anida la chispa de Dios, será inmortal, fecundará
otras almas y vivirá radiante en la gloria, por los siglos de los siglos. Amén.
5. Personaje
sobresaliente
Aquella versión que circulaba antes, seguramente
porque la figura de Abraham Valdelomar tenía en ese entonces tanto o más peso
y reconocimiento que la de César
Vallejo, contaba dicha historia que Vallejo acercándose a donde él estaba le
dijo titubeante:
–Vengo de Trujillo trayéndole el saludo de toda la
intelectualidad joven del norte del Perú.
Y Valdelomar entonces displicente, extendiéndole la
mano le respondió:
–Vaya usted y cuente a sus amigos de Trujillo que ha
besado la mano del Conde de Lemos. –Que era la manera como él se hacía llamar.
Pero ahora se
sabe que el encuentro que entre ambos se produjo no fue así.
Lo cierto es que Víctor Raúl Haya de la Torre, con
quien César Vallejo compartió días de amistad y compañerismo en las aulas de la
Universidad de Trujillo, fue quien le instó a visitar a Abraham Valdelomar,
personaje sobresaliente e intelectualmente el más descollante del Perú de ese
momento, quien dirigía además la revista Mundo Limeño.
6. Estupefacto
de admiración
Se dice que el mismo Haya de la Torre pasó a máquina
los poemas de Vallejo para que éste los presentara ante la figura del arte más
relumbrante de esos días, quien al echarle un vistazo a los poemas que Vallejo
le extendió se quedó mudo, vibrante de asombro, estupefacto de admiración.
No se movía ni emitía gesto alguno; se había quedado
anonadado. Le pidió, eso sí, que no se vaya, que lo espere un instante, que
quería conversar con él.
Y dejó todo para salir a la calle a caminar junto a
él, preguntándole de dónde era, cuáles eran sus lecturas y sus planes, cómo era
su vida, qué pensaba de esto y aquello, de lo propio como de lo ajeno.
Le preguntó, lógicamente, cómo había hecho la proeza
de escribir los poemas que escribió solo leyendo a clásicos, románticos y
modernistas. Y lo invitó a colaborar en la revista Mundo Limeño en donde
apareció publicado el poema Los heraldos negros.
Abraham
Valdelomar había regresado hacía cinco años de Europa, donde vivió un buen
tiempo en Roma, empapándose de arte, ideas y llenándose de mundo. Se había
interesado por todas las nuevas corrientes artísticas, tan febriles de aquella
época en Europa.
7. El genio
de la tierra
Pasearon por las calles coloniales de la Lima vieja.
Se acercaron a los parajes de la Plaza San Martín, que recién se construía para
conmemorar el centenario de la independencia del Perú.
Avanzaron por la avenida Colmena que recién se
diseñaba hasta la avenida Tacna. Incursionaron por Barrios Altos en donde César
Vallejo tenía su pensión, en la calle Acequia Alta.
Con César Vallejo Abraham Valdelomar era sincero,
cordial e íntimo. Ante los otros que se acercaban asumía inmediatamente poses
de gran señor, de icono intelectual, de un dandi de la escena social, de un
numen artístico y secular, que reclamaba incienso, gloria y adoración.
Pasaban los extraños y él se preguntaba, pensando en
César Vallejo quien iba silencioso a su lado: cómo es que el genio de la tierra
aflora por boca de alguien.
Y, cómo es que las manos que escriben pueden exorcizar
mundos. Cómo es que la fuerza telúrica de una realidad asombrosa y abismal,
como son los andes, pueden tener sus voceros, atalayas y demiurgos imprevistos
y genuinos.
*****
El texto anterior puede ser
reproducido, publicado y difundido
citando autor y fuente
Teléfonos: 420-3343 y 602-3988
dsanchezlihon@aol.com
danilosanchezlihon@gmail.com
Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar
a:
Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Ediciones Capulí: capulivallejoysutierra@gmail.com
Ediciones Altazor: edicionesaltazo@yahoo.es
*****
CONVOCATORIA