1. Son
talismanes
Además de las casas que habitamos hay otras casas
quizá incluso mucho más estables, fundamentales y decisivas que aquellas
construidas de ladrillo, fierro y cemento. Me refiero a la casa de la palabra.
¡A considerar la palabra como casa, como hogar, como reino
o palacio que debemos conquistar y hacerlo nuestro! ¡Y vivir en él o en ellas!
Me refiero al reino de las palabras, que es maravilloso, pero que debemos
hacerlo casa nuestra. Porque nos merecemos y porque es con el propósito de
fundar un mundo mejor.
Casa del lenguaje en el cual habitamos y él nos habita
de manera mucho más absoluta y radical para el destino de nuestras vidas. Casa
del lenguaje que se construye y proyecta desde la infancia y que nos hace seres
con más acierto o desatino para concretar nuestros anhelos y utopías, casa que
resulta pródiga o mezquina, rica o precaria, luminosa o sombría de acuerdo a
nuestro dominio de la palabra, de su vocabulario y capacidad expresiva; casas
mucho más fantásticas, mucho más ligeras pero también durables. ¡Volátiles y a
la vez eternas!
¡Adustas y a la vez graciosas!, que debemos construir
de manera más estable, conquistarlas y habitar en ella, hacerlas producir,
insuflarle nuestro rostro y nuestra progenie.
2. fiesta
en los parques
Porque las palabras son seres vivos, mucho más para el
niño y el joven. Para el niño cuando la nombra vive el lápiz, la silla y la
mesa que lo sostiene y contra la cual a veces se golpea.
O la cuchara que le da de comer y a veces le quema. Y
a la cual castigamos para que se calme y deje de llorar, ¡y para que aprenda “a
no golpear ni lastimar” a mi niño o niña!
¡Cómo no van a vivir, las palabras que son talismanes!
¡No sólo viven, sino que viven fabulosamente y
fantásticamente, con mucha más presencia y poder que muchas otras cosas!
Las palabras son seres vivos, pero además son seres
mágicos, brujos y encantados, son mundos henchidos y pletóricos.
Con una intensidad de carbones ardientes, o de fuegos
de artificio, o de “tíos vivos” de fiesta en los parques.
3. Cajas
de música
La palabra no sólo es un eslabón que se acopla con
otro de manera infinita e imprevista y, a veces, con elementos simples de la
naturaleza, como un caracol, una ola, o una flor.
La palabra no es únicamente pulpa para masticar o
hueso para roer; es brillo, dilema y fulgor; tiene aristas como recovecos,
rostros diversos como intimidades por donde navegar. Sin hallar jamás un final,
pero también es abierta, tiene orillas por las cuales podemos entrar, oquedades
que devuelven el eco de nuestros pasos y el grito de nuestras bocas.
Las palabras son mundos, planetas, universos; cada una
de ellas tiene accidentes geográficos, llanuras y montañas, lugares plácidos
para meditar y abruptos para resbalar y caer por ellos. Es penoso dejarlas
olvidadas en el desván de las cosas inservibles. Sin acercarnos a ellas,
acariciarlas, jugar con creatividad, cantar junto a ellas, que son verdaderas
cajas de música.
Se tornarán entonces como el arpa polvorienta sin
entonar ha tiempo su melodía o su canto
–sin soñar su destino– enmohecidas en el rincón oscuro. La palabra es un
juguete, una pelota que se pasa, se tira, se recoge, ¡que rebota! A veces se
nos va de las manos, nos hace correr tras ella.
4. Ser
libres
¡Está bien, pero hagámosla nuestra casa!
La palabra es la cometa que uno mira bailar en el
aire, y mientras la miramos pensamos en muchas cosas. ¡Está bien, pero
hagámosla casa! ¡Y casa para compartir!
Donde las palabras sean palomas y vuelen por el cielo
azul, y ánimas que tienen un destino y se van por los caminos, cada una con una
aventura por recorrer. ¡Pero hagámoslas casas y universos, con soles, lunas y
estrellas dentro de una bóveda azul!
“En verano,
con el sol
sale lento el
caracol.
Caracol, col,
col,
saca tus
cachitos
¡y ponlos al sol!”
De eso se trata en la educación. De construir esa
casa, de conquistarla, de hacernos poseedores, habitantes, constructores de esa
casa, por mínima o pequeña que sea; porque en la palabra está el ser del
hombre.
Sumirnos en ellas es ser libres, hacernos seres
humanos cabales y definitivos, porque además las palabras tienen pode
5. Nuestro
destino
Porque todas las palabras son símbolos, es decir
fuerza que evoca, representa y significa realidades concretas distintas a la
sustancia que las conforma. Su naturaleza es muy diferente a aquello que las
compone o estructura. Así, el lenguaje hablado u oral son sonidos, pero lo que
nosotros entendemos son realidades muy diferentes y variadas, compuesta por las
realidades que son elementos que denotan y connotan. Como seres que se rodean
de símbolos, que se envisten, que se dejan habitar y que se consustancian con
ellos debemos tener una percepción muy nítida acerca de las palabras, tenemos
que saber cohabitar con ellas y lograr conducirnos eficazmente en ese mundo
complejo y en ese plano las más de las veces imaginario.
De repente creemos nosotros que habitamos un planeta
como es la tierra, que nos apoyamos sobre ella y que es esta geografía la que
nos sostiene. Y de repente ello no sea totalmente cierto, sino más bien que nos
apoyamos o estamos flotando entre símbolos. Nuestros nombres, por ejemplo, son
símbolos. Y cada realidad que vivimos es una textura, un ecosistema y un mundo
de símbolos. Pues bien, esa es nuestra realidad, esa es nuestra condición y así
estamos hechos. Lo importante es hacer conciencia de ello y luego ver cómo nos
conducimos en esa red o malla que nos envuelve, o en ese bosque de símbolos con
los cuales hemos de construir nuestro destino.
6. Mundos
nuevos
Así, el niño cree que con el lenguaje se hacen las
cosas, y no solo ellas sino el universo entero. Él cree que el cerro, el árbol,
el río son palabras que hacen surgir las realidades, son vocablos los que crean
el mundo; y que si estos se niegan y estropean, se agrandan o se achican, se
enojan o se alegran, perviven o fenecen, el mundo entero se transforma de
acuerdo a ese talante. Porque en verdad la palabra es un receptáculo de
energía, y porque es cierto que es con las palabras que se puede cambiar el
mundo. Por eso las palabras y las cosas deben estar unidas lo más posible, a
fin de que al mover esta dimensión del ser se mueva la otra.
Ahora bien, quien se enamora del lenguaje se enamora
de la verdadera energía de un pueblo, se prenda del alma de ese pueblo, de su
dulzura y de su esencia, donde cada perla auténtica y genuina lo es de nuestro
lenguaje, que se da en vocablos y decires que están empapados de vida, casi
siempre de ternura, de respeto y de candor.
Las palabras, cada una de ellas resultan así amuletos
y abalorios, deslumbramiento y apariciones. De allí que sea cierto concluir que
nuestra verdadera casa es el lenguaje y hasta la patria soñada no sea otra que
el idioma con el cual o nos enredamos o hundimos o con el cual logramos
sobresalir hacia panoramas amplios y extensos de promisión porque son fecundos
y son mundos originarios en donde hemos de fundar mundos nuevos.
*****
El texto anterior puede ser
reproducido, publicado y difundido
citando autor y fuente
Teléfonos: 420-3343 y 602-3988
dsanchezlihon@aol.com
danilosanchezlihon@gmail.com
Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar
a:
Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Ediciones Capulí: capulivallejoysutierra@gmail.com
Ediciones Altazor: edicionesaltazo@yahoo.es
*****
CONVOCATORIA