FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
EN EL PATIO
BAJO EL SOL
DE JUNIO
Danilo Sánchez Lihón
1. Entre bosques
de naranjos
Ya las llamas de fuego chisporrotean en el fogón, que
se alza al borde del patio y al pie del corredor, en el empedrado y a un
costado del pozo porque hoy hemos matado el chancho. Es hora del almuerzo y
comemos en grupos esparcidos en uno y otro lugar de la casa iluminada por el
sol de junio.
Unos sentados en los poyos, otros en las gradas, otros
en las escaleras que suben al segundo piso. Unos bajo el sol y otros en la
sombra. Pero todos en pleno fulgor del mediodía, con los rostros dichosos,
sonrosados y radiantes.
Varios de nosotros alrededor de algunas mesas
improvisadas con manteles que, por el trajín, ya se arrastran por el suelo. Se
ha preparado de entrada tamal verde y al lado ¡zarza de cebolla con puntitos
negros de pimienta y cominos!, trozos de ají y arandelas de rocoto colorado, sobre el cual se han dejado caer gotas de limón real
que se cultiva en el temple, entre bosques de naranjos, chirimoyos y nísperos,
traídos en “alforjas de labor” desde Pasabalda, atravesando los malos pasos y
caminos pedregosos del Bajo Calipuy.
2. Propios
y extraños
Pero el plato de fondo hoy día naturalmente son los
chicharrones.
– Hijito, baja esos travesaños que hay arriba y arma
un toldo aquí, para tener un poco de sombra, en donde crepita el fogón, porque
la candela y el sol ya empezaron a querer pelear.
Los mandados de este día son: sube y baja; trae y
lleva; anda y vuelve; corre y vuela, como son las órdenes que los adultos nos
dan a quienes somos todavía pequeños.
Pero hoy estamos contentos, la casa está llena de tías
y tíos, de primos y primas, de vecinos y conocidos que ayudan en esto y lo
otro. Y de gente que ha venido y participa alegre y entusiasta de la fiesta.
¿Fiesta? ¿Qué fiesta? ¿O fiesta de qué? ¡Fiesta que no
tiene nombre pero que todos referimos como “matada de chancho”! Fiesta cordial,
afable y efusiva incluso con el mismo chancho que antes de sacrificarlo se lo
trata con cariño y con respeto, y se lo acaricia con afecto. Y él ronronea como
si entendiera lo que le decimos. Y después igual: se lo palmotea y se lo
abraza.
Donde todos se acomiden en una y otra tarea, colaboran
en una y otra cosa. Fiesta candorosa, abierta y solidaria, porque hoy día en la
casa todos nos sentimos unidos, propios y extraños, como si fuéramos una sola
familia. En realidad lo somos.
3. Y escarcha
de rocío
– ¡A ver niñas! ¡Ayúdenme a servir ya la comida! –Es
la voz de mamá.
– ¡Mande, qué hacemos señora!
– Tú, Hermelinda, siéntate aquí, a mi lado, en esta
silla, y de esta olla, con tu espumadera vas sirviendo el graneado de trigo.
– Tú aquí, Florcita, vas alcanzando los platos.
Y, ¡ahí sale humeando el graneado de trigo!, que ha
sido partido suavemente en el batán, conservando el frescor del viento cuando
balancea a las espigas en los campos fragantes y gualdas de bajíos y colinas.
Ya en la boca tiene la consistencia ruda de la tierra
honesta, y la transparencia de los puquiales y de las acequias por donde corre
el agua frígida donde se ha pelado el grano frotado con ceniza en la corriente
que desliza las limallas de leña quemada, hasta hacer que el trigo adquiera un
color verde luminoso.
– Y tú, Matilde aquí, siéntate, a mi lado, con tu
cucharón y tus ollas vas poniendo al lado, en cada plato, el revuelto de papas,
derramando un poco de aderezo encima del graneado para que traspase.
4. La zarza
transparente
¡Y ahí se sirve el revuelto de papas amarillas!,
pequeñas, ojosas y que revientan y expanden a la sola presión de la lengua en
el paladar, aliñadas con ajos y azafranes, esparcidas de alverjas flotando en
el jugo rojizo.
Aderezado con manteca rancia, con su puntita de ají
amarillo, los mismos que colgados en los pilares han sorbido del sol toda su
esencia.
– Y tú Juanita aquí. Vas a ir poniendo la zarza de
cebolla en cada plato, ni mucha ni poca.
– ¿En todos?
– ¡No! No vayas a echarla en los platos de los niños.
¡Fíjate bien sino va a empezar el lloriqueo!, porque este ají pica ya que está
con venas que si lo prueban va a empezar la gritería.
Y Juanita con un trinche va dejando en cada plato
seleccionado la zarza transparente, ácida, urticante pero sabrosa. Y esta vez
con sus ramalazos de cochayuyo extraído desde el fondo del océano para venir a
dar sobre los platos de porcelana.
5. El borde
de las ollas
– Y tú, Zenaida, sirve el mote en esos azafates y los
vas poniendo en cada mesa, o cerca del lugar en donde están comiendo.
Y ahí sale el mote que desde anoche está hirviendo y
ha sancochado bien. ¡Y miren, cómo ha reventado el maíz!, que parecen jazmines,
o rosas blancas que han abierto todos sus pétalos.
– ¡Y a mí me van pasando los platos ya servidos para
ponerles su presa de chicharrón! ¡Pero cuidado de tropezarse en la leña! Y,
¡cuidado de hacer que se resbale el perol y vaya a dar al fuego!
Y ahí se alzan en el aire para ir a caer en cada plato
las presas de ¡el chicharrón! crujiente, bruñido de su propia manteca
abrillantada por el fuego que ha prendido perlas de plata entre sus estrías.
Puesto el plato aún humeante en la mesa tiene olor a
lugares amenos y escondidos, a bosques, quebradas y selvas. A viajes lentos,
prohibidos y apasionados, con su parte dorada de sebo y el hueso desde donde
cogerlo y llevarlo a la boca.
Al morderlo los labios lo aprietan y los dientes se
hunden hasta el fondo de su ambrosía como si reventáramos fuegos artificiales,
con iridiscencias como perlas de una corona de reyes con incrustaciones de
diamantes.
6. Mates
y calabazas
Junto al graneado de trigo y el revuelto de papas el
chicharrón inunda el paladar y la lengua y resbala hacia la comisura de los
labios:
– ¡Salud! ¡Quién dijo salud!
– Rica está la aloja.
– ¡Pero también hay chicha de jora! Por favor, don
Leoncio, ¡sirva la chicha!
– ¡Y el chanchito no podía estar más sabroso!
– Es que criado en la casa con todo el cariño.
– ¡Pero qué criatura más agradecida, oiga usted!
– ¡Animalito tan noble ha sido! ¡Y hasta ahora!
Ahora se desgaja la carne con los dientes, y se chupan
los huesos. Momentos en que sólo se escucha el tintinear de los cubiertos en
los platos de losa o porcelana.
– A ver, ¡alcáncenme sus platos para servirles otra
presita!
Las mismas que se van extrayendo de los mates y
calabazas en que se han puesto, mientras otras hierven en el perol en donde
flotan en la manteca espumosa que sale de las mismas presas.
7. Los aleros
y los muros
El fogón que se ha alzado al borde del patio
reverbera. Estalla el crepitar de la leña en el fuego que se agita, lamiendo el
borde de las ollas.
Han cesado las órdenes; se han atenuado los gritos y
los apuros. Y, tal como se ve, todos estamos sumidos en paladear la fritura. Y
hay ollas de comida por uno y otro lado. Y voces de contento y de cariño.
Hay varias mesas de comensales en donde todo es
algarabía y felicidad. Como esta de al lado, en donde está toda la
chiquillería. Y la nuestra de primos y primas, hermanos y hermanas, y niñas del
vecindario que ya son jovencitas y con quienes nos miramos a los ojos.
Después de saborear y deglutir los chicharrones no
quedan ni cartílagos molidos en los platos, sino apenas unos huesitos blancos.
Y en algunos, que aún seguimos comiendo, se escuchan
los sorbos que hacemos para extraer el tuétano de dentro del hueso, de sabor
suave, dulce y hasta divino.
Mirados bien, los aleros de las casas se han inclinado
un poco, y hasta las piedras de los muros se han removido de sus sitios, por el
olor de los chicharrones en los patios de las casas.
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