Danilo Sánchez Lihón
una esfera
al que juega con su sombra
César Vallejo
1. Palpitantes
y extasiadas
– ¡Te juego chanitos!
– ¡Yo solo tengo canicas de vidrio, no esos choloques! Si quieres voy a doce chanitos por una bola de cristal.
– ¿Doce? ¿Tantos por una canica? Pero, ¡no importa! ¡Ya pues!
Y
se traba la pelea a muerte, pero injusta y desigual, de unas esferas
duras, frías y modernas contra otras leves, aladas y negras como la
noche o como nuestros ojos, quienes se enfrentan a las rubicundas y
eficientes bolas de cristal.
Pero, ¿qué son? ¿De dónde vienen? ¿Cuál es su origen y de dónde se extraen los chanitos?
Son los frutos de un árbol llamado “choloque” cuya cáscara se usa como jabón o detergente para lavar la ropa.
El
fruto que hay dentro es una casi esfera, negra y dispareja, de redondez
irregular, que contiene dentro palpitantes y extasiadas las semillas
del árbol.
2. Una
arenga
Nos
sirve a los niños para jugar a las bolitas, y nuestras madres utilizan
la cáscara gomosa de jabón, pues levanta una espuma olorosa que deja la
ropa límpida y fresca, tanto que nos predispone a ser buenos y nobles, y
a las ensoñaciones generosas.
Un
bolsillo de “chanitos” oblongos, indóciles, pero siempre cálidos y
sinceros, produce un sonido a cascabeles rotos o a sonajas soñolientas o
dormidas. Distinto a los chirridos soberbios, malévolos y afilados como
cuchillos que se desprenden de las bolas de cristal.
Los
chanitos más bien están prestos a producir en cualquier momento un
sonido manso, cordial y solidario; como de agua que se agita; como
cuando la mano se interpone en una cascada y es tiempo de paz en el
mundo de adentro y de afuera.
Sin
embargo, previo a un desafío, revolviéndolos con la mano que los
acaricia, su rumor es el de una arenga y una proclama por conquistar la
victoria cuando el rival es un chico acomodado, díscolo y agresivo.
3. De allí
que
No
sé si jugar con ellos a las bolas o canicas sea una distinción o
constituya quizás un agravio. Todo esto crea dilemas, considerando que
el “choloque” al ser planta, está concebido como un don de la vida para
dar frutos.
Porque
lo que nosotros convertimos en artefactos son las semillas que han de
transmitir la especie fecundada en nuevos árboles, con hojas, flores,
pájaros. ¡Y otra vez frutos!
El
consuelo a esta inquietud es que esto al menos los humaniza frente a
las bolas o canicas artificiales, concebidas más por las fábricas. Y
quizá por eso pretensiosas y desalmadas.
De
allí que, cuando ruedan los chanitos en verdad dan de tumbos o
bailotean y se dejan llevar por alguna curva por donde se inclinan,
porque nunca van directo al lugar hacia donde uno los apunta y dispara.
Eso
no ocurre con las bolas de vidrio, galanas y ostentosas, que van
directo y sin contemplaciones a lo que quieren lograr: sea golpear a la
otra bola y chantarlas, o entrar las primeras a los hoyos u orificios
que tenemos preparado.
4. Está
bien
–
¡Ya, tira! –Dice el rival arrojando primero su bola reluciente. Es en
ese momento que la mano los tienta en el bolsillo como si guardáramos
armas secretas, como si cobijáramos a hermanos y a primos cariñosos y
agazapados dispuestos a batirse defendiendo su bandera hasta dejar la
sangre en la arena. Prestos a ayudarnos en todo, sea en las buenas o en
las malas, porque ellos tienen espíritu montonero, rebelde y popular.
Así,
eran chanitos quienes integraron el Batallón Libres de Santiago de
Chuco que peleara y se inmolara en la Batalla de Huamachuco. Y, en
general, son soldados de la patria y voluntarios en la defensa de las
causas nobles de la vida, militantes genuinos, confiables, y adalides de
nuestra integridad territorial.
No
hay chanitos parejos o exactos en su redondez, porque aquello está bien
para los productos que se elaboran en serie y en base a artificios. Los
chanitos son frutos de la naturaleza a quienes les damos el incierto
destino, ¡de guerrear en cruentas apuestas y a veces pasar de manera
clandestina a las manos enemigas o de otros dueños, como este con el que
me bato ahora, que si no vence se llevarán doce de mis soldados!
5. Saben
vivir
Y
si finalmente después de tanto juego queremos trasponer con ellos y
pasar a otra vida los partimos; y adentro encontramos una almendra de
color ámbar envuelta en un capullo.
No
es comestible pero la visión de que tras esa envoltura oscura hay luz y
una semilla es como amanecer por los caminos mirando el oro pajizo de
los trigales en las cumbres de los cerros y colinas.
En
el fondo el chanito es como el hombre andino, mejor hacia adentro.
Ofrece más vida desde que en su fondo hay una simiente honda y vasta.
Es
como el hombre andino, que después de cinco siglos de opresión sigue
siendo un hombre, tierno, compasivo y candoroso, que conserva el alma
límpida para amar, creer y ser generoso.
Y
como el hombre andino es más echado a la gracia de vivir, al dar y
recoger afecto, como a subsumirse en la fiesta de veneración a la
naturaleza y a la alegría de compartir.
Ni calculadores ni codiciosos, ni mecánicos ni funcionales como las bolas de cristal.
Los chanitos saben vivir.
6. Montañas
inhiestas
Son
también como nuestros pueblos nativos frente al mundo occidental:
uniforme, lineal y dominado por el mercado. Los chanitos son naturaleza
que contiene el don de vida, inagotable en su fondo y en su esencia,
llenos de vida, repletos y ahítos con el sentido de filiación y
pertenencia. Ningún chanito es igual a otro, cada quien tiene su
identidad, su rasgo peculiar y distinto frente a la bola de cristal que
cuando se rompe y se parte es piedra y cascajo, es ruina y basural.
Los
chanitos, en cambio, se salen con su gana, van donde quieren; hacen
“quengos”, llevándose de la gracia, la risa y la humorada. Son siempre
voluntariosos y cantando una endecha o una copla, sacándole partido a lo
disparejo de su cuerpo y del camino. Tienen el color negro pero la
misma alma que inspira a un manantial, límpida, clara y sincera, que nos
hace pensar en las montañas inhiestas y en las lagunas embelesadas.
–
Y, ya ves. ¿Ahora qué dices? Te he ganado todas tus canicas de vidrio
con mis chanitos oblongos. Pero, ¡no llores! No quiero tus canicas.
Toma. Te las devuelvo. Pero, nunca más desprecies a mis chanitos.
7. Están
allí
Así,
cada día yo me convenzo más del privilegio y la responsabilidad de
haber nacido en una tierra como el Perú, de tanto fondo y arraigo.
Y guardo los chanitos de mi infancia. Y digo que al final, son los amuletos, cábalas y exorcismos más dignos de confianza.
No
traicionan, no se van, ni nos abandonan cuando las papas queman. Se
quedan todo el tiempo con nosotros, sin importarle afrontar sacrificios y
frecuentemente cuando no hay caminos y hay que buscar atajos y hacer
“quengos”, están con nosotros, solidariamente unidos.
A
veces se quedan olvidados de sí mismos largo tiempo en nuestros cajones
ruinosos, quizá porque a nadie los fascine ni interese. Cabe
imaginarlos a cada uno como árboles gigantescos.
Están
allí para paliar con su presencia discreta y amable nuestra
inconsolable nostalgia. Y para darnos fortaleza, pues cada día son más
grandes los retos que todos juntos tenemos que asumir.
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CONVOCATORIA