Danilo Sánchez Lihón
El tiempo
es la imagen de la eternidad
en movimiento.
Platón
1. El temor
de mi padre
Febrero
en la serranía del Perú es mes de lluvias continuas, y de vacaciones
para quienes, como mi padre, son maestros de escuela; a lo cual asocia
ser músico y sastre a la vez.
Pero,
pese a que es el mes en que él más trabaja en la casa, es a la vez el
mes por el cual más se lamenta acerca de la fugacidad del tiempo que se
pasa volando, sin que alcance a terminar todavía la lista de tareas que
se ha impuesto cumplir. Ni a cosernos la ropa que ha visto que nos hace
falta, ni ha podido poner teja nueva a las goteras del tejado, ni
atender una que otra solicitud de amenizar una fiesta con la orquesta
que dirige. Por eso se lamenta:
–
¡Ay breve y efímero febrero! –Y con sus ojos detenidos y vidriosos
pareciera decirle: ¿Por qué eres así? ¡Tan corto cuando los demás meses
traen 30 y 31 días? Y tú, ¿por qué apenas solo 28? Tanto, ¡que cuando
nos damos cuenta ya te has ido escabulléndote como agua por entre los
dedos!
Pero
se consuela un poco cuando el año siquiera es bisiesto, mirando el
calendario prendido en la pared de la cocina con cierta gratitud, o
compasión, o no sé qué. ¡Como si ese 29 fuera o se tratara de un día
amigo, y un número cómplice!
2. Patio
de tierra
Por eso, se exalta instándonos:
– ¡Apúrense!
– Pero, apurarnos ¿en qué papá?
– ¡En lo que están haciendo!, que el tiempo nos gana.
¡Pobre papá! ¡Febrero era para él una obsesión y un martirio, una expiación y una agonía!
Desde cuando ya finalizaba enero, su queja es el mes de febrero, porque era corto y como tal desleal, deshonesto y traicionero.
Su
pesar tenía más fondo que el hecho de terminarse las vacaciones y no
haberle alcanzado para hacer todo aquello que se había propuesto cumplir
en los dos meses de vacaciones.
Porque
ya desde el primero de marzo tenía que hacer matrícula en su centro
escolar, adonde nos llevaba. Y a nosotros nos complacía hacerlo porque
encontrábamos un huerto florido y prodigioso en lo que durante el año
escolar era un patio de tierra lisa y húmeda cuando llueve, seca y
pareja cuando es sol radiante.
3. Somos
tiempo
Y
es que mi padre era obsesivo con el tiempo. De allí que al frente de su
mesa de sastre tenía un calendario, un Almanaque Bristol con forro de
color guinda, y colgado en un clavo el recorte de una revista con un
pensamiento sobre el tiempo del filósofo francés Voltaire, que lo
aprendí de memoria y que dice:
¡Es el tiempo, en efecto! A quien
nada es más largo, puesto que
es la medida de la eternidad.
Nada es más corto, puesto que
él les hace falta a todos nuestros
proyectos. ¡Nada es más lento,
para quien espera! ¡Nada es más
rápido, para el que goza! Él se
extiende hasta el infinito, en grandeza.
Se divide hasta el infinito, ¡en pequeño!
Todos los hombres lo desdeñan,
todos lamentarán su pérdida. Nada
se hace sin él. Hace olvidar todo
lo que es indigno de la posteridad
¡y hace inmortal las grandes cosas!
Y
cada vez, deteniendo el corte de su tijera en la tela, repara en esa
reflexión, y en lo que él puso al pie, con su puño y letra, y que decía:
“Como son los hombres es el tiempo”.
4. Lágrimas
en sus ojos
Tanto
regañó mi padre de febrero que yo de niño creía que si mi padre moría
alguna vez sería en febrero por ensañarse tanto con él; por alguna
venganza y traición que este mes le urdiera, y por lo mucho que padecía
en vivirlo.
Que
no podría escapar mi padre de los dardos y flechas que este mes le
arrojaría, incluso a mansalva, por los reproches, querellas y regaños
que le hacía. Mes, además, lleno de borrascas; gris y lluvioso en toda
mi comarca.
Pero
no. Mi padre murió en mayo, mes que tiene 31 días, lo cual en el fondo
es una suerte de compensación a su enorme resentimiento por este otro
que tiene 28. Y por lo mucho que sufrió por este mes efímero e
inconstante.
Murió
en mayo que es un mes pródigo y munífico, porque en él todo florece y
es espléndido; y hay exaltación. Y murió en el mismo pueblo donde nació,
se crio y trabajó. Lar, paraje y aldea que no quiso abandonar jamás.
Con
lo que quedó saldado y sin punición las continuas puyas y desavenencias
que le imputó al mes de febrero; amarguras muy sentidas, además; y
dichas hasta con lágrimas en sus ojos.
5. Tino
y desatino
De
allí que yo evoque a mi padre en este mes, porque en el fondo incide en
una sustancia que nos conforma y que casi siempre escapa a nuestro
arbitrio, como es el tiempo.
Y
de él, sobre todo, su carácter huidizo, fugitivo y perecedero. Y que
pese a que estamos hechos de él lo sentimos tan ajeno a nuestro dominio y
voluntad. Y tan en contra nuestra, puesto que es el tiempo el que se
cancela cuando se nos quita la oportunidad de seguir viviendo
¿Qué
hacer entonces? ¿De qué manera superar este encono del tiempo con
nosotros? Y, ¿cómo hacer frente a su fugacidad y evanescencia, que es
igual a hacer frente a la misma muerte? ¡Ese es el gran dilema! Aunque,
he aquí lo que él me respondiera un día que le pregunté de cómo afrontar
la ley del tiempo:
Lo
que hay que hacer, en primer lugar, me dijo, es percibirlo y
comprenderlo todo. Estar en la primera línea de fuego. Sentir la vida, y
vivirla en serio. Ser testigos. Hacer manar la savia de todos los
manantiales. Y, ¡llenarse de mundo!
Y
cambiar constantemente. Más que esperar que los otros modifiquen su
conducta, modificar uno mismo la propia. Creer en el cambio personal.
Porque quienes cambian el mundo son aquellos que empezaron cambiando
ellos mismos.
6. Encender
una hoguera
Abuenarnos, que es hacernos buenos. Hombres, de quienes emana bondad, encanto y paz. ¿Cómo?
Mirando
de manera más arrobada y extasiada una calle, una casa, ¡los campos
sembrados!, como los matices de los colores posados en cada cosa.
Cada
día volver a verlo todo de manera original y luminosa, como si fuera
todo reciente y nuevo. Llenarnos de asombro, por tener manos, ojos,
pies, oídos.
Complacidos
por el brillo de cada presencia; y porque todo canta, y todo dice su
voz armoniosa. Emocionarnos por el simple fulgor posado en cada trasto.
Y cada instante agradecer, bendecir lo que tenemos. El toque en la puerta del ser querido que vuelve o que regresa a casa.
Y
vivir con pasión y coraje, porque donde se consumieron leños brasas
quedan. Y donde hay cenizas hay rescoldos para encender de nuevo una
hoguera o fogata.
7. Y,
sobre todo
Donde
todo debe asombrarnos cada día, cada hora y cada minuto. Porque estamos
donde todo es milagro, excepcional y sorprendente. Donde uno mismo es
un portento, un hecho inusitado y un ser único que jamás volverá a
presentarse en el universo.
Saber
que no hay muerte, que todo continúa en cada momento y en cada
instante. Esta continuidad también es un hecho prodigioso que en cada
momento podemos descubrir. Que es inusitado cada grumo, cada enser y
cada detalle.
Que
todo lo que emprendamos hay que terminarlo. Que lo peor es dejar algo a
medio hacer y sin acabar. Por eso, rematar; poner el punto final.
Saber
que la medida del amor es amar sin medida. Y hacerse infinitos,
indestructibles, inmunes. Y, sobre todo, aprender a disfrutar de nuestra
propia compañía.
En
verdad, febrero lo había enseñado mucho a mi padre, a partir de esa
aprehensión que le tenía. Y nos hizo ver que en el fondo de sus quejas
había mucho de razón, de sabiduría y de verdad.
Nos
enseñó que la eternidad habita en el fondo de cada instante, cuando
estos se viven de manera auténtica y cabal. Y que hay instantes que
duran toda una vida, y que se proyectan hacia más allá.
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CONVOCATORIA