Danilo Sánchez Lihón
1. Caminaba
tranquila
– ¡Guau! ¡Guau!
Entre
sueños la gata Candy que dormía apacible en el cuarto del segundo piso,
muy cerca de la ventana de la casa desde donde escuchó esos ladridos.
Tenía
casi enterrados los bigotes que apenas vibraban en la suave superficie
de la cama, y tenía entornados apaciblemente los ojos por la luz del sol
aún radiante, apenas tamizados por los párpados entrecerrados.
¿Qué ocurría?
La
niña Elvira, su ama, había salido a comprar el pan. Caminó por el
centro del parque escuchando el bullicioso trinar de los pajarillos que
ya se recogían en los ficus y cañaverales del parque. La niña cruzó la
calle y subió a la vereda donde estaba la panadería olorosa y tibia a
esa hora de la tarde.
Ya
de regreso caminaba tranquila con la canasta bajo el brazo cuando desde
una casa que tenía la puerta entreabierta se abalanzó hacia ella un
perro bravo, feroz y desalmado.
2. Echó
a correr
– ¡Guau! ¡Guau!
Ladró casi en las orejas de la pobre niña.
Era negro y tenía unos ojos de los que le salían llamas de fuego.
E hizo brillar unos dientes blancos que parecían relámpagos, brillantes y afilados.
La niña un momento se quedó paralizada y el perro también.
Pero le invadió a ella un miedo atroz y echó a correr despavorida.
Y detrás de ella echó a correr también el perro.
Impulsada
por el terror la niña prácticamente volaba apenas asentando sus pies
que llevaban puestos felizmente unas zapatillas de nylon bien amarradas
que apenas se asentaban en el suelo.
3. Abrió
la boca
Iba
veloz, como arrastrada por un vendaval que hacía que su vestido y sus
cabellos flamearan como una bandera al viento en el fragor de una
batalla.
– ¡Guau! ¡Guau! –ladraba el malvado y corría detrás de ella el perro feroz.
Despavorida
corría la niña como llevada por el viento. Veloz corría el perro
lanzado como una flecha, a ratos arqueándose para dar saltos detrás de
su presa.
La
niña ya había cruzado la mitad del parque, había enrumbado por el
sendero y estaba por en medio de la parcela del parque que da a su casa,
donde había cesado el trinar de los mirlos, gorriones y torcazas
asustados de lo que estaban viendo.
Sentía la pobre niña que ya no podría escapar de los dientes de ese feroz animal.
Y sacando todas sus fuerzas llegó casi hasta la vereda del parque que da frente a su casa.
El perro abrió la boca con sus dientes grandes, brillantes y afilados para coger y desgarrar la pierna de la pobre niña.
4. Bajó
del aire
Y entonces gritó:
– ¡Candyyyyy! –Fue un alarido desesperado, pero dicho con toda el alma, ya puesta en un hilo.
La
gata oyó el grito y se lanzó por la ventana como si fuese un cohete. O
como si fuera una centella. O como si fuera una veloz bola de fuego.
Atravesó
en el aire los hilos de las cometas. Atravesó en el aire los cordeles
de luz. Atravesó en el aire las ramas de los árboles.
Y, como si fuera una golondrina torció buscando sortear la verja de la casa que tenía unas puntas de fierro.
Bajó del aire como un bólido y cayó justo en la jeta del perro malvado que ya iba a coger la pierna de la niña.
Y le clavó las uñas, precisamente en el momento cuando iba a morder y desgarrar la pierna de la pobre Elvira.
5. ¿Por
qué
– ¡Ay!
Se oyó un grito de dolor del perro, cayendo a tierra y revolcándose por el suelo.
Pero
la gata no se soltaba del hocico del malvado, que lo tenía bien
agarrado con uñas y dientes, y le gruñía enseñándole su boca llena
también de dientes blancos, brillantes y afilados.
Pero
también sus amígdalas grandes y coloradas que vibraban amenazantes al
perro con devorarlo mientras abría toda su boca por la cólera,
resondrándole de este modo:
– ¡Perro! ¡Por qué eres malo!
– ¡Perdón! – Gritaba el perro. Estás rasgándome la cara, gatita.
– ¡No hay perdón! – Le decía. ¿Por qué asustas así a las personas que no te hacen ningún daño?
Juá y juá, le dio la gata dos fuertes latigazos con su cola.
– ¡Perdón! De veras pido perdón. Me estás rasgando la cara.
6. Lo
juro
– ¿Sabes cuál es el destino que corren los malvados?
– No sé, pero perdón. Nunca más lo haré. De verdad, te juro. Seré un perro bueno.
– ¿Nunca más asustarás a las personas que pasan por la calle?
– No. ¡Nunca más! –Respondía el perro.
– ¿Lo juras? –Le alzaba la voz, torciéndole los labios.
– Lo juro, gatita, ¡lo juro!
– ¿Lo prometes?
– ¡Sí!, lo prometo.
Solo así fue pasándole la indignación y la rabia que sentía la gata.
– ¡Otra vez dilo, ¡Repítelo!
– ¡Lo juro, ya no seré malo!
Este
suceso hizo que la gata Candy se hiciera famosa, porque la gente al
pasar por la puerta en donde vivía el perro feroz, repetía como si
llamaran a alguien:
– ¡Candy! –Y lo decían con voz lenta y bien modulada, como para asustar a alguien.
7. Por
emblema
– ¡Candy! –Repetían.
– ¡Candy! –Como para que el perro oyera.
Y
lo decían primero como una defensa, luego como un saludo, y finalmente
como una nota de buen humor, y hasta como una consigna.
Y,
como al final se convirtió en una nota graciosa, que las personas
repitieran tantas veces ¡Candy!, que se hizo costumbre decir para ir a
la panadería:
– Voy a Candy.
Y
sabiendo y comprendiendo esto los dueños del establecimiento le
cambiaron el nombre que tenía antes, para ponerle como emblema:
PANADERÍA
CANDY
Todos
creen que de repente la dueña se llama Candy, pero no. Es en honor a la
gata que un día dormía apacible en el cuarto del segundo piso, muy
cerca de la ventana, cuando escuchó un grito…
Panadería en donde ahora se vende el mejor pan de mi barrio.
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CONVOCATORIA