DOS POETAS TRUJILLANAS, DOS HITOS DE LA POESÍA LIBERTEÑA
Acabo de leer Génesis, el último libro de Dina Amada Sánchez Baca y todavía no me libero del exultante lirismo que contienen sus páginas. La Polarollo refiere en la contratapa a Darío y Vallejo como sus referentes. Creo que no ; quizá, digo, Juana de Ibarbourou y algo de Gabriela Mistral, más por ese espíritu de mujer que de comienzo a fin recorre el poemario, aún cuando estoy tentado en sostener que simplemente aprendió del viento, del arroyo, del tiempo, de la espiga; aprendizaje que se dio al rigor de un misticismo rural, casi de fronda, bajo la fragua del humano dolor de la existencia: Y resulta- escribe la poeta-/ que el ave que habitaba/ entre mis manos,/ que engendrábase rotunda/ entre mis manos,/ se convirtió en silencio,/ en mano de tiempo,/ en recuerdo de viento./Y resulta, también,/ que a pesar de los pasos/ dormitados/ el génesis y el éxodo se unieron/ en canto apocalíptico/ y entonces,/ el ave que dormía entre mis manos,/ el ave que era vida entre mis manos,/el ave de aquel cuento,/ fue tornando en esquema su/ figura,/ en un trazo final,/ en punto muerto.
Mención aparte
merece la musicalidad y la ternura, características constantes en los
poemas de Dina Sánchez que nos hacen recordar a Juan Gonzalo Rose, el
maestro.
Estrellas en el cielorraso es el título del inquietante libro
de versos de Gloria Portugal Pinedo, libro que pasa revista a la
cotidianidad de la vida citadina. Lo hace con un lenguaje coloquial,
diríase estudiadamente exento de retórica, y sin embargo, sorprendentemente eficaz en el despojo de los velos de la impostura, en la limpieza de la costra de la dura convivencia social hasta mostrar al nervio vivo. Es en ese momento, cuando el discurso poético se torna en ironía piadosa y frecuentemente tierna; quizás, me digo, para atenuar el dolor del hallazgo, para soportar la realidad sin maquillaje, aunque viéndolo bien la argamasa de todos estos versos es el amor inteligente y por lo tanto más doloroso aún.
Estrellas en el cielorraso es un libro que sacude y confronta y, como toda buena poesía, que emociona.
Aquí un botón de muestra:
VENUS DE WILLENDORF
Su ternura
tenía intensa biología
José Watanabe
Mi madre quería adelgazar
se miraba al espejo y escrutaba su talle con desdén
tanteaba sus muslos y con decepción chasqueaba la lengua
No sabía que hundir mi nariz en su barriga
era el acto más feliz que podía recordar
Parecía un inmenso y suave bizcocho
olía a jabón de tocador y café
Cuando se iba a trabajar
yo abrazaba su enorme bata de dormir
para que su olor me ayudara
a soportar su ausencia
Mi madre era más hermosa que una escultura de Botero
redonda y colorada como una flor
no se percataba de ello sin embargo
porque vivía empeñada en meterse en sus viejos jeans
o en hacer retroceder las agujas de la báscula
que diariamente le escupía el sobrepeso
Entonces buscaba consuelo
en el refrigerador
Yo imaginaba mi prehistoria
el cuerpo que había cabido en aquella absurda prenda
pero solo concebía el retrato de una extraña
Y aunque muchas veces le dije que la amaba
jamás pude conseguir que dejara de hacer dieta