Danilo Sánchez Lihón
1. Anda
y mira
César
Rojas Paredes tenía nueve años cuando jugaba arrojando barcos de papel y
otros elementos flotantes siguiendo su curso por el contorno que hacía
la acequia que entraba a su casa situada en lo que es hoy Barrio San
Cristóbal de la ciudad de Santiago de Chuco.
El
agua ingresaba por un canal de cemento que bordeaba por el pie del
corredor de su patio, cuando de repente, de un momento a otro dejó de
venir y el pequeño caudal se secó.
– Ya taparon otra vez la entrada de la acequia que viene a la casa.
Avisó a su madre, la señora Rosa Paredes, que tejía una alfombra con hilo de lana y aguja pañetera.
Mirando las nubes que cada vez se juntaban en lo alto del cielo, listas para desatar un aguacero fuerte.
Y entonces le dijo:
– ¡Anda a ver!
2. Desviada
el agua
Y le repitió:
–
¡Anda y mira qué pasa, antes de que caiga la lluvia, que parece que va a
llover! ¡Y suelta otra vez el agua para que venga aquí a la casa y
llene el pozo!
Porque
aquello ocurría cuando alguien, que también quería que el agua llene el
pozo de su casa, iba y tapaba los huecos hechos en las distintas
piedras puestas alrededor de las paredes del pozo público que había en
algunas esquinas.
Quedaba
el suyo a una cuadra más arriba, en la esquina del villar de Don
Alfredo Santamaría, y desde donde se repartiría el agua que entraba
hacia las diferentes casas de ese sector.
Fue
entonces hasta ese sitio a ver. Se necesitaba que el agua entre incluso
hasta el corral de animales a fin de que estos tuvieran allí agua
corriente de dónde beber, que ya empezaban a reclamar con sus piidos,
cloqueos o chillidos.
3. Sintió
que el agua
No había nadie alrededor del pozo. César, como niño que era, se inclinó y se tiró de pecho.
E
introdujo los brazos para sacar el palo envuelto en un trapo que
alguien había introducido ocluyendo el canal por donde se deslizaba el
agua que iba a su casa.
Era cierto. ¡Habían desviado el agua para que pudiera llegar hacia otro pozo de otro patio y de otra casa!
Como
el mediodía era calmado y lento aprovechó incluso para limpiar la
entrada de piedrecitas a fin de que fluya más rápido la corriente. Vio
cómo lo hacía llevando hojuelas, arenisca y alguna musaraña.
En eso sintió que el agua, que estaba viniendo y se empozaba tranquila, se alborotaba y él, que estaba tirado de bruces.
Empezó
a saltar de pecho en el borde de piedras de la superficie. Y a moverse
en el suelo, tendido como estaba y como si bailara.
4. Balbuceaban
oraciones
Casi al instante sintió en la espalda como si le descargaran una camionada de piedras.
Cuando
quiso enderezarse vio que la calle era un reguero de tejas y la
polvareda no dejaba ver a la gente que salía despavorida de sus casas.
Le costó sacudirse del montón de tejas caídas en su encima y ponerse de pie. El suelo temblaba y le pareció que se iba a rajar.
Estando
de pie dos veces cayó al suelo y las dos veces pudo ponerse de pie. En
la tercera una pared se derrumbó a su lado y estuvo a punto de ser
sepultado por ella.
La
gente arrodillada en el suelo parecían estatuas polvorientas que
balbuceaban oraciones y gesticulaban llenas de pavor mientras el suelo
seguía temblando y de descolgaban quebrándose algunos techos.
5. Se abrió
la tierra
Había
ocurrido el terremoto del día domingo 10 de noviembre del año 1946 que
se produjo exactamente a las 12 y 53 minutos de aquel día.
Movimiento
telúrico de vibración vertical cuyo epicentro fue Sihuas, causando
destrucción en Quiches, en Pomabamba y Pallasca en el departamento
colindante de Ancash.
Murieron
2,500 personas por los derrumbes y la localidad de Acobamba en donde no
quedó piedra sobre piedra fue prácticamente borrada del mapa.
Hubo derrumbes de millones de metros cúbicos de masa de material granítico en Pelagatos, Huaychayaco y Portachuelo.
Se abrió la tierra y se volvió a cerrar tragando a la gente. Se secó el agua de la laguna de Pelagatos y del río Plata.
Los cerros se cambiaron de lugar y unos a otros se chocaban encima de las cabezas de la gente.
6. Se calmaron
los ánimos
– El volcán, ¡va a erupción el volcán!
Tanto o más pavoroso que el siniestro fue el pánico que se apoderó de la gente y que hacía que corra despavorida:
Nos resultaría increíble poder imaginarlo ahora.
Porque
había en aquel tiempo el temor de que se active el volcán San Cristóbal
que según los relatos, las tradiciones y los vestigios de lava
volcánica que hay, ha explosionado varias veces.
Y
es en su pendiente y en cuyas faldas que se extiende el pueblo de
Santiago de Chuco, en alguna época estuvo en ebullición y fue grande y
devastadora la destrucción que causó.
Pero hubo tres hechos que calmaron los ánimos y evitaron que las personas abandonasen el pueblo.
7. Aquel
malhadado día
Ellos fueron:
a). Los campesinos que llegaron al pueblo contaban que los cerros se habían desmoronado e incluso que algunos se habían pasado
de un lado del río al otro, enterrando casas, ganados y sembríos, por
lo que se trataba de un terremoto de enorme magnitud.
b). La fe en el Apóstol Santiago el Mayor, el patrón del pueblo quien fue sacado y ocupó el centro de la Plaza de Armas; y,
c)
La inmediata campaña orientadora que hizo el alcalde de aquel entonces,
el Señor Hermes Torres, explicando acerca del peligro que significaba
exponerse a salir por los caminos, pues los movimientos telúricos
continuaron a intervalos de una o dos horas durante todo en aquel
malhadado día.
Y
es que hemos nacido en una tierra estremecida, siendo la Pacha Mama la
que se enfurece, porque ella anhela que cuidemos el agua, el aire y la
naturaleza. Y seamos seres que se aman y se respeten, como hijos suyos
que somos.
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