Danilo Sánchez Lihón
1. Los afectos
y la ternura
En ningún idioma originario del Perú antiguo se
registra la palabra pobreza. Ni siquiera consta la palabra “pobre”.
Ello quiere decir que aquella condición no es
inherente a nuestro ser, que nos la han traído y que es extraña a nuestra
verdadera identidad.
Y es porque aquí antes no había seres en esa
situación, ni había hambre, ni había desprotección.
Ninguno aquí carecía de falta de vivienda ni de
empleo; porque todos formaban parte de una organización, y todos trabajaban con
entusiasmo, alegría e identificación.
Pero aún más: no es que solo no había penuria material
sino que no existía pobreza en el plano anímico o espiritual
Aquella pobreza más dañina y peor que es sinónimo de
abandono, de desamparo y marginalidad, que es la más corrosiva de las miserias
y de lo que tanto adolece el mundo contemporáneo y occidental.
Y que no se daban estos lastres ni taras entre nosotros
en donde prevalecían principalmente los afectos y la ternura.
2. Nuestras
fortalezas
En el Tahuantinsuyo todos éramos ricos, nadie era
pobre. Todos tenían protección y seguridad social.
Las primeras tierras que se cultivaban eran de las
personas desfavorecidas. El nuestro era una sociedad utópica.
Y esa es la razón y la consistencia para que sigamos
existiendo siempre con ilusión, esperanza y sueños indestructibles.
Porque alguien se ha preguntado con una frase
hiriente: “¿En qué momento se jodió el Perú”.
También es legítimo revertir esa frase y quizá con
mucha más sintonía en lo que somos y en la esperanza pensar por cuál es la
clave del Perú eterno.
Porque el Perú no sucumbió hasta ahora pese a las más
atroces agresiones, como el exterminio desatado en la época de la colonia.
No ha sucumbido pese a los asedios, a las políticas de
exterminio sistemáticas y oprobiosas.
Sobrevive por sus valores, por sus fortalezas, y
porque es un pueblo con identidad.
3. Su profunda
razón de ser
Y el Perú sobrevive por su inmensa identidad. Pero la
identidad no se recoge o resume en un cuerpo de ideas o de ejercicios teóricos.
Tampoco se ofrece a la elucubración que terminará
desfigurando ese rostro de suyo tembloroso, asustadizo y conturbado de lo que
esencialmente somos.
El problema de la identidad no es cuestión o asunto de
carácter intelectual.
Ni es abstracción que permita dilucidar esto o aquello
como si fuera un capítulo o segmento de una disciplina o lección.
Como se podrá comprender, la identidad en general, y
muy especialmente la que corresponde al ámbito del arte y la literatura, no se
la aprehende, ni emprende ni abarca por la vía cognitiva.
La identidad no es una supra estructura que se la
pueda esquematizar ni tampoco percibir ni ordenar académicamente.
Ni mucho menos sus conclusiones haya que resolverlas
como producto de debates científicos.
4. Qué pueblo
para conmovedor
La identidad más bien es fragua y crisol diario,
yunque vital, caminos y atajos de honda naturaleza emocional y afectiva.
Sino que la identidad es vida cotidiana y la utopía
andina que hemos de restaurar aquí y ahora, en estas calles.
La identidad no existe si no se la vive en un
intercambio y en una labor creativa permanente.
Su materia es el conjunto de problemas, de realidades,
de hechos y vivencias irrenunciables que están confundidas, con el acontecer
diario e histórico.
Es allí en donde hay que saber encontrar su raíz y su
profunda razón de ser para proyectarlas renovadas hacia el porvenir.
Qué pueblo para hermoso, conmovedor y grande es el
nuestro, heredero de la cultura incaica.
5. Saber
vivir
Cultura que incluso comparada con las demás que había
en Europa, era la nuestra situada en un nivel de punta.
Mucho más avanzada, por supuesto, que todas las existentes
hasta ese momento en el viejo continente.
Se la ha tratado de medir con parámetros europeos y
eso no es lo legítimo, para sostener que estaba en un grado de menor
desarrollo.
Y hasta en estado salvaje por su desconocimiento de la
escritura y otros aparentes adelantos.
Porque lo primero que tenemos que comprender y alentar
es que nuestro desarrollo es propio, genuino, que el Perú es creación heroica.
Pero, sin embargo, las políticas mundiales lo que han
hecho es tratar de hacernos creer que la única alternativa y modelo son ellos.
Que aparte de la alternativa que ellos defienden no
hay otra.
¿Qué alternativa eligió el mundo andino? Saber vivir.
Es cierto, no conocían ni la rueda, ni la pólvora ni
la escritura. Pero es que no la necesitaban.
6. Su dimensión
más prístina
Ya que: ¿cómo aplicar una rueda en un territorio
accidentado?
¿Para qué la pólvora cuando era una cultura de paz?
¿Para qué la escritura cuando la oralidad que
cultivaron era perfecta?
En cambio, si midiéramos el grado de desarrollo por
los valores que aquí se pusieron en vigencia.
Si lo evaluáramos por su organización, los fines que
pudieron concretar y las obras de ingeniería que aquí se ejecutaron.
Por sus valores absolutamente no hay término de
comparación y la cultura andina resulta hasta utópica que es su dimensión más
prístina.
Pero lo peor que nos puede ocurrir en relación a la
identidad es estar sumidos en la miseria, como lo estamos ahora.
Lo que nos resta, disminuye y atrasa, principalmente
en el ámbito de las poblaciones indígenas, hacia las cuales se ha infligido
todos los abusos, es el cuadro de extrema pobreza.
7. La mirada
y la mano firme
Lo principal que hay que corregir es que no es la
identidad una visión anclada en el pasado.
Su signo no es estar dando vueltas en aquello que
aconteció ayer.
Ella se sumerge en el presente de manera vigorosa y se
entrega a resolver los problemas del hoy y hacia el mañana.
Lucha alentando valores auténticos en la circunstancia
que nos ha tocado vivir.
Y que no se da de manera fácil o al alcance de la
mano, en una situación en que hay muchos fenómenos del exterior que
distorsionan la sintonía con lo que verdaderamente somos.
Porque la esencia es un núcleo muy hondo, para captar
la cual hay que tener la mirada y la mano firme, señalando la dirección que
debemos seguir.
Hagámonos más únicos, más solidarios, apoyémonos más y
dejemos tantas peleas.
Y luego actuar animosa y consecuentemente en los pasos
que hemos de andar.
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