Y HAREMOS
DE NUEVO
LOS ANDENES
Danilo Sánchez Lihón
1. Cantando
y bailando
El
día 12 de octubre de cada año el mundo occidental celebra el
Descubrimiento de América. En cambio nosotros afirmamos nuestra
identidad; y con convicción y entereza lo sentimos como un día de
reivindicación y homenaje a nuestra cultura, y a lo que es el Perú como
esencia.
Porque
pertenecemos a una cultura que alcanzó a concretar aquí la utopía
social de que no hubieran seres marginados, expulsados ni desheredados
de los bienes terrenales.
Porque se construyó aquí un orden social de ayuda mutua, de reciprocidad y fraternidad humana.
Porque
no hubo aquí un solo ser que un solo día del año se quedara de hambre, o
sufriera abandono. O que no estuviera integrado al grupo social que
producía bienes a través de la siembra y la cosecha mancomunada.
O
que no se ocuparan en la construcción de templos y casas comunales de
manera colectiva, así como era de ese modo que se construían caminos,
puentes y andenes. Y todo lo hacían con regocijo, cantando y bailando.
2. ¿Dónde
están?
Porque
aquí también hicimos los muya, o jardines de flores para contento y
alegría de los sentidos, como los ojos y el olfato, como para fines
alimenticios. Construimos en determinados espacios los waruwarus o
camellones, para obtener y lograr allí productos de otras latitudes.
Hicimos las macamacas o chacras hundidas.
Las sojjas o chacras cercadas.
Las colcas o depósitos de alimentos.
Los reaccas o acequias de riego y filtración en los terrenos propicios.
Los occonales o bofedales.
Y,
sobre todo, forjamos entre todos la solidaridad humana. Por eso, entre
nosotros no hay rencor, insidia, mala intención. Desechamos el
individualismo, la complacencia en el ocio y el desafecto. Concurrimos a
todo sitio con ofrendas, a dar, a obsequiar. Somos tiernos, generosos,
delicados. Y construimos los andenes como maravillas tecnológicas, pero
más como un portento cultural, porque es la expresión máxima de nuestra
cohesión comunal.
Pero
cualquiera que viene aquí y ve lo desolado de nuestro suelo dice con
toda razón: si era la característica principal de una organización como
del Tahuantinsuyo, ¿dónde están los andenes, o los caminos del inca, o
los tambos donde se guardaban alimentos?
3. de trecho
en trecho
– Han desaparecido. Solo quedan algunos vestigios en zonas muy alejadas.
– Y ¿cómo así?
– Se destruyeron por desidia, pero más porque eran obras a las cuales se les rendía culto.
Así,
les contaré lo que a mí me ha ocurrido. Hace poco viajaba de Moquegua a
Puno, con dirección a la ciudad de Desaguadero, para ingresar luego a
Bolivia en donde tenía que concurrir a un certamen académico.
Después
de recorrer el breve valle de Moquegua la carretera poco a poco empieza
a ascender por terrenos adustos, áridos e inclementes, en donde no se
registra ningún signo de vida. Las desérticas estridencias de esas
cadenas de cerros se suceden interminables, opacas de cascajo, polvo y
piedras esparcidas y diseminadas que parece un castigo de Dios o de la
naturaleza.
Sin
embargo, de trecho en trecho diviso unos letreros, de fondo blanco
sobre una pared de ladrillo enlucido para soportar los rigores del
ambiente, con letras pintadas de color azul, rojo y negro, donde se
anuncia el nombre del lugar y luego en grandes caracteres muy visibles
el aviso de: Zona Arqueológica.
4. ¿Dónde
un fruto?
Pasamos
por lugares desolados que oprimen el corazón en donde hay varios de
estos anuncios. Pensaba yo que a la vuelta de cada uno de aquellas
colinas iba seguramente a encontrar poblados, cañadas donde corriera el
agua, y allí estarían los lugares fértiles, vivibles y amenos, con
campos verdecidos y bosques. Pero, ¡nada! Entonces, ¿por qué Zona
Arqueológica? ¿Dónde y cómo vivían, sin agua ni alimentos?
Porque
hacia donde se extendiera nuestra vista todo son páramos ariscos,
resecos y pedregosos. Tierra parda, yerma y baldía. Entonces, me
preguntaba ya más explícitamente: Si no hay nada por aquí que pudiera
dar lugar a constituir grupos humanos, ¿dónde pudieron florecer aquellas
poblaciones para que estos sean sitios arqueológicos? ¿Acaso son
cementerios? Pero, ¿tantos cementerios para ninguna vida?
¿Quiénes
eran los que antes aquí vivían? ¿Marcianos? ¿Máquinas? ¿Gente que no
comía ni tomaba agua? ¿De qué se alimentaban? ¿Dónde corre el agua que
aplaque su sed? ¿Dónde un fruto que alivie su hambre? Andaba en estas
cavilaciones cuando otra vez, otro anuncio de Zona Arqueológica. Me
enderecé en el asiento para descubrir algún vestigio, o donde pudiera
ver volar un ave o impulsarse a un saltamontes, o cruzar una lagartija.
Ya inquieto por mi propia pregunta, me dije: ¿pero de repente algo
distinga en este páramo.
5. Permanecí
extasiado
Ya
con esta ansiedad en el alma empecé a rastrear con la mirada lo cerca y
lo lejos, tratando de distinguir siquiera alguna ruma de piedras. O
siquiera viendo la huella de un camino.
En
eso distingo, en los cerros de al frente unas hileras borrosas. Eran
como renglones en algunos sitios, o como peldaños de una escalera que se
sucedía desde la honda cañada hasta la cumbre de los cerros.
¿Serían
andenes? O, ¿qué eran esos renglones deshechos! ¡Sí! ¡Eran viejos
andenes! Mi exaltación en silencio no tuvo límites, como si volviera a
sintonizar con la vida después de muchos siglos.
Permanecí
extasiado y mirando un largo tiempo. Y cada vez descubría más y más
vestigios. Ya no me cabían dudas. Sólo me faltaba una comprobación
definitiva. Si había vestigios de andenes al frente, y por todos lados,
indudablemente lo habría también aquí en el cerro por el cual la
carretera ascendía y que atravesábamos en ese momento.
6. Un pueblo
henchido
Pedí
al conductor que se detuviera un breve momento y yo podría comprobar en
el mismo sitio si eran andenes esas hileras desmayadas de piedras de al
frente.
Se
detuvo el auto. Bajé y corrí ladera abajo un buen trecho, para tener
una buena perspectiva. Manifiestamente, aunque erosionados pero ahí
estaba la construcción de los andenes, en este paisaje de muerte, de
abandono y de miseria.
Eran
andenes antes de la conquista española que pude reconocer entre estas
cárcavas, montículos y despojos inclementes. E imaginé en vez del
espectáculo polvoriento y devastado de ahora, vergeles de cultivos de
diferentes matices que habrían antes.
Y
una explosión de vida invadió mi ánima estrujada; de cánticos de
hombres y mujeres, de trinos de aves, de rumor de cascadas, de voces
familiares, de vida feliz y exultante.
Imaginé
un pueblo henchido, alegre, jubiloso, compartiendo las experiencias
diarias del mundo cotidiano, del trabajo y de la vida.
7. Lo
restituiremos
Imaginé
un paisaje inabarcable, tal y cual lo estaban viendo mis ojos, pero en
vez del páramo gris, obscuro y cruel por lo inhóspito y desalmado,
imaginé el colorido de las flores, los aromas de las plantas, la armonía
de los sonidos que la vida natural e inocente concordaría en armonizar
aquí.
Lo
que tenía ahora eran los tinglados de líneas que se extendían en el
horizonte y que la erosión todavía no había culminado de borrar
totalmente. Imaginé cómo todo era antes fraternal y solidario. Cómo todo
era cordial, amable y tierno. Imaginé los cariños, los afectos, la
exaltación del alma. Imaginé, imaginé, imaginé. Solo que esta
imaginación no es de algo futuro sino de lo que fue aquel mundo ideal y
soñado.
De
allí que Capulí, Vallejo y su Tierra instale su utopía no como algo
irreal o imposible, tampoco como lo que recién haremos, sino como
aquello que hemos sido, recuperando lo esencial de nuestro hermoso
pasado. En cinco siglos de abandono todo aquello se ha secado. Se ha
vuelto grava y desierto, montes pelados y escombros. Todo esto, entre
todos juntos, ¡lo restituiremos!
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