Danilo Sánchez Lihón
Porque siempre
he creído que las personas
que deambulan
por las calles y duermen bajo
los puentes
y las arcadas, enloquecieron
pero de amor.
D.S.L.
1. En
vano
– ¡Diega Antonia!
– ¿Qué?
– ¡Diega Antonia! ¡Nigüenta!
–
¡Shhhh...! ¡Por favor, no haga eso Don Horacio, se lo suplico! –Ruega
doña Manuelita desde el fondo de su tienda donde vende pan, rosquitas y
alfajores.
– Sólo un ratito señora vamos a divertirnos un poco.
– Mire que después viene a fastidiarnos a nosotras. Y un día hasta de repente nos rompe la cabeza tirándonos esas piedras.
Pero, ¡en vano!, don Horacio no oye las razones y temores que se le exponen.
Es como si estuviera poseído por el mismo espíritu de la loca.
2. ¿Acaso
soy?
Con el vozarrón que tiene y escondiéndose detrás de la puerta vuelve a gritar hasta estar seguro que ella lo escucha:
– ¡Diega Antonia¡ ¡Diega Antonia!
– ¡Ay, ya te oí coche Horacio!
Y la pobre mujer, que camina siempre con la cabeza gacha abstraída en sus tormentos, cavilaciones y soliloquios.
Bajo la melena hirsuta de su pelo, se para y entrecierra las cejas colérica.
Busca por todos lados, sin atinar a saber de dónde viene esa voz aguardentosa. Y gruñe:
– ¿Eres tú, coche Horacio maldito?
– ¡Si, soy yo, loca borracha!
– Ay, desgraciado, que me atormentas la vida.
3. ¡Ya me voy
a morir!
– ¿Qué? ¿Acaso soy tu marido para atormentarte?
– ¡Ay! ¡Qué fuera si te encuentro!
Y allí se acentúa la perversidad de don Horacio para hacerle provocaciones y la de ella para imprecarle insultos.
Él oculto detrás de la puerta de la tienda y ella parada en plena calle:
– ¡Nigüenta!
Y empieza otra vez la escaramuza que asola todo lo largo y ancho de la calle.
Es tanta que por ella ya nadie pasa.
Sino que transeúntes y hasta piaras de animales tienen que ir y dar la vuelta por las calles aledañas.
4. Entre
las sombras
La última vez que vi a la Diega Antonia fue al despedirme de mi pueblo.
Lloraba en el lugar en donde siempre estuvo sentada o encogida, en plena plaza, diciendo:
– ¡Ya me voy a morir! ¿Y con quién los niños van a jugar carnavales?
Y repetía el mismo sonsonete. Esa era su melopea.
Y con ello se refería a que ella a los niños tímidos les consentía que le embadurnaran la cara.
Quizá porque comprendía que a otros no pueden hacerlo, porque se defienden y pelean.
Pero ella deja que los niños tímidos se acerquen con su sonrisa ingenua.
5. Sin ningún
consuelo
Esa sonrisa pura sí llega hasta el fondo de su alma atribulada.
¿No será acaso la sonrisa de su hijo tierno que se le arrebató de entre los brazos?
Y cuando ella apenas era una muchacha hermosa, rozagante y feliz, quien viniera desde el campo.
Y se dejó cazar por un gavilán desalmado.
Por el patrón de la casa que además de violarla le quitó después al hijo de sus entrañas.
Igual
a cómo ahora se burla de ella don Horacio quien se ensaña únicamente
para divertirse un rato, tal como lo dice, sin piedad y sin escrúpulos?
Y ella arroja piedras al aire, al viento, o al cielo sin ningún consuelo.
6. En
este mundo
La sonrisa de los niños pura, candorosa sí la distingue entre las sombras tupidas de su mente que yace como dormida.
Esa sonrisa sí sabe apreciarla entre las sombras en que está sumida su mente y su alma están sumidas.
Y así, sonriente deja que los niños la cubran de harina blanca.
Tiene una fascinación por los niños. Y a ellos todo los deja hacer, y los consiente.
Solo para ellos ella masculla palabras de cariño.
He preguntado por ella y me han dicho que ya ha muerto.
Que ya no existe en este mundo de donde se han esfumado como muchos otros seres y realidades de mi infancia y de mi pueblo.
7. Un rasgo
inconfundible
Así también ha muerto el Comandante Coshón que solía caminar blandiendo un bastón, luciendo una capota militar, y marchando por las calles con paso marcial.
Ha muerto “¡Viva el Apra!”, otro loco que solía dar tres silbos y detenía a todo transeúnte arengándolo con aquella consigna.
Ha muerto la Diega Antonia, pero ojalá que allá en el cielo adonde ha ido haya encontrado al hijo que buscaba.
Y que le arrebataron de los brazos y de las entrañas siendo muy joven, hermosa y llena de dicha.
O sino, ojalá que cuando él muera, si aún vive en esta tierra, sepa reconocer quién es su madre.
Quizá un rasgo inconfundible sea su cara espolvoreada de la harina blanca de los carnavales.
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