Danilo Sánchez Lihón
1. Milagro
y abismo
Y ahora, hemos de ocuparnos de algo aparentemente
corriente, ordinario y hasta baladí, como es un balde de agua.
Y esto, ¿acaso porque no hay temas mejores? No, no es por eso.
Al contrario, un balde de agua como aquí se lo comprende es algo supremo.
Porque, no se trata aquí del valor de un balde de agua en
relación a su utilidad para las labores hogareñas.
Tampoco de la rutina que podría hacernos concluir cuál es
el significado e importancia que un balde de agua tiene o representa en la
economía de una familia.
No, no se trata de eso.
Mirado bien, un balde de agua es un milagro y hasta un prodigio. Es algo maravilloso.
En él está contenido el cielo insondable, hecho del tamaño
de un balde, es decir: diminuto, nimio, destrozable.
Y está, igualmente, el abismo más profundo y la agitación
más delirante.
2. El
hechizo
Como reposa dentro de él la calma más absoluta y extasiada.
Un balde lleno de agua está atento, además, y razonable
para escucharnos.
Está presto a nuestras voces que pueden encontrar el hueco
de su oído en algún lugar, sea en su centro o sea en sus orillas infinitas.
Y, ¿para qué?
Para hacerle oír lo que sentimos y pensamos.
Quizá para confiarle nuestras cuitas y nuestras historias.
Para que nos oiga y sepa las preguntas y las confidencias
que le hacemos.
¡Vaya importancia y trascendencia entonces que tiene! ¡Y el
hechizo que guarda en el fondo el tener que acarrear el agua desde una fuente
ensimismada o desde un caño indescifrable!
Y de traerla todas las noches a casa, llenando los barriles
y dejando todos los recipientes llenos para el uso diario del día siguiente.
3. Letras
y números
En este trajín hay que descansar con los cubos luego de
algún trecho. Entonces nos sentamos a ver lo que dentro de ellos ocurría.
Allí están reflejados: el cielo estrellado, los aleros de
las casas, la luna y las sombras de la noche.
Y estamos nosotros mismos asomados a ese espejo iridiscente.
Pero, es más, en la superficie del agua, que se bambolea
haciendo ondas fugaces al reflejar la luz de la luna, resulta que algún hado
juega.
– ¿Así?
– ¡Sí!, escribiendo en plata bruñida que se mueve y
desaparece letras y números, que nosotros escudriñamos y vamos pronunciando con
nuestras voces inocentes.
Y con los cuales nos ilusionamos en creer que ya ganamos la
suerte, que a nosotros nos tiene deparado el destino, de alguna lotería
imaginaria.
Son letras y números inscritos en boletos que nunca hemos
comprado y que eran la puerta para ingresar a toda Tierra Prometida.
4. Pétalos
de rosa
Como también leemos sílabas con las cuales componemos
palabras, con nombres extraños de aquellas niñas que en algún lugar remoto o
cercano nos esperan.
Hacia las cuales nunca llegaremos, pero el balde de agua sabe
cuáles son sus señas y cuáles son las puertas para llegar hasta ellas.
Y la clave del nombre de alguna novia lejana.
Signos que con su sortilegio reducen el frío y la oscuridad
de la noche insondable.
Suerte y destino el que cabía en esos recipientes humildes.
Y a partir de nuestras voces candorosas, en la noche estremecida.
Aparte de aquellos baldes en que cargamos la luna y el
cielo despejado o cargado de nubes que bogan.
Otros son los baldes que amanecen con un agua dormida o un
agua reciente, en donde ha caído la lluvia.
Lucen en su superficie algún pétalo de rosa de algún
enamoramiento furtivo.
5. Pero
hay
Idilio ocurrido entre el cielo y la tierra en una hora para
siempre inolvidable en el corazón de quienes lo gozaron y sufrieron.
Hay otros baldes con un agua quieta que se ha hecho eterna.
Ellos se guardan en algún sitio, temibles por las
alucinaciones en que aleros y tejados se sumergen, pierden el sentido de la
vida y se fascinan por lo que no tiene razón ni asidero.
Por mirarse al fondo de esos recipientes es que los pilares,
las vigas y las cumbreras de los techos se han hundido o levantado, sumidos en
el delirio.
Se han sumergido en el éxtasis de la calma. Y se han hecho
para siempre perpetuos y heridos.
¡Ah! baldes de agua compasiva.
Pero hay otros que parecieran no guardar nada porque se
derraman por la lluvia indetenible.
Y porque, descorazonados, soportan la avalancha,
desbordándose hacia lo incognoscible.
6. Solo
allí
¡Debido a que en la tempestad nadie los retira pierden toda
noción y se extravían!
Y entonces en cualquier momento yacen derrotados y tendidos
por el suelo.
No guardaron nada por vivir arrobados y absortos.
Es en esos baldes vacíos y sin recuerdos en donde hasta el
olvido se extenúa.
¡En esos como en otros baldes cuánto
te he hablado!
Solo allí la vida, que no tendré
ni he tenido, sigue latiendo, palpitante y posible.
Solo allí permanece eterno lo
fugaz.
En cada balde están las claves
secretas, las cuerdas pendientes, los juncos y lianas para ascender y salvarse.
Solo en ellos están los
andariveles de los cuales asirse.
Y las gradas para llegar hasta
ti y contigo recorrer lo imperecedero.
7. En todo
oleaje
En esos baldes en que hemos acarreado
agua siendo niños están los haces de luces y fuegos fatuos de los reinos
prometidos.
Están el mundo de adentro y el
mundo de afuera virginales.
Que miramos desde el mundo de
este plano y de estos suelos desflorados.
Y los otros mundos posibles, tan
reales como este, y en los cuales estamos parados y en los otros en que te quise
y te he perdido.
Porque, ¿qué más humo y ceniza
que todo esto que nos rodea?
Y no hay horóscopo, ni hoja de
ruta, ni carta astral más intensa que los signos que se dan en el agua que se
mueve.
Signos de esos mundos factibles que
se dibujan en todo oleaje, por mínimo que fuera. En el agua porque es lo que
más se amolda a todo lo que pasa.
Entre esos mundos inhallables
estás tú, queda en mi alma, niña lejana.
8. No hay
augur
Porque en el agua están las
estrellas titilantes como en ella boga la luna arrebolada.
Y en el fondo de esos baldes han
quedado nuestras voces desamparadas.
Y nuestras manos temblorosas,
que cogen el asa ensimismada.
No hay oráculo ni profecía, ni
ojo de vidrio tan lúcidos e intrincados, como las letras y números que quedaron
en los baldes pasmados.
Y no hay augur, pitonisa o adivina
más infalibles que estos signos que vimos revueltos pero deben estar quietos en
algún sitio.
Exactos y certeros en su vuelo fugaz
y en sus designios, en su lucidez como en su ceguera, sobre todo para saber
quiénes pudimos haber sido.
Porque en ellos está lo que es
el agua de adentro y el agua de afuera.
9. Yo
y tú
Signos vertiginosos como son las
cosas, cuando el infinito es quien las empuja y quien los agita.
Porque: ¿qué somos nosotros en
el cálculo de los tiempos eternos?
Apenas, y ni siquiera, briznas
de luces y de sombras en un balde de agua titubeante.
¿Qué somos ante tanto enigma? ¿Ante
el agua que recorre abismos como cimas inhiestas? Quizá solo algo que apenas
compadezca.
Yo y tú no pudimos quedarnos
delante de los acertijos que cifran y descifran lo que fuimos, somos y pudimos
haber sido.
¿Recuerdas? Por quedarnos a
exprimir tu falda mojada por el bamboleo mientras corríamos.
Para que todo me parezcan ahora
rutas de caminos inhallables, como senderos para siempre borrados y definitivamente
perdidos.
10. A
ti
Por haber hecho caso solo a este
mundo de aquí abajo, cuando hay tantos mundos posibles arriba y en el fondo que
se mira en los baldes, que solo se nos da un breve instante para avizorarlos.
A veces, para apenas elegirlos.
Y, las más de las veces, para perderlos irreparablemente en la vida.
Por eso yo ando entristecido de
que todo se haya esfumado, aunque a nadie responda.
Que todo se haya escabullido en
los pliegues del tiempo y los días, sin yo poder abrazarlo.
Y siempre esté yéndome, siempre esté
huyendo, siempre esté volviéndome fantasma.
Siempre hacia ti, amor mío, inhallable
en el infinito.
A ti, a quien hablé a
la orilla de un balde en el descanso de llenar los barriles.
¡Ah, baldes llenos de signos de
agua, insondables!
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