Danilo Sánchez Lihón
1. Los animales
gimen de hambre
– No llores mamita. –Le ruega Iris a su oveja desde el
otro lado del muro del corral de la usurera.
En su casa ya no han tenido qué comer. Y ella misma ha
llevado a su preferida a empeñarla para no dejar morir a su familia.
Hace tres días ella misma la empujó para que entrara a
la cerca de la vieja que se niega a darles de comer a los animales.
La mujer presta dinero y cobra intereses para que las
personas recuperen sus prendas puestas en empeño.
Como la gente ya no tiene qué prenda dejar ni cómo
pagar sus deudas anteriores empieza a llevar a sus animales: ovejas, chivillos,
gallinas, pavos que lloran desconsolados.
Hay en su redil varias vacas con sus becerros.
Los animales gimen de hambre implorando al cielo,
quien al menos descarga una tempestad que llena los pozos desde donde sorben un
poco de agua.
2. Mujan, balen,
píen, aleteen
Los hombres se arrodillan suplicándole a la señora:
– Dele un puñadito de cebada de sus costales a mis
chivillos, ¡por amor de Dios!
Pero ella les regaña:
– ¿Qué yo los voy a dar de comer? ¿Qué se han creído?
¿Encima que les presto dinero debo darles comida a sus animales? ¡Qué sin
vergüenzas habían sido!
Y desde su corral se alza un lloriqueo desgarrador de
los animales. Entonces entra a su corral armada de un palo y los golpea,
gritando:
– ¡Mujan, balen, píen, aleteen!, para que sus dueños
les rescaten pronto, pagándome la plata que me deben.
– ¡Señorita, por piedad, dele alguito!
– ¿Yo darles de comer? ¡Nunca! ¡Si sus crías les dan
lástima, vayan a traer la plata y paguen la deuda!
– Y, ¿si conseguimos comidita?
– ¡No! ¡Yo no voy a estar dándoles de comer! ¿Me van a
poner de sirvienta de sus animales?
3. Resiste,
corazón
Desde lejos los campesinos vienen hasta la pared. Y
hablan musitando para adentro, dándoles palabras de aliento a sus criaturitas:
– ¡Ya mi linda! No llores pues más, mamita, preciosa.
¡Todo va a mejorar! Ya verás. Yo haré lo que sea por ti.
– ¡Meeee! ¡Muuu!
– Yo mismo me venderé, con tal de sacarte. Para mañana
ya estarás libre, mi flor. ¡Pero no te mueras, corazón! ¡Resiste, perla mía! Yo
te prometo llevarte mañana conmigo a casa. Pero no llores así, mamita.
– ¡Meeee! ¡Muuu!
Y a ratos gimen juntos: oveja y hombre, vaquita y
hombre, chivillo y hombre; frente con frente rogándose, pero separados por los
adobes dolientes.
De ese modo se apaciguan un poco los animales y mueren
resignados al otro lado del muro, sollozando en silencio.
Ellos sí entienden el dolor de la gente. A ratos se
calman completamente, para no hacer sufrir más a sus amos. Es en esa demora que
los animales mueren.
Y mueren encogidos, no estirados como los soberbios
que hasta para el morir se estiran. Allí ya no sufren por su hambre ni por el
hambre de sus dueños.
Aunque quizá vayan a sufrir peor por los campos por
donde vayan hacia los cuales enrumben sus pasos y sufran peor sino por las
penas de los seres humanos que aquí se quedan.
4. Llegan
corriendo
Después que se han muerto hombres y mujeres deambulan
por la ciudad rogando que les den trabajo. En tal caso, al dolor inmenso se
mezcla el consuelo infinito porque el animal ya no sufre.
Es un gozo y extravío con el cual podemos hacer
cualquier cosa incluso en relación con las estrellas.
Eso sí, si ha muerto el animal no hay lugar a reclamo,
porque el papel firmado dice incluso que se tiene que pagar más por el gasto de
arrastrar el cuerpo hasta una zanja donde lo coman los gallinazos y los
cuervos.
Pero antes de que eso ocurra la gente se humilla en
los pueblos y en los caminos haciendo cualquier labor y diligencia con tal de
rescatarlos.
Entonces llegan corriendo y acezantes con el dinero. Y
gritando:
– ¡Ya logré rescatarte, mamita! ¡Ya tengo el dinero,
papacito! ¡Aquí estoy viniendo! –Aunque con frecuencia esto hacemos no lo
sabemos si llegamos vivos o ya como almas.
La vieja sale y cuenta la plata a la orilla del río
porque hay ahí una piedra en donde hace sonar las monedas para ver si son
falsas.
Si hay alguna falsificada, la arroja a las aguas. Y
sus dueños por más que se hundan a sacarlas y se arrodillen ante ella no
consiguen conmoverla.
Encima de los billetes pone una piedra para que no lo
rasgue el viento.
5. Todo
lo arrasan
Iris ha empezado a mendigar con tal de pagar por su
ovejita.
Pero, por más que ha hecho y se ha esforzado no ha
podido completar la suma.
De todos modos, ha venido hasta donde ella que está
encerrada.
La llama y ya casi no responde. Apenas bala. Y agoniza.
– ¡Meee! ¡Meee!
La noche es fría. Oveja y niña, por la congoja, la
extenuación y el viento helado no han resistido más el sufrimiento. Y ambas han
muerto.
Pero las han encontrado a una y a otra cabeza con
cabeza, solo divididas por el muro.
Es entonces que el Río Mayo ha montado en cólera y
decide hacerse turbio, violento y súbito. En su cima nevada se han formado
nubes funestas.
El río repentinamente se ha cargado y golpea violento
contra las rocas y las peñas.
Ya sus aguas se revuelven aciagas. Atruenan con furia
y se precipitan turbulentas, peña abajo.
Y todo lo arrasa. Y todo lo acaba ciego de ira.
6. Con fauces
ávidas
Pronto sus espumas furibundas y luego su lava y su
correntada invaden la casa de la vieja.
Y de los pies la arrastran. Se la ve huesuda
revolviéndose con sus faldellines, sus calcetas y los billetes que sujeta con
sus manos y sus dientes.
– ¡Misericordia! ¡Ayúdenme! –Clama.
Y desaparece debajo de la cascada, envuelta por las
aguas, dando tumbos.
El oleaje ingresa por el umbral de su casa. Y luego
invade los rincones de las habitaciones, devorando todo con fauces ávidas y
feroces.
Los billetes que el río encuentra los trastoca en
peces.
De los fajos de diez soles se desprenden los paiches y
gamitanas.
De los atados de veinte soles saltan temerosos los
pejerreyes dorados.
De las rumas de cincuenta soles se mueven las
palometas.
De los cien soles corren sigilosos a esconderse los
peces de ojos de uva.
7. Todos
comemos
Las monedas metálicas son convertidas en almejas, en
mariscos y en crustáceos que ahora arañan y se deslizan poblando estas riberas.
Así se hizo la comida abundante que nos prodiga ahora
el río. Él convirtió la avaricia y la codicia del alma humana en dádiva. Lo
sórdido y mezquino lo hizo generoso y magnánimo.
Así: de los reales y pecetas nacieron las conchas de
abanico y se estiraron a caminar las machas y los muymuyes.
Del medio sol, o cincuenta céntimos, avanzaron
moviendo sus colas los camarones.
Y de las monedas de a sol se ve cómo surgen y corren a
esconderse presurosos, para vivir bajo las piedras, los langostinos colorados.
El río Mayo de esa manera quiso que nunca padeciésemos
hambre. Desde entonces es que abunda la pesca en estas aguas, que son pródigas.
Aquí ahora nadie se queda de hambre. Todos comemos.
– La vieja avara se ha ido lejos. Ahora vive en el
extranjero.
8. ¿Qué
hacer?
Pero se ha vengado de nosotros de otra manera,
cobrándonos una deuda más grande y ominosa: la deuda externa que diezma, saquea
y siembra de muerte silenciosa e invisible nuestros campos.
– La vieja avara se fue, pero ahora ha regresado con
otro atuendo, vestida de Empresa Minera.
– Y ya comenzó a envenenar las aguas del río, donde
todo empieza a morir.
– El río nos dio la comida todos estos años. La minera
ha empezado a arrojar en él sus relaves y lo inunda de desechos tóxicos.
– Ya empezaron a desaparecer los peces.
Antes la usurera mataba de hambre a nuestros animales.
Ahora convertida en Empresa Minera mata la vida del río, con lo que demuestra
que es el mismo esperpento.
El río es nuestro padre, nuestra madre, nuestra
heredad y hasta nuestra progenie.
No podemos dejar que en él todo se torne muerte.
¿Qué nos corresponde hacer, entonces, ahora?
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