ERNESTO RÁEZ:
SIEMPRE RECORDARÉ
AGRADECIDO
Danilo Sánchez Lihón
1. Era
su joyita
Para Ernesto Ráez Mendiola aquellos lugares vetados
del Rímac donde nació y se crio siendo niño, eran su nido y su cobija, adonde
entraba y salía como si fuera su propia casa.
Los requisitoriados, los fugados de las cárceles y
buscados por la justicia y la ley, lo cuidaban a él como si fuese su propio
pupilo.
Caminaba de su casa a la tienda de su padre, un trecho
de ocho cuadras que todo Lima lo evitaba hasta en las pesadillas, recorriéndolo
él de día o de noche. Porque la gente cuidaba a ese niño seguramente porque
veían algo en él: los arranchadores o los atacantes con navaja, sean meros
palomillas o los escaperos de todo pelaje.
Incluso se inclinan a saludarlo a su paso, porque
saben quién es y lo que lleva dentro. Había nacido en el tuétano y en el corazón,
si es que lo tenía o si es lícito decirlo así, de ese barrio vetusto. Pero de
allí él era su joyita. O al contrario: su lunar en la cara, serio y aplicado.
Y aunque sea difícil creerlo, aquellos señalados por
la ley lo respetaban por juicioso. Y, en vez de zaherirlo o burlarse o querer
obligarlo a ser como ellos, lo admiraban, lo cuidaban y querían.
Y hasta se sentían orgullosos de que él fuera tal y
como era. Tanto que cuando apenas se le engrosó la voz era a él a quien pedían
consejo y finalmente a él le pidieron la mano de sus hermanas.
2. La mano
amiga
En esas van y estas otras vienen, un día conoció allí
a Tatán, un señor que llegaba al barrio y que inmediatamente impresionaba a los
niños por sus modales, su elegancia y porque los premiaba con golosinas y
caramelos y tenía un aura que relumbraba más que el diamante que tenía
incrustado en su dentadura.
Con aquel bandido y facineroso legendario, ¡ahora mito
y estropajo!, estuvo Ernesto cogidos de la mano. ¿Pero, qué hay en todo ello
como fondo y metáfora y que es la razón para que aquí lo cuente? ¿Cuál es el
motivo para que aquí lo relate?
En todos ya estará figurado el significado que esto
tiene para la educación, la cultura y el destino de nuestro pueblo. Aun así lo
reiteraré uniendo otro cabo suelto, cuál es que en la infancia de Ernesto había
otra casa que era la de su abuelo en el barrio chino, a escasas cuadras de los
fumaderos de opio.
Para ir a ella muchas veces ha tenido que cruzar con
el espectro o el endriago del vicio en su camino. Tropezaba con él a unos
centímetros de su cara. Ahora bien, ¿cómo haber pasado encima de esas brazas
sin que lo chamusquen ni le quemen? Ahí está la proeza. ¡Es esa la cuestión de
fondo! Es decir: ¿qué le dieron sus mayores en cuanto a formación y naturaleza?
“Porque si tú eres otro, el vicio ni te mira ni te toca ni te alcanza”,
enfatiza.
Todo depende del ser para el cual estás formado, ya
que tú eres quien gobierna tus pasos, por más que el camino sea abrupto, lleno
de atajos y de espinas.
3. Asombro
y estupor
Para eso también tenía la mano amiga y cordial de su
padre de quien heredó el buen hablar, el liderazgo sin codazos. Y la
inclinación inveterada por los espectáculos, principalmente el teatro, el
fútbol y los toros.
Y Ernesto cuenta que en el trayecto de su casa a la
tienda de su padre, en el Mercado “El baratillo”, de Barrios Altos, pasaba por
una escuela donde una maestra de blusa blanca, falda parroquial, trenzas de
colegiala e índice amonestador, tenía un método muy peculiar de enseñar cantando.
Por esta razón él se detenía siempre en la puerta y miraba hacia adentro.
La maestra leía unos cuentitos muy cortos y luego
dejaba que los niños adivinen o traten de deducir las palabras que conformaban
el texto escogido, que era muy simple y muy breve. Según ha referido Ernesto;
¡ése es un magnifico método de enseñar!
Porque el niño se ve inquietado a adivinar, a formular
hipótesis de aprendizaje, como diría un constructivista pedagógico de los
tiempos modernos. Porque Ernesto aprendió a leer solo de pararse en la puerta y
contemplar lo que se enseñaba adentro.
Lo cierto es que el método dio resultados inmediatos,
tanto que un día que llegó el periódico a la casa, Ernesto resultó leyendo ante
el asombro y estupor de toda su familia.
4. Siempre
recordaré
Pero he aquí que le sobrevienen dos desgracias
tremendas en aquel tiempo y cuando apenas era un adolescente: muere su padre y
diez meses después también muere su madre.
Para sostener el hogar, de 11 hermanos, tuvo que
trabajar, y lo hizo de todo: de carbonero, de vendedor de kerosén, de
verdulero, de repartidor de ron de quemar, de ropavejero. ¡En fin... de todo!
Ha escrito:
"No soy historiador, pero tengo mejor memoria que
muchos historiadores que llegan a mutilar los hechos. Tengo escritas algunas notas
donde testimonio lo que he visto y oído en el mundo del teatro desde 1946.
Aquel año comencé a apreciar este arte maravilloso que
me enseñaron a amar Ernesto Ráez, mi padre, y Amelia Mendiola, mi madre. Y mis
profesores de primaria en el Centro Escolar 431 del Rímac.
Siempre recordaré, agradecido, mi paso por las aulas
del Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe, donde tuve extraordinarios
profesores y talentosos compañeros de estudios que hoy honran a la ciencia, al
arte y la cultura del Perú y del Mundo".
5. Coro
de mendigos
De aquellas épocas no tiene un maestro único, al cual
le deba reverencia y pleitesía. Cree que de cada uno de sus profesores tomó un
poquito de aquí y un poquito de allá.
Eso sí, terminada la Educación Secundaria él sabía que
podía ingresar a donde quisiera, sea a medicina o a ingeniería.
Tenía conciencia plena que lo haría, pero su elección
ya había sido tomada desde mucho antes: el teatro.
Postuló así e ingresó de inmediato a la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos. Estudió en la Escuela Nacional de Arte Dramático
de la cuatricentenaria universidad a fin de prepararse ¡para ser profesor de
arte escénico!
En esa actividad, ya como actor, ha hecho teatro desde
los 14 años de edad con su maestro don Luis Álvarez, uno de los grandes actores
del teatro peruano.
Fue él quien a esa edad lo llevó a la Asociación de
Artistas Aficionados, AAA.
Así resultó entropado en el coro de mendigos que
seguían a Jorge Montoro, quien interpretaba "el pobre" en el Gran
Teatro del Mundo", Auto Sacramental de don Pedro Calderón de la Barca,
dirigido por Ricardo Roca Rey.
6. Hacerlo
aflorar
A este respecto, quiero referir un rasgo, a mi
entender notable en la personalidad de Ernesto. Él, desde estudiante, ya tenía
vocación de maestro.
¡Es interesante ver cómo estudiaba las materias en la
escuela y en el colegio secundario, con un método estupendo! Ciertamente, no
como la mayoría de nosotros, los simples mortales.
Ernesto repasaba un curso o una asignatura, pero del
siguiente modo: reunía a dos, tres o más amigos o compañeros de aula ¡a fin de
enseñarles!, y él mismo explicarles la materia, sea un asunto, un tema o una
lección.
¡Es su manera de estudiar y aprender, pero enseñando!
Allí reconocía con asombro cómo se escuchaba decir
cosas que recién las descubría, aspectos y detalles de ésta y la otra materia
que él mismo se admiraba de decirlas. Y después ¡de saber que eran ciertas y
que hasta ahora no sabe cómo es que las había intuido!
“Es que yo creo que uno se estimula haciendo de maestro”,
reflexiona. Porque es enseñando como uno más se ilustra.
Aprendió así a sintonizar con su currículo oculto o
escondido, del cual ahora hablan los psicólogos del aprendizaje quienes nos
advierten que el recurso más eficaz e infalible para aprender es hacer aflorar
esas potencialidades.
7. Motivador
más que educador
Así él fue un alumno brillante, obtuvo la Medalla de
Plata de su promoción, por demás extraordinaria por las personalidades que la
conformaron.
Para poner un caso: un intelectual y científico muy
conocido por todos nosotros, como es Carlos del Río, quien dirigió el CONCYTEC
de manera magnífica, era su compañero de asiento en el Colegio Nacional de
Nuestra Señora de Guadalupe.
Como hemos visto, su conocimiento se sustenta en la
actitud de arrojarse a las aguas profundas de lo que es ser maestro. Y ésta es
otra de sus virtudes trascendentes:
Enseñar a sacar elementos de lo profundo del ser, a
dar lo que se tiene pero de manera afectiva, misteriosa y entusiasta. ¡A
vaciarse de sí!
Respecto a esto, Ernesto me escribió una carta donde
dice:
"Creo que siempre quise y he logrado ser un buen
profesor; como profesión de fe o vocación vital. Reconozco que donde me siento
y me he sentido más cómodo siempre ha sido enseñando.
Algo que nace muy dentro de mí me impulsa a ser
maestro... motivador más que educador o formador. Posiblemente orientador y
guía antes que entrenador o informante".
Maestro de alma, hombre señero, voz que orienta y
conduce a su pueblo.
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