Danilo Sánchez Lihón
1.
A Lima
regresó por él después de 8 años
que culminó
su doctorado en Estados Unidos.
Y porque
ya no le era posible atajar ni seguir
espantando
la cantárida azulada del recuerdo
que la herían y
acosaban desangrándole el alma.
Su tumba
fue lo primero que buscó en esta
ciudad
colmada de gente que va y viene
presurosa,
cada quien con su destino grande
o pequeño;
o su desatino, como si algo o todo
se hubiera
extraviado y tendríase
que olvidar
o buscar
inútilmente entre bares, callejones,
puestos de comida
y mercachifles de baratijas. ¡Igual
de inhallable
a como es también aquí el sentido
de la vida!
2.
Él
todo un varón ecuánime e insigne
en cuya lápida
reza así: "Augusto Salazar Bondy
1925–1974”.
Quien hizo de la filosofía sendero
de liberación,
a quien ella amó porque el destino
así lo quiso,
siendo estudiante extranjera quien
vino
desde lejos a seguir el postgrado
en San Marcos, y
él correspondió con amor callado,
sereno
y sensitivo; recordando turbada y
conmovida
que nunca le hizo el amor ni llevó
a la cama.
No propuso eso ni sugirió siquiera.
Aunque
confiesa que ella estaba dispuesta
y lo hubiera
querido, que en verdad lo anheló
mucho,
que aún ahora clama con arrebato,
cuando
con gemidos llama en sus noches
de hondo desvelo!
3.
En su vida
hubo otros que sí supieron llegar
a seducirla
y ella aceptó por equívoco; y con
quienes
compartió momentos de arrebato
cediendo
incluso a sus caprichos, e intimó
plena
de deleite, frenesí y hasta delirio.
¡Porque
quizá son atajos, boyas y anclas
para no
rodar ni caer al vacío!, lo piensa
ahora.
Pero de ellos el viento del olvido
ha borrado
sus nombres, sus historias, lugar
de origen
y sus rostros en forma definitiva.
En cambio
él es una presencia viva y plena
en sus noches
de insomnio e inquietante deseo.
Él es
volcán, brasa ardiente y eclosión
que no acaba.
4.
De allí que
lo primero que
hizo al descender
del avión y
salir del aeropuerto con su bolso
y maleta
fue abordar un taxi al cementerio
del Ángel.
La tarde brillaba dulce y hermosa
y como tal
desgarradora e insufrible. Y fue
un duro
golpe situar el lugar donde yacía
sepulto
Y ahí estuvo inclinada en el sitio
deshaciendo
terrones con sus labios y dientes;
apretándolos
a su frente,
sus senos y mejillas
y mirando
el contorno con los ojos perlados
de lágrimas,
los suspiros sacudiendo su pecho
y espalda,
los cabellos revueltos sacudidos
por el viento,
confundida con las alas sumisas
e involuntarias
del crepúsculo, y las hojas caídas
de los cipreses
y quietos abedules que allí moran.
5.
Y luego
estuvo revoloteando en torno al
montículo,
como ave que planeara hacerse
allí
un nido; hablándole enternecida
como si nada
hubiera ocurrido, como si la vida
y la muerte
siguieran sin desunir ni separar
nada
respetando sus destinos, y cual
si ellas
fueran dos hermanas comunes
y corrientes.
Ella no puede olvidar sus manos
cálidas,
su rostro cenceño ni sus bigotes
punzantes
y negrísimos. Y su voz de trapo
viejo.
Llorando luego a gritos y la gente
preocupada
diciendo: ¿Por quién llora mujer
tan hermosa?
Esta vez sin que pueda hablarle
ni consolarla,
como solía hacerlo cuando vivía.
6.
Siente
que estará eternamente vedando
las hojas
que caen sobre el túmulo donde
ahora solloza,
tal como se acarician las manos,
la piel
y los cabellos del padre y el hijo
amado
a quien se quiere desde siempre
y para siempre,
con amor sublime y apasionado.
Ella
se casó, es cierto, como también
que se divorció
muy pronto; porque sentía que él
era cabal
y ya una presencia irremplazable
en su vida.
Cuida a sus hijos con su empleo
en una universidad
norteamericana. Pero su sueño
enardecido es
encontrarse con él en la otra vida
porque
esta es imperfecta y confusa. Es
lo único
que la consuela. En eso piensa y
en eso cree.
7.
Hoy
es día domingo: visita a la madre
a quien
encuentra enferma, abandonada,
y sola,
recordando en todo momento al
hijo
muerto, a quien siente que llega,
abre
la puerta, y le habla incansable,
con voz
atiplada de niño. Y siempre, cual
solía hacerlo,
aclarando un enigma de filosofía
que antes ella
resolvía jubilosa pero que ahora
le extasía su
voz, gestos y su aroma viniendo
desde lejos.
Enigma que pese a su amor no
resuelve.
La víspera de su retorno arregla
una pensión
para la anciana, que ya ella verá
cómo
lo descuentan de su magro sueldo
de profesora.
8.
Esta
es la historia simple de una mujer
a quien
él cambió su vida. Y es la suerte
de un varón
que sembró sin desperdiciar voz
ni semilla. A
quien nunca olvidará esta mujer
que hoy
vino desde lejos, desde un lugar
remoto
a rendirle su amor y su pleitesía.
Mujer
a quien yo he visto llorar y gemir
por un amor
que nadie sabrá decir si fue o no
fue
amor, nadie sabrá si existió o no
existió,
si es tangible; si es luz o sombra.
9.
Pero
lo cierto es que ante él ella eleva
su queja;
es ante él que ella argumenta, se
encoge,
confiesa y adelgaza. Ante quien
ella
existe aunque él ya esté ausente.
A quien
ella buscará en la otra vida hasta
el sinfín
de los tiempos, con quien ha de
ir
a encontrarse el día que muera.
¿Se podrán
ver en algún momento? ¿Vivirán
juntos?
¿La muerte es una espera? ¿Qué
somos
nosotros los hombres? ¿Simples
quimeras?
Pero al final
de todo, el solo hecho
de habernos
mutuamente soñado ya lo justifica
todo
haciendo posible que hayan otros
mundos y otras vidas.
10.
Hoy
ella regresa a los Estados Unidos
de donde vino.
En el aeropuerto hay trajín de gentes
que van
y que llegan. En el andén, revisados
sus documentos
y dado el anuncio de abordar la nave,
voltea a mirar
el cielo gris y un llanto incontenible
sacude
todo su cuerpo. Y cae en el pavimento.
La conducen
a enfermería pero prescriben que no
es de peligro.
Es la hora que quizá estaba planeada
para el encuentro
con él. Enjuga
sus lágrimas y avanza
por la explanada
hacia una escalera que deja atrás
el pavimento
y el crepúsculo indescifrable.
Y flotando
en los mástiles de las naves
sus recuerdos
como retazos de velas rasgadas
en un sueño.
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