martes, 17 de noviembre de 2015

DÍA MUNDIAL PARA LA TOLERANCIA: PASTABA EN UN VERDE ALFALFAR - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN


 
    
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
2015 AÑO
DE LA DEFENSA DE LA VIDA
Y DEL PLANETA TIERRA
 

NOVIEMBRE, MES DE LA GESTA
DE TUPAC AMARU; LOS DERECHOS
DEL NIÑO; VIDA Y EJEMPLO DE
J.M. ARGUEDAS Y MANUEL SCORZA
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO

 SANTIAGO DE CHUCO
CAPITAL DE LA POESÍA
Y LA CONCIENCIA SOCIAL

 *****
 
PRÓXIMAS ACTIVIDADES
DE CAPULÍ
 
ADHESIÓN

 
JURAMENTACIÓN
DEL NUEVO CONSEJO DIRECTIVO
DEL GREMIO DE ESCRITORES
 
PRESIDENCIA:
LUIS FLORES PRADO
 
MIÉRCOLES 18 DE NOVIEMBRE
7 PM. ASOCIACIÓN GUADALUPANA
AV. ALFONSO UGARTE 1398. LIMA

 
*****
 
PREMIO
PALABRA EN LIBERTAD
PERÚ

 
OTORGADO A:
DANILO SÁNCHEZ LIHÓN
 
SOCIEDAD LITERARIA
AMANTES DEL PAÍS
 
CEREMONIA
25 DE NOVIEMBRE 2015
CLUB SOCIAL MIRAFLORES

 
*****
 
 DÍA MUNDIAL
PARA
LA TOLERANCIA

 
 
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 
PASTABA
EN UN VERDE
ALFALFAR
 
 
Danilo Sánchez Lihón
 
 
 “Criaturas de Dios, si pudierais volverme
todo lo ingenuo que como vosotros tuve!
Y enseñarme a jugar con los azares
de la vida que me tienen pensativo;
y enseñarme a reír como vosotros
del caballo de palo de la vida”
Santiago Pereda
 
 
1. Oiga
usted
 
– Ya asentaron la denuncia en el Puesto de la Policía. Y también han ido al Juzgado. Están buscando al malvado que hizo tremenda fechoría.
– Dicen que a don Pablo Porturas lo han llevado de emergencia al hospital, porque casi le ha dado un infarto de la cólera que ha tenido.
– Hasta bala le han ido a tirar a la casa de don Lizardo Geldres.
– Es que ese caballo don Pablo lo había prometido regalar por Fiestas Patrias al Presidente de la República, y solo lo ha traído al pueblo de pasada y para que comiera la rica alfalfa que se produce en nuestra tierra.
– ¡Pero fíjese cómo es la maldad de la gente! –Aduce mi tía Carmen.
– Aquí está metida la política, señora. Y cuando es así se contamina todo. Y ni los animales se salvan.
– Han tenido que ser ellos, los enemigos políticos de don Pablo Porturas, sino: ¿quién más?
– Eso digo: ¿Quién no va a tener un tanto de conciencia, un poco de juicio  y siquiera un mínimo de sangre en la cara para evitar hacer tamaño daño, oiga usted? ¿Ah?
– Y el que lo ejecutó tiene que ser alguien muy temerario, oiga usted; porque si lo cogen ahí no más le meten bala y lo dejan tieso.
 
2. Quién
sabe
 
– ¡Yo que fuera! ¡Claro que lo hago! ¡Matarlo ahí nomás es lo preciso, oiga usted!
– ¡Cierto! Y, no hay duda que han ejecutado bien el golpe. ¡Y eso que hasta espías ahora ponen en las calles y en las esquinas!
– ¡Cómo se ha malogrado así nuestro pueblo!
– Y le han dado donde más podía dolerle a don Pablo. Ya ve, casi lo han matado de un infarto. Y han pasado diciendo que todavía no se recupera, que sigue postrado.
– ¡Ah, caramba!, pero también se han desquitado sus partidarios. ¡Han ido y casi le han quemado la casa a don Lizardo, solo que con ella iban a arder otras viviendas!
– Bien hecho para que haya tranquilidad en el pueblo, sino ¿hasta cuándo vamos a padecer estos altercados?
– Porque si don Lizardo no ha sido, él por lo menos sabe quién ha cometido tamaña perversidad que es un verdadero atropello. Una cosa así no le pasa a su enemigo si no le consultan antes su parecer.
– ¡Por supuesto! Pero dice la gente que a la casa del hermano de don Lizardo también le han hecho destrozo y medio, que le han roto los vidrios de las puertas y ventanas.
 
3. Ejemplar
tan hermoso
 
– ¡Jijuna! Pero el hombre que cuida el caballo dice que ha sido un niño.
– ¡Miente! ¡Cómo un niño va a poder hacer semejante cosa! ¡Y también cómo no van a poder cogerlo del cogote y darlo vueltas en el aire si apenas es un mocoso!
– ¡O quién sabe si los enemigos de don Pablo se han valido de un niño para hacer esta maldad!
– ¡Si eso es cierto quiere decir que ya no se respeta nada, oiga usted!
– Pero, pero para mí que han calculado mal, pensando que no pasaría de una broma, o de una candonga que le darían a don Pablo, sin que le afecte mucho. Pero hasta lo han puesto al borde de la muerte al hombre. ¡Y con lo recio que es!
– ¡Este, en todas sus letras, es un atentado criminal!
– ¡Pero oiga usted, si hubiera visto pasar al caballo después que le cortaron la cola, se hubiera muerto de susto y sobresalto! Y, después, de risa, como a mí me ha ocurrido, con el perdón de don Pablo, al verlo a su alazán.
– ¿Así? ¿Era tanto?
– ¡Claro! Porque caminaba como si a una mujer le hubieran cortado la falda por las posaderas y la pasearan por la calle. ¡Daba pena y risa ejemplar tan hermoso!
 
4. Por lo oscuro
y por lo oculto
 
– ¡Pero qué!, ¿el corte de la cola es bien arriba?
– Demasiado! ¡Toda la cola lo han pelado, oiga usted!
– ¡Hay mucha mala fe en el mundo! Porque –digo yo– ¡atreverse a eso! ¿Y solo por molestar? ¡Solo por hacer perjuicio! Porque, ¿a quién le sirve una cola de caballo, díganme? ¿Para qué, digo yo? ¡La verdad, no comprendo!
– ¡Y cortarla de esa manera! Todavía si de allí un pobre pudiera hacerse una manta, o una frazada, o un abrigo. Pero, ¡de qué sirve una cola de caballo, salvo en el trasero del animal, oiga usted!
– Realmente, si lo pensamos bien, y por donde se mire y analice este caso, no es otra cosa que política.
– ¡Eso está claro!
– ¡Eso ni duda cabe, carajo!
Al escuchar esta conversación, poco a poco me voy agazapando más y más debajo del mostrador en la tienda de mi tía Carmen; charla en la cual interviene toda la gente que entra y que felizmente por lo oscuro y por lo oculto, no notan que yo me voy poniendo más pálido que cera, y muerto de miedo. Y siento en estos momentos que todo en mí, mis manos y mi cuerpo tiemblan, porque yo mismo me huelo a cola de caballo, por más que me he restregado en la acequia y luego en el puquio.
 
5. Hilachas
en mis manos
 
Y todo empezó en la última clase del curso de Trabajo Manual del día jueves, cuando el profesor Eladio Ruiz Cerna, nos amonestó a todos:
– Ya pasó medio año. El lunes próximo reviso asignaciones y quien no haya hecho la escobilla de zapatos será aplazado. Lo advierto con todas sus letras: ¡guerra avisada no corta orejas! Hay algunos alumnos que no han presentado ni una cerdita de su escobilla. ¿Qué es eso? Eso tiene un nombre: desinterés, desidia, irresponsabilidad, apatía. Entonces, ¡alerta alumnos! El profesor no es quien jala. ¡Es el propio alumno quien se jala en el curso! Hay algunos alumnos que no tienen ni un gajo de cerda. ¿Qué es eso? ¿No van a hacer su escobilla?
Yo era uno de ellos. De la escobilla de zapatos que tenía que hacer como Trabajo Manual solo había alcanzado a lijar las dos tablillas recortadas en rectángulo, boleadas, y una de ellas agujereada a espacios de cinco milímetros de huecos que he ido haciendo con una lesna ardiendo al rojo vivo.
Tablas que tristemente yo las hago sonar, una con otra, en espera de las cerdas que no consigo por ningún lado. Mis compañeros del campo prometen traerme un poco, pero al momento de repartir solo me quedan unas pocas hilachas en mis manos.
 
6. ¡Algo había
qué hacer!
 
Solo unos cuantos alumnos han logrado conseguirlas, y los demás probamos con otro tipo de materiales sin resultados aceptables. Yo, hasta le he echado el ojo a las trenzas negras, lustrosas y lisas de mi prima Amelia y en verdad estuve rogándole que se las cortara.
– ¿Para qué? –me pregunta. Y creo que ya iba a cedérmelas. Pero se enfureció cuando le he dicho:
– ¡Para hacer mi escobilla de zapatos, pues! –Alcanzando a tirarme por mi cabeza el pocillo felizmente vacío que ha tenido en sus manos.
En cambio los muchachos del campo que tienen chacras y animales ya han logrado ir enlazando las cerdas manojo tras manojo, las mismas que introducen jalándolas hacia atrás por el agujero, con un hilillo encerado, logrando que se doblen y haciendo que queden tiesas y anudadas en el anverso de la tabla, donde tiene que acoplarse la otra pieza de madera.
– ¡Pero algo tengo qué hacer! ¡No puedo quedarme impaciente esperando ser jalado en este curso! –Me repito dando vueltas.
El viernes por la tarde convenimos con Luis y Manuel en salir a buscar algún burro o vaca sueltos o dejados en el campo, de donde sacaríamos suficientes cerdas para cumplir con nuestro trabajo de manualidades.
 
7. Mis
compañeros
 
Quedamos entonces en encontrarnos este sábado después del mediodía, luego que la gente almuerza y se adormila, para coger desprevenido algún animal. Y les recomiendo sacar buenas tijeras.
Después de almorzar animosos y apurados y al encontrarnos les pregunto si tienen sus tijeras listas. Me dicen que no han podido extraerlas de los cajones en que las guardan celosamente sus madres.
Pero, como las mías son grandes, con eso basta. Salimos por el canto del pueblo caminando lentamente y como si nada nos interesara. Ni bien dejamos las últimas casas, antes de bajar a la carretera, en el camino hacia La Pamplona, se presenta ante mis ojos el trofeo que buscamos.
En un verde alfalfar pasta un caballo blanco como la nieve, cuya cola coposa y espléndida sacude provocativa meneándola hacia lo alto y bajo el sol de ese mediodía luminoso del mes de julio, La levanta airosa y latiguea como fuego contra las abejas y mariposas que ululan por el campo.
Tanto subyuga mis ojos de estudiante que le tenía tirria a las malas notas, ¡y miedo al resondro y a la jalada de orejas por el delito de sacar un rojo en la libreta!, que salto solo de gozo y emoción. Pero luego, conteniéndome y casi en un susurro, le digo a mis compañeros que no se han dado cuenta de mi arrebato:
– ¡Miren!
Lucho y Manuel se quedan alelados:
– ¿Qué? –Me dicen.
 
8. Soberbio
ejemplar
 
– ¡Ese caballo!
– ¿Y, qué?
– ¿No se dan cuenta? ¡Ahí está la solución! –Grito eufórico. Y continúo–¡Y no se ve a nadie que lo cuide!
– ¡Pero qué! ¿Vas a cortarle la cola? ¡Ese es un caballo fino y elegante! –Me precisan al unísono ambos.
– Y entonces, ¿cuándo vamos a hacer nuestras escobillas? ¿Vamos a dejar que nos aplacen en el curso?
– ¡Además, no hay por dónde entrar! ¡Tiene cerco de adobe y curahua!
– Por abajo. Mira, por abajo solo hay pencas y ¡cogiéndome de las hojas yo puedo subir! –Digo.
– No creo. –Replican a la vez–. ¡Es muy alto!
– ¡A ver, vamos!, –insisto anhelante.
Ante mis ojos relumbra, a la luz del cenit, el blanco níveo del caballo, ufano y soberbio en el verde alfalfar.
Bajamos lentamente y, como quien juega, nos sentamos a contemplar hacia la hondonada del río, a fin de no despertar sospechas.
Pero es un hecho, ¡parece que no se puede subir por esa parte hasta donde está aquel soberbio ejemplar del cual obsesionado no veo más que la cola descomunal y exuberante!
 
9. Con sus ojos
relucientes
 
Al principio, ciertamente, después de varias tentativas lo consideramos imposible subir, pero pronto en un arrebato de no importarme que las púas me hinquen en mi cuerpo.
– Shhhhit. –Escucho el siseo suave de mis compañeros.
Y haciendo el intento de trepar, ya estoy agarrado en lo alto a unas ramas que cuelgan, e impulsándome con los pies llego hasta el borde de la chacra, aunque con muchas espinas clavadas en todo el cuerpo y más en las palmas de las manos.
Veinte metros más allá, de donde yo estoy, luce ese ejemplar escultórico y majestuoso.
– ¡Si advierten algo, me avisan! –Susurro hacia abajo, a mis compañeros.
Y avanzo un poco agachado, hasta dónde está ese gentil colaborador con mis tareas escolares. Al acercarme me cohíbe un poco el verlo tan alto y deslumbrante, mirándome con sus ojos relucientes.
Temo un instante, pero más puede en ese momento la idea fija en mi cabeza de que si ahora no consigo las cerdas escucho la voz del maestro:
– ¡Es el propio alumno quien se jala en el curso! Y eso tiene un nombre: desinterés, desidia, irresponsabilidad.
 
10. Aspavientos
con los brazos
 
Algo le confieso al caballo antes de cogerle la grupa, alzando el mazo de la cola en mis brazos, sintiéndola aceitosa y pesada, densa y embriagante. Apunto con la tijera tratando de que el corte sea lo más arriba posible, pues me entra la codicia al ver esa cascada inmensa y sensual de pelos.
Al primer tijeretazo el nerviosismo hace que las hebras pasen entre las dos hojas sin cortarlas, pero en el siguiente movimiento el corte es profundo, cayéndoseme de los brazos los hatos y madejas de cerdas.
Al pasar la mirada alrededor y ver que nada se mueve, prosigo con mi faena sin nada que me atormente, salvo los latidos acelerados de mi pecho y el ojo del animal que voltea hacia mí y me mira hacer el corte con un significado en sus pupilas que aún ahora, después de muchos años, me sobresalta, sea que esté en sueños sea que esté despierto.
Cuando me falta cortar solo una madeja insignificante, el peso de la cola en mis brazos es tan grande que me agacho y ahí es que el caballo se asusta, relincha y da un salto que casi se va de cabeza, al parecer sin calcular que ya no tenía el peso de la cola en las ancas.
Al instante, desde el fondo de una casa escucho ruidos, cosas que caen y veo a un hombre que se asoma haciendo desesperados aspavientos con los brazos.
 
11. Una
madeja
 
Lanza un grito, que más parece el rugido de un toro. Y yo corro hacia el lugar por donde he subido, impulsándome con un salto directo hacia el vacío.
Demoro largo tiempo en el aire hasta que mis pies tocan tierra y, hecho un ovillo, ruedo incontrolable por la pendiente un largo trecho hasta poder frenar en un montículo con la planta de los pies y lograr pararme y correr después detrás de mis compañeros que ya están lejos y han ganado el cerco al pie de la carretera, por donde corren agachados.
Pronto pude alcanzarlos, aunque impedido en manos y pies por las cerdas que se han quedado enredadas en mis brazos y zapatos.
Y no dejo de correr hasta llegar a la “Piedra bruja”. Y de allí, siempre veloces, avanzar agazapados por la quebrada de “Las guitarras”, saliendo hacia arriba, por el camino de Yamanate.
Solo una madeja de la inmensa cola se ha quedado envuelta en mis brazos, tan rubia y sedosa que parecía el alfeñique de azúcar blanca que mi madre hace y que bate feliz y apacible en el corredor y a veces saliendo al balcón de nuestra casa.
– ¡Casi me pescan! –Digo con el aliento entrecortado.
– ¡Tanto te has demorado! –Todavía me reclaman.
– ¡Salieron de la casa! ¡Me asusté y salté al vacío! ¡Caí rodando y parecía que iba a llegar al río!
 
12. Alboroto
que había
 
Cuando hablo con mis compañeros todavía tengo la sensación de una galga cayendo indetenible por la pendiente.
Y, como buenos camaradas, reparto ese minúsculo tesoro entre los tres que somos.
– ¡Esto no me alcanza para nada!, –exige Lucho, aún más enojado.
– ¿No pudiste cortar más?, reclama Manuel.
– ¡Corté la cola entera, pero pesaba peor que costal de papas, y con el susto todo se quedó al pie del caballo!
Convenimos en dar una vuelta e ingresar por el lado opuesto del pueblo.
Antes de volver a nuestras casas nos demoramos para no causar sospechas. Y ya, como a las seis de la tarde, entramos por las calles del “Pozo Sagrado” ,notando el alboroto que había entre la gente: grupos que pasaban armados y dando gritos de muerte. Otros con palos. Muchos con machetes y uno que otro con carabinas y revólveres.
– ¡Esto lo pagarán caro! –Gritan.
¿Qué había ocurrido?
Sucedió que tan pronto el hombre escuchó el relincho del caballo y salió a ver qué acontecía, se dio cuenta y se percató del “atentado delictuoso y criminal, perpetrado por mano oscura”, según decía el informe asentado en el libro de partes del Puesto Policial.
 
13. Suficiente
evidencia
 
Al no poder saltar para cogerme por ese cerco tan alto, y al no tener a la mano en ese momento arma con la cual dispararme, me vio desaparecer, según él, hundiéndome en las aguas del río para yo salir no se sabe en qué playa. Y al verme desaparecer aguas abajo de inmediato sacó al caballo y jalándolo de la brida caminó, con verdadera vergüenza aquel ejemplar divino ofrecido al Presidente de la República por Fiestas Patrias, por las calles desoladas de mi comarca.
Primero tuvo que pasar por las calles del barrio Santa Mónica de mi pueblo, ingresar a la Plaza de Armas en dirección a la casa del hacendado de Angasmarca, paseando ese caballo sin cola que era como ver caminar a una dama desnuda en la parte posterior, momento en que ocurrió el ataque al corazón de don Pablo al ver semejante crimen. Y luego otra vez cruzar la plaza en el camino proceloso al Puesto Policial a dar cuenta de la fechoría.
El hecho de que el facineroso hubiera dejado la cola regada era suficiente evidencia de que el único propósito fue sacar de sus casillas al magnate de don Pablo Porturas, malográndole aquello que era su trofeo político, prometido públicamente en Trujillo al presidente Manuel Prado, el Lenin del Perú,. Y el asunto de que el canalla terrorista se hundiera en el río era prueba que había un entrenamiento de comandos y grupo de élite subversivo largamente ensayado en nuestra apacible villa.
 
14. Sobre
todo
 
Los días siguientes fueron tensos. Se escuchaban balazos por las calles, la gente se recogía temprano en sus casas, hubo altercados en otros distritos, caseríos y haciendas de Santiago de Chuco hacia donde se extendieron los enfrentamientos. Una guarnición especial de soldados llegó de madrugada desde Trujillo.
Por supuesto que casi nos delatamos entre nosotros mismos, debido a que Manuel, de puro inocente, quería cumplir de todos modos siquiera presentando un muñoncito de su escobilla de lustrar zapatos con las cerdas de ese animal divino cuya progenie tenía que descender desde el empíreo, o del Olimpo de los Dioses.
– ¡No lo hagas! ¡Nos van a descubrir! –Le advierto.
– ¿Por qué?
Bastaba que encontraran una sola hebra en manos de alguien para que se desenrollara el ovillo y se supiera quién era el mocoso terrorista entrenado como comando de élite y utilizado por el adversario histórico del bando enemigo de don Pablo Porturas. Y sobre todo de quienes se burlan y mofan del gobierno de turno.
– Pero, ¿quién se va a dar cuenta? –Desvaría Manuel todavía.
 
15. Bisoño
e ingenuo
 
– ¡Mira, pues! ¡Compara, zonzazo! –Le grito–. Las cerdas de este caballo son doradas, bruñidas de sol, ¡refulgentes de luz!
– Son amarillas, nada más.
– ¡Por eso! ¡Pero míralas más aún! Son abrillantadas, pulidas por los astros, hasta la luna ha puesto en ellas sus rayos de plata. Dime: ¿quién tiene unas cerdas así? ¿Los burros? ¿Las vacas? Ese caballo es del olimpo.
– ¿Y, qué vamos hacer entonces?
– ¡Que nos jale pues don Eladio! Porque basta que te vean con una sola cerda de estas y nos cogen presos a los tres. Y quizás hasta nos maten disimuladamente. O maten a nuestros padres. ¡Así que ya sabes!
– ¿Y, qué hago con este manojo?
–Enterrémoslo aquí. Dame. Así, más hondo todavía. Y olvídate para siempre que lo tuviste en tus manos y entre tus dedos. ¿Me lo juras?
Felizmente, y lo bueno de esta historia luctuosa, es que hubieron tres aplazados solidarios en el curso de manualidades, todo por no haber podido conseguir las cerdas para hacer nuestras escobillas de zapatos: Luis Aguilar, Manuel Angulo y este bisoño e ingenuo provocador de enconos, rivalidades y hasta de probables matanzas políticas.
 
 
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