Danilo Sánchez Lihón
1. ¡Salta
Lucero!
– ¡Salta Lucero!
Fue el grito que el taita Andrés Avelino Cáceres dio
con su voz rijosa asordinada y con todas las fuerzas de sus pulmones que ese
día habían resoplado como fuelles.
El caballo levantó la corcova como un resorte, que el
jinete esperó empinado sobre los estribos.
Se lanzó al vacío y después de segundos interminables
suspendido en el aire el corcel puso las patas traseras apenas unos centímetros
del filo del abismo ya casi para caer dentro del barranco.
Casi resbalaron hacia el abismo.
Pero más pudo el jinete que lo impulsó hacia arriba y
adelante. Y así pudo salir la cuesta
antes que hagan blanco los disparos de fusil que empezaron a hacerle desde el
altozano la soldadesca enemiga.
Lucero había saltado una fosa de nueve metros de ancho
con Cáceres herido, después de haber participado luchando cuerpo a cuerpo en el
campo de batalla de Huamachuco.
2. En los momentos
decisivos
En esta como en otra circunstancia era la convicción
de realizar imposibles la que se imponía Cáceres.
Era el aliento que agregaba a lo que cada uno podía
hacer, incluso al caballo que montaba en ese atardecer supremo, para convertir
lo adverso en glorioso.
Aquella fosa fue la valla que el pelotón de chilenos
que lo perseguían para ultimarlo ya no pudo cruzar.
Y así como “¡Salta Lucero!” otro símbolo es el
“Guapido” recogido por él en Chupaca de los hombres que se enfrentan a las
montañas.
Que se hizo la voz de alerta de los montoneros, la consigna
del valor, la contraseña de ataque, el grito de heroísmo.
Arenga con la cual en un solo día vencimos en tres
batallas de la Campaña de la Breña: en Pucará, Marcavalle y Concepción.
Se lo decía en los momentos decisivos y supremos, como
un vocerío de extremo coraje, para enfrentar la muerte si es posible.
3. El
destino
de Por eso, “¡Salta Lucero!” y el “Guapido de Cáceres”
son las señales que debemos hacerla símbolo y emblema en la juventud actual.
Y esto significa que hay que vencer retos, superar
todas las dificultades, hacer frente a los momentos aciagos e infaustos.
Aún más, aquellos que estuvieron en el límite de que
se convirtieran en gloria, como fue el caso de la batalla de Huamachuco.
Cáceres es en esta y en todas las ocasiones un
guerrero mítico.
Y si no murió en el campo de batalla fue por algo
inexplicable. Porque siempre se arrojó a lo más arduo, reñido y voraz de la
contienda.
No murió por esos avatares en que el destino suele
cruzar los dedos, porque él estuvo y asumió cada confrontación de frente y con
el pecho abierto.
Esa era su estirpe. Y esto él supo poner de manifiesto
desde muy joven, casi desde la adolescencia.
4. Una apoteosis
de gloria
Era apenas un mozalbete de 15 años cuando dejó el
colegio y se enroló en el ejército y esto ocurrió cuando Ramón Castilla visitó
la ciudad de Huamanga Huamanga, lugar de donde él era originario.
En el sitio de Arequipa contra Vivanco a fin de
librarlo de la muerte el jefe de su ejército tuvo que tocar diana de retirada,
pues se había lanzado muy adentro del combate con sable desenvainado, en el
lugar denominado “Siete Chombas”.
Allí fue herido en el ojo. Su comandante le dijo
después estas palabras de enojo:
– ¡Joven!, sea usted prudente y primero mire el lugar
donde se mete.
En la Guerra del Pacífico la participación de Cáceres
siempre fue heroica, desde las batallas de Pisagua, San Francisco, Tarapacá,
Alto de la Alianza, San Juan, Miraflores, Pucará, Marcavalle, Concepción. ¡Y
tantas otras más!
Y así hasta Huamachuco, el 10 de julio del año 1883,
que fue en palabras del historiador Luis Alayza Paz Soldán:
“Una hecatombe de dolor y una apoteosis de gloria”.
5. Rozaban
su frente
Veinte años antes de la confrontación con Chile, en la
sublevación de Vivanco en Arequipa, en 1858, avanzó por los techos y entre los
cadáveres de sus propios compañeros izó la bandera del Perú en el conventillo
de San Pedro.
Incontables veces murió el caballo en él cual
cabalgaba, alcanzado por las balas, el más célebre entre ellos fue el llamado
“Elegante”, que lo acompañó el mayor tiempo en la Campaña de la Breña.
Las balas rozaban su frente y silbaban alrededor de su
cuerpo sin tocarle. De allí que se lo consideraba invencible y los propios
chilenos le dieron el apelativo de "El brujo de los Andes”.
Porque siempre de tales circunstancias salió ileso,
pese a estar en lo más peligroso y reñido del fragor de la batalla.
En Tarapacá tuvo que desensillar una mula capturada,
que tenía la montura para un solo lado.
Al parecer era de una cantinera chilena. Así reemplazó
su caballo que momentos antes había sucumbido fulminado por las balas.
6. Ser
invulnerable
Todos morían a su alrededor. Caían sus propios
soldados y oficiales. Y él seguía avanzando intacto.
Nadie se explicaba cómo es que no caía muerto. Y era
fulminante en sus reacciones. Daba órdenes de inmediato. E implementaba una
nueva estrategia en el momento oportuno.
Roque Sáenz Peña dice de la batalla de Tarapacá:
“El desconcierto fue tal, que a no ser por el general
Cáceres todos hubiéramos perecido; a él le debemos la vida”.
En la batalla de Miraflores luchó con denuedo. y
estuvo a punto de ser muerto si no hubiera sido por la intervención del capitán
de fragata Leandro Mariátegui.
Este tuvo que arrastrar un cañón con el que hizo fuego
rescatándolo, pero una bala le había destrozado ya el fémur derecho.
Fue auxiliado en una ambulancia de la Cruz Roja por el
Dr. Belisario Sosa, luego traído a Lima y escondido en el convento de San Pedro
por los jesuitas en la celda del prior superior que cedió su lecho a fin de
ocultarlo.
7. Nuestra
consigna
A partir de entonces surgió el mito de ser
invulnerable. Como aquellos guerreros míticos que por ser hijos de dioses son
sumergidos de niños en las aguas sagradas de algún lago o río.
Como Aquiles, hijo de Peleo y de la Ninfa Tetis, diosa
del mar, que quiso a su hijo hacerlo invulnerable bañándolo en las aguas de la
laguna Estigia.
O en El Cantar de los Nibelungos, el caballero germano
Sigfrido, que es invulnerable por haber sido bañado con la sangre del dragón
Fafnir, a quien él mismo diera muerte.
Pero en el caso de Andrés Avelino Cáceres tiene que
haber sido las aguas cristalinas de alguna de nuestras lagunas inmarcesibles.
O las nieves heladas de la Cordillera de los Andes que
lo hicieran invulnerable.
Y ello a fin de que todos seamos Cáceres, por nuestra
identidad, filiación, por aquel “¡Salta Lucero!” y el “Guapido de Cáceres” que
son nuestra consigna ahora y siempre.
*****
El texto anterior puede ser
reproducido, publicado y difundido
citando autor y fuente
Teléfonos: 420-3343 y 602-3988
dsanchezlihon@aol.com
danilosanchezlihon@gmail.com
Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar
a:
Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Ediciones Capulí: capulivallejoysutierra@gmail.com
Ediciones Altazor: edicionesaltazo@yahoo.es
*****
CONVOCATORIA