Danilo Sánchez Lihón
1. Nada con qué
defenderse
Era el poeta Luis Valle Goicochea un ángel caído del
cielo. Totalmente inerme, indefenso, expuesto al mundo arisco, despiadado y
cruel de cada día.
Ante el cual batirse con toda la ingenuidad y la
bondad herida que a él lo aprisionaba, era una batalla anteadamente perdida.
Era un ángel doblegado, pero no réprobo. Porque no
todos los ángeles con algo de extravío son quienes entraron en rebelión con el
padre todopoderoso y se hicieron protervos, sino que la mayoría de poetas son
ángeles desterrados y desguarnecidos.
Pero este era un ángel despeñado, aunque
conmovedoramente bueno. No es que pretendiera el trono y fuera castigado
haciéndose execrable y siniestro.
En él ocurría lo contrario. Él a todo renunciaba. Y
bebió el cáliz de la dulzura hasta probar su gota más fatal y amarga.
Ángel calmo, apacible y desvalido; habitando el horror
del mundo ante el cual no tenía ningún escudo ni adarme con qué defenderse.
2. Los saúcos
viejos
Fue una “rara avis” entre los seres humanos. Un ser
signado con un estigma en la frente y en el alma:
Nunca
olvidaré tu cara triste todo el tiempo,
niño muerto
del pueblo, compañero...
Nunca te
olvidaré... Gustabas como yo
de ir a ver
el monito de Leoncio
y de arrancar
flores
en los
caminos próximos en Mayo...
Ya no
volverás un 24 de diciembre
con tu mamá a
la casa,
a tomar el
nocturno té de Navidad...
Hoy los
gorriones cantan tristes,
y no los
alegra el agua. No sé dónde
diez mil
cuervos clavan sus picos
en el asno
despeñado que se pudre,
y amarga la
corteza
de los saúcos viejos...
3. Meandros
de lo sagrado
En quien hicieron mella todos los dardos, lanzas y
espadas, sin que hubiera rodela o broquel tras el cual pudiera guarecerse. Y
esto desde cuando era niño. Lo supieron sus padres que le buscaron un refugio
en el seminario de San Carlos y San Marcelo de Trujillo.
Quizá para ser amparado, arropado y protegido por las
únicas manos que pudieran salvarlo del cierzo y la nevasca que sobre él se
cernía, y que no podían ser otras que las manos de Dios. ¡Fue en vano! Era
demasiado honda su pena. Y a la herida de sí mismo se sumó otra herida: la
herida de lo divino.
Tocado por Dios y sus hondos e inabarcables enigmas,
demasiado asustado por los pozos negros de las cosas para ser conducido sin
tropiezos en este mundo, no pudo ya sosegar su angustia sino con otro dios
terreno y mundano que destruye acerbamente, cuál es el licor.
Y con él deambuló sin fin por los laberintos del
lenguaje, los meandros de lo sagrado y de taberna en taberna, aún con su sotana
o hábito de monje hacia donde escapaba a medianoche de la celda de los
conventos que lo acogían, sea en Trujillo, en Lima, en Arequipa o el Cuzco.
4. El pajarito
y nosotros
Herido porque las cosas desaparecen y se esfuman, o se
tuercen. Herido por la vida de un pajarillo, Rinono, que un día desapareció del
árbol frente a su casa en el cual se cobijaba. Herido por lo que se sabe, pero
más por lo que no se sabe y solo se presiente o simplemente nos hiere:
Rinono
cantaba todas las mañanas
en los
árboles del frente.
No tenía
lindos colores: era oscuro pero
bueno.
La Rarra lo
llegó a querer
y como
nosotros lo quería.
Pobre
pajarito: una tarde
le contó un
cuento no sé quién.
Rinono voló
por donde quedan
los
eucaliptus del Tingo.
Y desde
entonces no volvió jamás.
Nos
queríamos, el pajarito y nosotros:
así: él en su
árbol, nosotros en la casa.
Toda la tarde
hemos llorado con la Rarra.
Rinono ya no volverá.
5. El alma
blanca
Dios no solo no fue suficiente para apartarlo del
abismo en el cual caía, sino que él bebía para condolerse de Dios, sufriendo
por él.
Era entonces testigo y peregrino del absoluto, en
quien palpitaba el desconcierto bajo el ritmo acompasado, los sones y tambores
broncos del dolor.
Quien escondía su temblor, su vibración y conmoción
interior en el rezo y el alcohol. Por ello, le rondó la pobreza en todo
sentido.
Su vida fue escueta, parca, simple. Hundido más en
visiones, delirios y mansos crepúsculos que se apagaron a sus 42 años; edad en
la cual acabó con su vida que fue un lento suicidio y el día que murió el
suicidio definitivo.
Pero antes se fue consumiendo de pena. Se fue secando
de añoranza. Se fue agostando de soledad, de nostalgia y melancolía. Ernesto
More escribió:
"Valle, que parecía destinado al ara y al misal,
terminó sólo con el cáliz. Murió fiel a la sangre de Cristo y fiel también a la
Doctrina del Maestro: sin un centavo y con el alma blanca".
6. Sones
de arpa
Es sus versos es parco y sobrio, conciso y simple como
fueron sus padres y sus ancestros, y la gente de su aldea.
Tienen sus versos un giro hacia lo simple y prosaico.
No se deja tentar por lo sonoro ni mucho menos por lo rimbombante.
En ellos recuerda su calle, la lluvia y los tejados de
su aldea pobre.
Y desde allí desprende una manera de decir, de mirar y
contemplar imprevistos, como si descubriéramos el hechizo en el borde del
rebozo de un ser querido al interior de una casa.
Son versos sueltos, si es posible descarnados, lacónicos;
mondos y lirondos; a palo seco. Hechos con una música libre, de rara belleza.
De fragancia matinal, desvencijada.
Donde el lenguaje es suelto, desaliñado; es otro
lenguaje, otro acorde, otra música. Con sones de arpa, destemplada. Pero, hay
algo inexplicable por lo cual se siente estar ante un gran poeta.
7. Guitarrita
muda
Estaba en la
mesa,
en busca de
migas,
a la hora del
almuerzo
la señora hormiga.
La encontró
Juancito
al coger su
copa
y apostó con
ella
a tomar la sopa.
Casi no le
oía
cuando la
hormiguita
después
repetía
con su voz finita:
“Guitarrita
muda
toca ahora,
toca,
que un niñito
bueno
acabó la sopa.”
8. Aparente
sencillez
Él era un ser en quien la inocencia hizo carne y
llaga; flor y espina; aureola y lastimadura; plenitud y resquebrajadura.
Expuesto a un mundo atroz, esa llaga se convirtió en abismo y caída.
De allí que su poesía sea el resuello de un lamento,
el vaho de un quejido. O más precisamente, el hálito de una agonía.
Siempre estuvo herido de muerte, porque era mucha la
inocencia que brotaba de su alma. Y era amarga la destrucción desde afuera a
ese candor intrínseco de su naturaleza y su destino. Y de cómo es la vida en
las ciudades, y de cómo es en el mundo andino de donde él venía.
En lo urbano donde el invasor estruja todo lo bueno y
hace que prevalezca todo lo inicuo. Pero, además, porque la poesía hay que
padecerla, cuando el estigma es complacernos de ella y hasta gozarla.
De allí que bajo su aparente ternura ruja la muerte.
Bajo el aparente candor se cierna el vacío. Bajo la aparente sencillez teja su
urdimbre lo aciago, intrincado y violento que hay en la vida y el universo:
9. Llorando
contra el suelo
Me cuentan:
– Fue en
junio, una mañana, murió Alfredo
el hijo de
don Ninfo el Molinero.
Hacía muchos
días
que faltaba a
la escuela.
Él vivía
en
Llacuabamba, en su molino, lejos.
(El molino de
don Ninfo era una casa oscura
a orillas del
río cristalino.)
Y todos los
niños de la escuela fueron
en formación,
a Llacuabamba,
hasta la
misma casa del difunto.
Llevaban
flores de saúco, algunos rosas...
Don Ninfo, en
el entierro, daba pena:
ebrio,
bamboleante,
desviados los
ojos,
pasaba y
repasaba ante las filas
de los
escolares mudos y llorosos,
repitiendo:
¡Qué se va a
hacer!... ¡Qué se va a hacer! Doña
Simona, su
mujer, se daba
llorando contra el suelo...
10. Penas
de amor
No se registra en su biografía ningún amor de mujer.
Sin embargo se enamoraba perdida y locamente de ellas.
Pero habitaron su mundo de imágenes y sueños, mujeres
que el idealizaba.
Sobre este punto le pregunto a don Arturo Jiménez
Borja, quien fue su amigo entrañable.
– ¿Fue amado por alguna mujer?
– No. Jamás. ¡Nadie!
– ¿Y, por qué ninguna?
– Ninguna estuvo cerca de él en su vida.
– Pero, se puede saber ¿por qué?
– Porque las mujeres son personas muy prácticas.
– Yo lo sé, pero también sufren penas de amor.
– Pero se enamoran de personas que puedan protegerlas,
darles bienestar y seguridad. Y un ser como Luis Valle Goicochea no cumplía con
esos requisitos. Él no era práctico para nada.
11.
Flecha
o
espada
Sin embargo, Luis Valle Goicochea se batió a duelo con
Julio Fernando Quevedo Iturri, en Trujillo defendiendo el honor y el amor
romántico que le nació al instante por una cantante chilena que actuó un solo
día en el Teatro Municipal de esa ciudad norteña.
Él mismo había cogido la flecha de sus ojos para
incrustárselos en su pecho y sangrar agonizando de amor. Y retó a Quevedo
Iturri quien hizo una referencia en el periódico que Luis Valle consideró
inaceptable, y públicamente lo desafió a batirse en duelo a muerte.
Ella desapareció tal como había llegado, sin siquiera
enterarse jamás que alguien estaba arriesgado en su nombre la vida. Que alguien
estuvo decidido a morir por ella una noche tenebrosa en las ruinas de Chan
Chan, adonde se trasladaron los ocasionales rivales para batirse a duelo.
Solo Ciro Alegría supo, porque él las cambió, que las
pistolas con balas mortales no eran tales, sino otras de fogueo. Sin embargo,
en el ánimo de los duelistas quedó que sus vidas habían estado en vilo. Y que
habían disparado a matar.
Así vivió Luis Valle Goicochea en la punta de la
flecha o espada de la pena que solo por existir todos llevamos incrustada en el
fondo de nuestro corazón.
*****
El texto anterior puede ser
reproducido, publicado y difundido
citando autor y fuente
Teléfonos: 420-3343 y 602-3988
dsanchezlihon@aol.com
danilosanchezlihon@gmail.com
Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar
a:
Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Ediciones Capulí: capulivallejoysutierra@gmail.com
Ediciones Altazor: edicionesaltazo@yahoo.es
*****
CONVOCATORIA
XVII ENCUENTRO INTERNACIONAL
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA