EL UMBRAL
Por Carlos Rodolfo Ascencio Barillas
.
Poeta salvadoreño.
Yo fui el viento que arrastran tus tristezas
y la sed que ahoga la lluvia de tus acantilados
y el albatros que vuela compungido,
hacia su íngrima guarida;
y la gaviota que viaja por los yermos
buscando tus rubores,
y las playas que abrazan tus abundantes dolores
en los solitarios piélagos salados;
así se fue mi alma con las olas
con los alóctonos misterios de tus ocasos.
Yo fui el horizonte de tu roca
y el camino que revoloteaba en tu naufragio.
Yo crecí huérfano entre tus espinas
y esperé la luz que encendía tus tinieblas
y después de la tormenta, vino tu aliento
y el sosiego de la noche fría.
Yo acaricie las escasas brisas de tu boca
y me cobijé en las sábanas de tus alas
y quise llorar en el arcoíris de tu pecho;
y las aguas despertaron tu garganta
y me quedé en el despojos de tu tierra
en el puerto donde anclan tus ilusiones,
en el silente torbellino de tus inhóspitas emociones.
Allí estaban tus frágiles alas para el vuelo
y tus ríos que navegaron con el llanto
todos tus sueños viajaban con pasajeros a la deriva;
entonces todos lo comprendíamos,
y no hicimos caso, ¿porque no lo encontramos?
Fuimos peregrinos de los atardeceres
y de tus pantanos brotaron estrellas
y manantiales de agonías en tus abrojos
así será la luz en tus selvas oscuras
y la brisa que canta en tus montañas.
Yo seré suspiro en los linderos de tus abismos
seré el polvo planetario de tus sandalias.
Yo seré la sombra de tus lejanos caminos
y seré reposo de la bestia fiera,
en las mandrias de tus ignotos páramos
y la nutria de tus prístinos océanos.
También fui lodo, barro, polvo y nada
y desecho de residuos estelares,
fui partícula en el vientre del espacio
y materia gris, asfalto y vinagre
y sepulcro cantando misterios
en los infinito universo de tu miradas
Pero yo quise viajar en los desenfrenados tiempos
y en la remotas épocas que contemplaron mis pasados
fui todo lo que éra:
sendero solitario de los amaneceres,
colina que reverdecía en tu agonía,
pero todo lo que amé no lo encontré
y todo lo que hallé, ya se había marchado;
por aquí caminaron las cenizas de tus voces
y se escucharon en el silencio de tus crepúsculos,
y los recuerdos que enaltecen los pútridos anhelos
con los se deleita el fuego de tu alma
y la angustia de la sempiterna fantasía.
Yo fui cielo, fragmento de un universo lejano
y fui rocío en el humo de tus madrugadas
y en el encanto mágico de tus auroras.
Yo navegué con las travesías de tus besos
y habité en el polinesio de tus parnasos
y en las tentaciones que tropiezan con tus cerezos;
pero mañana renacerán en la danzas de tu piel,
y en el verdor que humedecen tus profundos ojos.
En fin, quise con las manos poseer tu luna, tu estrella
y el hálito que expele el eco de tu boca
que con tristezas tu corazón provoca.
Luego vino la primavera de tus nostalgias
y los helechos que se lían con tus ocasos;
entonces mañana volveré a tus tiernas entrañas
quizá para volver al origen de tus cristalinas pupilas,
y los aguaceros que se unen con tus manantiales.
Pero pasaron los tiempos de exuberantes besos,
y mi garganta se marchitó en tu desierto
porque no encontró los nubarrones en tus cactus,
ni en tus nopales, ni en tus abundantes tundras.
Y en la roca brotaron espinas de tu pecho
y escorpiones ponzoñosos de tu aliento;
cuando vi tinieblas apareció la luz de tus ojos
y la miel embriagante de tus manos.
Todo estaba desolado, y cubierto
por los arbustos de tus sombras
eran los hielos indiferentes de tus besos
los que obcecaban los pristiños recuerdos
y quedé atrapado en el férvido amanecer de tus brazos
abyecto, confuso en las mandrias de tus telarañas
en la execrable neblina de tus montañas
pude ver las tarántulas de tus emociones.
En la luz de la oscuridad, y en las aguas de tus charcos
fui escondrijo en los adustos pantanos
y en los acervos ocasos de tus antagónicas mandíbulas
y en el veneno mortífero de tus labios escarlatas,
y en los suspiros de tus narices brotaron abrojos estelares
y corales cósmicos anidaron en tus piedras escandinavas.
Tú fuiste orquídea de lo profundo, razones de lo infinito
y fuimos sedentarios en los túneles de tus sueños nebulosos
y vientos en los remolinos que arrastran tus atardeceres;
así fui yo, suelo de tus hojas peregrinas…