LIBRO
PRIMERO
1.
Ayer
yo anduve por Santiago de
Chuco,
Cachicadán y
Angasmarca, realizando
talleres con
maestros.
Nos atrapó un aguacero
terrible que
rompió las tejas
de la estancia donde
almorzábamos.
Seguían
retumbando los cielos,
zigzagueando
los relámpagos
y el granizo salpicaba
sobre la mesa,
cayendo
en nuestros platos. ¡Una
hermosura
sin par!
Pero, ¿acaso yo me he
enfermado?
¿Acaso
estoy mal? ¡No! Nada. Ni
una gripe,
ni un catarro,
ni siquiera un mínimo
calambre. Y,
sin embargo,
hacía un frío tremendo, que
en mí
no hizo mella
ni afectó en lo más mínimo.
Y esto,
¿por qué?
¿Cómo creerlo a la edad que
tengo,
que sobrepasa
los noventa años? ¿Cómo
explicar
el hecho
de ser un hombre fuerte y
animoso?
¿A qué se debe?
2.
Yo
les voy a decir y revelar
todo y aquí:
Es
gracias a que me proveo y
alimento,
y lo hago yo
mismo de quinua, kiwicha y cañigua,
que ellos
son nuestros alimentos
primigenios,
originales
e insignes del Perú
esclarecido, del
Perú
milenario, de aquel
admirable Perú
de los Incas,
sabio y probo. Me alimento
jóvenes
de la honda y
alta sabiduría que tuvieron
nuestros
laboriosos
antepasados. Me nutro de la
luz que
supieron
forjar dichos padres. De
quienes es
una inmensa
diadema ser sus
descendientes. Me
alimento
de esa cultura asombrosa
que es el
Tahuantinsuyo.
donde no hubo hambre, pobreza,
ni tampoco
desocupación. ¡Ni falta de
trabajo!
3.
Donde
todo era fiesta, pero del
espíritu,
del ser, y no
del cuerpo. Porque ahora se
cree
que la alegría
ha de hacerse para la piel.
¡No! Era
la fiesta
halago del alma, en
comunión con
la naturaleza.
¡A esa cultura que supo
alimentar
a su pueblo
y construir una
organización ideal
yo pertenezco!
Donde desconocían la
desnutrición
porque
estaba solucionada. ¿Qué
nombre
entonces
dar a un mundo real, y no
de ilusión
ni de fábula,
donde las enfermedades que
ahora
nos asolan
se las había eliminado de
un cuajo?
¡Utopía!
Es el reino ¡de la utopía!,
que aquí
se hizo real
y posible gracias a la
alimentación!
4.
La semana
pasada estuve por Puno, en
pleno
altiplano,
ya sobre los tres mil
ochocientos y
tantos metros
de altitud sobre el nivel
del océano,
en el techo
del mundo. Y mientras mis
colegas
profesores
de apenas 30 años de edad
yacían
tiritando,
chocando diente con diente,
por ahí
derrumbados
muriendo de frío, yo
trepaba y corría
jubiloso los cerros.
Acaso ¿no he ido bailado
por calles
y laderas,
mientras los otros jadean
sin poder
ya ni siquiera
respirar? Yo he subido las
graderías
como jugando
y me he perdido por la
nieve en afán
de investigación,
mientras los demás acezaban
tiesos
y lívidos
en las bancas del hotel
resignados
ya a morir.
5.
Yo
hasta me he bañado en las
aguas
de esmeralda
del lago sagrado del
Titicaca. ¡Esto
lo juro! Y ha
sido en Tiquile, mientras
mis tristes
colegas
agonizaban de frío y
balbuceaban
incoherencias,
abrigándose hasta los
dientes que
también
se les habían helado.
Mientras me
miraban
con asombro desde sus
envoltorios,
yertos
detrás de los vidrios de
sus anteojos,
mientras
la techumbre soporta la
estridencia
de una lluvia
torrencial que descarga
truenos y
relámpagos.
Si se lo mira bien una
calamidad,
una verdadera
vergüenza, arrebujados de
estupor
en sus camas
con malestares por todo el
cuerpo,
con limitaciones
e inhibiciones infinitas en
el alma
y en todo su ser.
6.
¿A qué se debe?
Y yo respondo: ¡A que me
alimento
a base
de mashuas, de ollucos, de
ocas y
de habas!
Mastico mi charqui. Todo aquello
que hizo
posible que aquí se
construyeran
maravillas. Como
¡Sacsayhuamán! A que se
edifique
para embeleso y
gloria de la humanidad estupefacta
¡Machu Picchu!
O se erija el divino
¡Ollantaytambo!
Verdaderos
prodigios, tanto que
algunos creen
que portentos
como estos jamás pueden
haber
sido hechos
por seres humanos sino, y
quizás,
por extraterrestres.
Por la belleza y descomunal
de sus
piedras y porque
tenían que subirlas por
desfiladeros
de espanto
y de miedo. ¡Y a pulso! La
pregunta
es: ¿cómo
las arriaron o cómo las
subieron a
esas alturas?
7.
Hoy
asombra y estremece saber
cómo
las erigieron
poniéndolas unas sobre
otras sin
tener
rueda, ni poleas ni grúas,
ni otros
aparejos
resistentes al halarlas y
sostenerlas!
La respuesta
para mí es sencilla. Yo les
contesto
con llaneza: ¡esos
hombres estaban bien
alimentados.
Y entonces
esos trabajos lo hicieron
cantando
y bailando,
porque era un pueblo bien
nutrido
y feliz.
Sin enfermedades, ni
padecimientos
¡eran dichosos!
Y todo porque sabían comer
y beber.
Lo sublime
es que ellos son nuestros
padres,
que toda
esa sabiduría existe, está
presente
aquí, entre
nosotros, en la tierra que
habitamos.
Los elementos
de esa dieta son vigentes.
Herencia
que recae
en nuestro suelo. Por eso:
¡Jallalla,
hermanos! ¡Causachun!
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