DE LA
UTOPÍA
LA CASA
DE LA
INFANCIA
Danilo Sánchez Lihón
"Y hay
quien adora su huerta,
su terreno,
su gente, su caballo, su perro."
Luis Valle Goycochea
1.
Chispas
de
luz
Atesoro en mis recuerdos
los trastos, minucias y bagatelas de mi casa de infancia ya cerrada y
desaparecida.
Enseres ya devorados y
hundidos por el tráfago de los años.
Chucherías, nonadas,
cachivaches; pero para mí: quimeras, milagros y talismanes en mi nostalgia.
Que fueron tocados en mi
niñez y que debieron ser sortilegios para haberse quedado vivos, durante tantos
años en el fondo de mi alma atribulada.
Así:
El soplador del fogón: un
tubo de metal con un huequito al final, por donde a veces, después de un
soplido –y al aspirar aire para seguir avivando el fuego– sorbía yo las cenizas
que se atoraban en mi garganta ¡y tenía que probar el dulzor del árbol o la
madera ya quemada y hecha carbón!
O la plancha de fierro que
calentábamos, asentándola sobre una parrilla. Y que puesta en la ventana nos
espolvoreaba en la cara sus chispas de luz.
2.
Rastrojos
o
cañas
Aunque útiles para la
realidad, si se los mira bien: ¡zarandajas, fruslerías, niñadas! ¡Pero en mi evocación
prodigios!
La escalera de callapos
amarrados con soguilla, de donde lanzábamos al viento burbujas hechas con
lavazas de jabón y sopladas con rastrojos o cañas de trigo.
En realidad, ¡qué valen!, y
menos para ti lector caritativo.
El diablo de zapatero que
le pedíamos prestado al tío Leoncio, para chancar algún clavo que nos salía por
dentro de la suela.
El frasco de goma arábiga
con la cual nos apelmazaban el cabello, y su olor a playas y mares encantados.
El peine desvelado en la
repisa, cuyos dientes saben más que nadie de los sueños y quimeras que alentaba
nuestra pobre fantasía.
3.
La piedra
con
hoyo
El cedazo de la abuela para
cernir alverjas. O la máquina de moler café –una tabla con su tolva de lata y
manivela.
Grata y afable, porque
venía a la hora en que mi madre ofrecía lonche y mi padre nos encargaba traer
alfajores y bizcochuelos.
La armella de la puerta,
que donde esté debe estar fría, aunque con un temblor oculto tras el metal
indolente, donde tiene que estar impreso el temblor de mis venas y la adoración
de las yemas de mis dedos.
También la barreta grande y
la otra pequeña. Las palomitas de cobre para sujetar las puertas, para que no
las golpee el viento.
La piedra con hoyo donde
tomaban agua y se sacudían las alas los pajaritos de la tarde.
El tumi de la tía Miguelina
que nos prestaba para hacerle tajos a los panes, antes que Iluden y entren al
horno.
El perol para freír ñuñas y
cachangas.
¡Las tres piedras para
hacer el fogón!
4.
Flor
intachable
¿Si yo allí amé?
Infinitamente, hasta caer vencido de adoración. Y es que las niñas más bellas
del mundo son las de mi pueblo. Y cada hombre de la tierra donde nació tiene el
derecho de decir lo mismo.
De niño y adolescente yo
era intrépido en todo, pero en al amor soy un ser asombrado, pasmado,
hierático, ante el cual pierdo la noción de estar en esta realidad.
Por eso, nunca estrujé
nada. Todo fue mirarnos. De allí que me duelan tanto las miradas. Y me parezcan
tan hondas e indestructibles. Y la mirada de aquellos ojos negros hasta hoy me
hiere.
Quizá por eso sean las
espadas que llevo clavadas en el alma. Quizá por eso este arraigo. Quizá por
eso el amor sea para mí una flor intachable.
Las imágenes que de esa
niña llevo, si la muerte lo destruye todo, no lo alcanzará a destruir jamás,
porque es sagrado.
Y siempre me he preguntado
adónde van esos amores mudos que se elevan con aleteos fugitivos, sin
encuentros ni palabras. Y sé que la colina más enhiesta y hermosa del universo
es donde están enterrados. Y en la cual se nos permitirá arrodillarnos antes de
morir.
5.
Camino
de
Santiago
¡Todos tenemos nuestra casa
y hasta nuestro pueblo adentro!
Hace poco encontré a Javier
–mi primo– y me dijo:
– Sólo sueño en nuestro
pueblo y en la época de mi infancia. He consultado con un curandero y me ha
dicho que para sanarme tengo que volver a nuestro pueblo. Y me pregunta:
– ¿Será? Tú, ¿qué dices? –me
insiste.
Yo qué podría decirle. ÉI
regresará. De eso estoy seguro.
En cambio yo escribo estos
relatos y exorcismos sobre Santiago de Chuco, que es unidad con la metáfora del
"Camino de Santiago", como escribió –querendoso y refiriéndose a mi
tierra– mi paisano y gran hombre de letras, don Samuel Mendoza, quien lo aludió
de este modo:
“Esa nube longilínea suspendida en el espacio
sideral y que viene siendo desde la noche de los tiempos una maravilla
pirotécnica con que se festeja la obra del creador, porque su pasmoso
movimiento de rotación y luz lactecente constituyen bajo el lente telescópico
un espectáculo inefable. Siguiendo en la tierra la dirección de esa nebulosa se
llega a Santiago".
6.
Tremendo
y
abismal
Mi propósito con estas
páginas es ayudar a que la gente quiera a su pueblo, a su tierra y a su gente.
Que nos volvamos buenos
recordando nuestra infancia. Por eso, lo que escribo rememora costumbres y sucesos
que me acontecieron de niño.
Y que los registro porque
son parte de mi vida y de aquella que más valoro, pese a lo humilde y desasida
que parezca, o que fuera.
Aunque he viajado por todo
el mundo, en travesías que han abarcado todos los continentes, en cruceros
vertiginosos y por aeropuertos super sofisticados; ningún viaje más tremendo y
abismal que el que hice de niño.
Cubrió el trayecto de
Santiago de Chuco hacia Trujillo, al lado de mi madre y hermano mayor, a quien
íbamos a dejar internado en la Gran Unidad Escolar San Juan, cuando apenas él
había cumplido los 10 años.
Tres días estuvimos
atascados en las jaleas, para luego sobrevivir a una catarata que se llevó la
carpa del camión donde viajamos.
7.
Afianzar
una
identidad
Los puentes sobre el río
Moche, que cruzamos, quedaron grabados en mí como los verdaderos puentes.
Y el río de aguas barrosas
y agitadas hasta ahora representa el concepto que tengo de lo que debe ser un
río.
No sentí lo mismo ni
siquiera al cruzar el glorioso George Washington Bridge sobre el soberbio
Hudson River.
Y la puesta del sol para
llegar a Trujillo se ha quedado en mí como el crepúsculo infinito.
También debo confesar que
he vivido muchos años atrapado en el prejuicio de que recordar es atraso, como
si ello fuera vivir de espaldas al sentido natural del vivir, que debe ser cara
al futuro.
Pero ahora considero que
cuando se vuelve al pasado con amor y sin despotricar del presente se afianza
una identidad.
E identidad es la base para
construir un porvenir sobre una roca sólida y con las alas desplegadas que nos
permitan ir y volver de todo infinito y hacia toda eternidad.
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