Danilo
Sánchez Lihón
…un día del
cual tengo
ya el recuerdo.
César Vallejo
1.
Ahondar
en
el misterio
Al leer los relatos de
Carlos Caballero Alayo en “El ojo de la memoria”, uno se pregunta: ¿Para qué se
escribe? Y la respuesta emerge límpida, nítida y contundente: Para volver a
vivir lo ya vivido, y aquello que fue bello, digno, animoso; merecedor de que
se sepa, se celebre y se perpetúe.
Se escribe para no dejar
que muera lo que consideramos valioso, atesorable e imperecedero. Para confiar
a los demás cuánto fuimos de afortunados, elegidos y felices.
Se escribe para defender el
milagro de la vida, para saber que no hay ni tenemos mejor riqueza ni tesoros
fabulosos que la vida misma, esta sustancia evanescente que si no le somos
leales con nuestro valor y sabiduría se nos esfumará irreparablemente de las
manos.
Se escribe para calmar los
recuerdos que rebullen inapagables y convulsos en nuestro espíritu. Y para
catapultarlos más arriba todavía. Pero, eso sí, no se trata de ahogarlos ni en
la escritura ni en los textos que es en donde ellos en ella reviven.
Se escribe para ahondar en
el misterio de lo que fuimos. Y en el caso de Carlos Caballero Alayo para
consagrar a un pueblo en lo que tiene de encantos, hechizos y sortilegios.
2.
Que no
fenezca
Sirve en este caso el
escribir para encontrar en las palabras cómo somos. Para hablar de la
inocencia. Porque este libro nos habla de un mundo inocente, de todo lo que
pasó sin saber por qué se dio ni por qué así tuvo que ocurrir y acontecer.
Porque para eso escribimos:
para no morir, donde la palabra es un puente y un arco tendido desde un
presente a aquella fuente que es la niñez que tuvimos, eligiendo siempre lo
noble y lo tierno, lo bondadoso y acendrado.
Se escribe para ganar en
intensidad de vida, para aliviar nuestra memoria dolorida; para calmar las
sienes desveladas y para volver a encontrar lo ya perdido. Para exorcizar el
tiempo transcurrido, para hacer que los recuerdos tengan su morada segura y su
asidero aquí en esta tierra.
Se escribe para ilustrar la
vida, para que queden modelos y se consoliden aquellos asuntos que consideramos
que no deben morir y que deben quedar para siempre entretejidos en monumentos
de palabras.
Se escribe para contarles a
los demás lo heroicos que fuimos, aunque sea con espadas de madera o carrizo.
Para salvar lo que queremos que no muera. Para recrear y que no fenezca jamás
en donde fuimos puros.
3.
Nació
y
se formó
Todo eso hace y cumple en
este libro Carlos Caballero Alayo quien nació en Santiago de Chuco, siendo sus
padres don Carlos Caballero Casana y la señora Felícita Alayo García. Estudió
la Educación Primaria teniendo como maestro a don Francisco Benites Gastañaduí,
en la escuelita de la «Parva de la Virgen», así llamada entre nosotros porque
su local está situado en la colina en donde se recogían los frutos y se
trillaban las espigas en el vórtice del viento que allí sopla, en gavillas
provenientes de las chacras de al pie, propiedad de la iglesia y asignadas a la
Virgen María.
Así como la Educación
Secundaria la cursó en el Colegio Nacional César Vallejo de su tierra natal, y
los estudios superiores en la Universidad Nacional de Trujillo; colegio aquel
en donde luego fue profesor así como en
el Instituto Superior Pedagógico de Santiago de Chuco, para posteriormente
trabajar en el «Indoamérica» de Trujillo y actualmente ser Jefe reelecto de la
Unidad Académica de Lengua y Literatura de la Universidad Nacional de Trujillo
y docente de post Grado de esa casa de estudios. Ejerció la presidencia del
CECISART y ha publicado antes el ensayo: «César Vallejo: perfil biográfico y
literario», como se ha incorporado de manera plena al movimiento cultural
Capulí, Vallejo y su Tierra, donde ejerce la Presidencia de la base de la
ciudad de Trujillo.
4.
La respuesta
es
simple
Ahora bien, ¿cuál es
entonces el tema de fondo de este libro? Como su nombre lo indica: la memoria,
hecha incluso nostalgia. Son los recuerdos y evocaciones, indudablemente porque
se tiene algo digno qué contar, y como es todo lo que se cuenta en este libro.
Donde los ejes de esta
narrativa son el hogar, la infancia, la comunidad de amigos en los juegos
infantiles, la madre, así como el cariño rebosante, entrañable y sincero.
En donde domina finalmente
la pena de no estar en nuestro terruño, la añoranza y el echar de menos el
hogar de nuestra tierra nativa.
Donde lo que se traza es el
regreso al mundo inocente, amoroso, aquel de una cultura sublime y legendaria
como son los chucos a quienes no ha logrado contaminar el mundo occidental
lleno de prejuicios; calculador, rentista y usurero.
Y porque quienes somos de
allí amamos nuestra tierra de origen de modo entrañable, la queremos y añoramos
tanto que nos preguntamos: ¿Qué nos ha herido tanto para no olvidarla y
habernos quedado atrapados en los días de nuestra infancia?
Y la respuesta es simple:
porque es un mundo de cariño, y hasta de devoción entre quienes formamos una
casa, así como hacia el prójimo a quienes reconocemos como nuestra gran
familia.
5.
El espejo
de
las palabras
Encuentro que los
sentimientos dominantes en el libro de Carlos Caballero Alayo son el volver al
hogar de origen, a la naturaleza andina, la evocación de los días pasados en un
lugar idílico como es el pueblo de Santiago de Chuco.
Donde nosotros no somos los
hijos pródigos que regresan porque nunca en realidad nos hemos ido de nuestro
pueblo.
Porque jamás al verdadero
chuco se le ocurrió reclamar ninguna herencia ni mucho menos dilapidarla.
Somos demasiado vergonzosos
para hacer semejantes cosas. Y porque nunca volvemos a nuestra tierra
arrepentidos. Aunque el anhelo del regreso eso sí siempre es hondo y raigal. Y
el abrazo con el padre y con la madre es pleno, rotundo y total.
Donde la madre está
absolutamente al centro de todo. Intensamente viva para siempre.
Donde escribimos para
mirarnos en el espejo de las palabras escritas y para encontrarnos nosotros
mismos pero también al hermano que me habita y con aquellos con quienes
comparto mi destino y me siento solidario.
6.
Sincero
y
veraz
Siendo así es este un libro
que nos hace más humanos, nos llena de mundo como cuando César Vallejo expresa:
«Su cadáver estaba lleno de
mundo».
Es decir, y queriendo
significar con ello que había vivido cabalmente, y donde la muerte no es sino
exactamente el hecho sencillo de cerrar una puerta o ya sea las páginas de un
libro.
Donde contarlo es volver a
vivirlo y el escribirlo es perpetuarlo para que otros en otros tiempos y
lugares lo recreen y lo vuelvan a vivir.
Así la vida se prolonga y
pervive la madre: la pampita, la pelota y la vida comunitaria que hicimos más y
mejor cuando éramos niños.
Siendo así este es un libro
pleno de sabiduría de vida, porque basta referirse a la infancia para que
sepamos que se han decantado otros asuntos y desechado otros temas superfluos.
Porque no hay nada más
importante que la infancia que hasta merece más dedicación y la sumisión del
arte a esa fuente, alberca y hontanar.
Donde resalta la honestidad
con que se asume la vida, en donde todo convence, porque resulta cabal, sincero
y veraz.
7.
Portaestandarte
y
abanderado
Libro este en donde cada
cuento es un hechizo, con la cuota de misterio de que estamos hechos, para que
alguien reivindique lo que hemos sido y lo mejor de lo que somos.
Donde no se trata de
escribir para sepultar nuestros recuerdos, ni en un libro ni en los textos,
sino para hacerlos más vigentes y tangibles; y ponerlos más en flor,
aproximándolos a nuestra vista y a nuestra piel.
De allí que sobresalga en
este libro la nitidez de las imágenes, el candor, lo ingenuo y el ideal de un
mundo que es una arcadia, como es Santiago de Chuco, sus casas, sus calles y su
campiña.
Acerca del cual el libro de
Carlos persuade, nos hace creer y nos entregarnos a él apaciblemente. Además
porque es caballeroso como su autor. Y como su nombre o apellido lo dice y lo
predica, que es un caballero incluso en su figura esmirriada, calmosa y atenta.
Porque este es un libro del
reino de la utopía. Y es justamente la construcción y forja de la utopía andina
la que Capulí, Vallejo y su Tierra erige como una bandera y se propone
coadyuvar a que se cumpla, movimiento del cual Carlos Caballero Alayo es
miembro connotado de esta organización, uno de sus portaestandartes y
abanderados.