EL VIEJO CORONEL
Por Gustavo Gorriti
En
la tarde del viernes 17 fue enterrado en el Parque del Recuerdo en
Lurín el coronel retirado de la PNP, Víctor Cancino. Junto al dolor de
su familia, lo acompañaron los honores sumarios que da la Policía y los
que pronuncia la religión ante la defunción rutinaria de viejos
veteranos.
Estuve
entre quienes fuimos a despedir a Cancino. Fue uno de los policías que
más he respetado y apreciado, tanto durante su enérgica vida profesional
como, luego, en sus años de gris pero inquieto y frecuentemente
indignado retiro.
Hace
unos meses describí la rutina de lo que él y todos sabíamos era el
tramo final de su vida: “Tres veces por semana, el viejo coronel que en
el pasado fuera terror de criminales, de fuera y dentro de su
institución, sale de casa antes de rayar el alba. A lo largo de una vida
hazañosa pero frustrante, en la que llegó a descubrir laboratorios de
cocaína hasta en un colegio de monjas e investigó sin vacilaciones a
Montesinos en el caso Villa Coca, el coronel ganó la admiración de los
policías honestos, el miedo de los corruptos y el destino de terminar,
desafiante, su carrera cuando Montesinos llegó al poder”.
Cancino
tenía ya una larga carrera como investigador cuando literalmente
reventó el caso Villa Coca, en julio de 1985. Muy pocos casos en la
historia del narcotráfico en el Perú han tenido la importancia del de
Villa Coca. No solo por la dimensión de la organización narcotraficante
que fue descubierta, sino porque su revelación y la posterior
investigación y proceso judicial contrapuso, a policías honestos contra
policías criminales; a fiscales íntegros contra fiscales corrompidos; a
jueces honrados contra jueces gangsteriles.
En
torno a ese caso, como no ocurrió con otros, se libró una lucha legal,
política y moral que decidió el destino del Perú durante los años
siguientes. El lado dirigido por Vladimiro Montesinos (¿necesito decir
cuál fue?) triunfó y avanzó hacia lo que, muy pocos años después, fue la
toma del poder a través de Fujimori.
Cuando
reventó Villa Coca, Reynaldo Rodríguez López controlaba literalmente a
la Policía y a una parte importante del Estado. Pero dentro de esa
medular corrupción, hubo gente cuya integridad cambió el curso de los
acontecimientos.
Fue
una casualidad que el primer contingente policial que llegó a la casa
humeante, fuera un patrullero de las “Águilas Negras” de la Guardia
Civil, al mando del entonces capitán Luis Montoya. El grupo de Montoya,
que sostenía enfrentamientos constantes contra criminales violentos,
era experimentado, decidido y agresivo. Al percatarse de haber
intervenido un gran laboratorio de cocaína tomó el control de la
situación; y cuando llegó un contingente de la entonces corrupta
Dirección Antidrogas de la PIP (la Dintid), para tratar de limpiar la
escena del delito, Montoya y su gente lo impidieron con, en determinado
momento, las uzis rastrilladas.
Pese
a su valentía, la carrera de Montoya hubiera terminado muy mal el día
siguiente de no haber llegado el entonces joven juez Hugo Príncipe,
quien respaldó su acción. Ahí los mafiosos perdieron el control.
Días
después, el fiscal de la Nación de ese tiempo, César Elejalde, quien
tomó desde el comienzo una actitud decidida de investigar a fondo el
caso, ordenó a la Policía del ministerio Público que se hiciera cargo de
las pesquisas policiales.
"La
investigación avanzó con vigor mientras Elejalde fue fiscal de la
Nación. Su sucesor, Hugo Denegri, trajo un asesor semisecreto: Vladimiro
Montesinos".
Los
dos oficiales a cargo de esa unidad eran el general Raúl Chávez
González y el coronel Víctor Cancino. Ambos aceptaron sin dudar el
desafío y se pusieron a investigar a la organización criminal a pesar de
saber ya que una gran parte de quienes la dirigían eran sus jefes y
colegas. Fueron un grupo pequeño de policías honestos investigando a un
gran grupo de policías criminales.
Fue
un caso inmenso en el que por casi dos años trabajaron cerca de 300
policías y unas decenas de fiscales. Así y todo, Chávez González estima
que la investigación llegó apenas al 60% del caso.
La
contraofensiva de los delincuentes fue dirigida por Vladimiro
Montesinos y sus cómplices, que empezaron por denunciar a Chávez
González y Cancino por nada menos que ‘insulto al superior’ en el fuero
privativo (el 29 de agosto de 1986), por haberse atrevido a investigar a
los generales delincuentes que, en efecto, además de criminales eran
sus superiores. Gracias a las redes que ya tenía formadas en esas
instituciones, Montesinos ganó esa primera confrontación.
Pero
la investigación avanzó con vigor mientras Elejalde se mantuvo como
fiscal de la Nación. Su sucesor, Hugo Denegri, llegó con un asesor
semisecreto: Vladimiro Montesinos.
Poco
después, una ofensiva dirigida por el propio Denegri (y manejada por
Montesinos) destruyó al grupo investigador de Chávez González y Cancino.
El nefasto Denegri tuvo el cuajo de denunciarlos hasta por ‘tráfico de
drogas’.
Cancino
y Chávez González se defendieron con coraje de las amenazas,
desinformación y calumnias. El ex fiscal de la Nación, Elejalde,
intervino también decidida pero infructuosamente. En septiembre de 1988,
en una junta de fiscales supremos, Elejalde demandó […]: “Que el Fiscal
de la Nación —Hugo Denegri— explique a la junta de fiscales supremos si
las visitas que recibe del abogado Vladimiro Montesinos se deben a
asuntos personales, le presta alguna asesoría o si se relaciona con el
caso de narcotráfico de Villa Coca.” Denegri suspendió la reunión sin
responder.
Poco
más de un año después, Fujimori ganó la presidencia, Montesinos logró
el poder y Chávez González y Cancino, junto con casi todos los otros
oficiales que investigaron Villa Coca, fueron pasados al retiro.
Cancino,
que era el más duro y rudo del grupo, no paró de pelear. A diferencia
de otros, su enfrentamiento contra los mafiosos de la Policía había
antecedido el caso Villa Coca. Trabajó, en la década de los 70, con el
general Edgar Luque Freyre, que fundó el primer GEIN, dedicado a la
inteligencia operativa contra el crimen organizado (que luego iba a
servir como modelo para el segundo GEIN, que capturó a Abimael Guzmán).
Uno de los fundadores del GEIN primigenio, el comandante PNP (r) Pedro
Delgado Valdivia, recuerda a Cancino como “un magnífico policía […] un
maestro de la honestidad [que] …odiaba a los corruptos. Me hubiera
gustado la capacidad de ser igual de duro que él”.
Cancino
mantuvo organizada y actualizada la información relevante, aún en el
retiro. Y la tuvo a disposición de quienes la necesitaran para retomar
las investigaciones, la lucha contra los mafiosos y su jefe supremo.
Vivió
lo suficiente como para ver a Fujimori derrocado, a Montesinos preso y
también para ver cómo varios de quienes actuaron con coraje y honestidad
en el caso Villa Coca, culminaron exitosamente sus carreras. El capitán
GC Luis Montoya se retiró como general de Policía y director general de
la PNP. Su ex subordinado, el entonces mayor PIP Félix Murazzo fue
luego director general de la PNP y breve ministro del Interior. El juez
Hugo Príncipe es ahora vocal de la Corte Suprema.
Pero
Cancino era demasiado trejo como para cantar ilusas victorias. Aunque
dignos de una modesta celebración, los éxitos eran limitados o
cosméticos, las mafias se adaptaban y lograban finalmente imperar.
Por
eso, el viejo coronel se fue molesto. Hablé con él unos días antes de
su muerte y, como siempre, no dejó de señalar casos de corrupción, de
relacionarlos con investigaciones previas y de arengar, espolear a
seguir investigando, a cumplir mejor la tarea de enfrentar a los
mafiosos.
Aunque no llame más, lo seguiré, lo seguiremos escuchando.
IDL – REPORTEROS
Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2318 de la revista ‘Caretas’.
Fuente:
Felipe Alvarado Balarezo