FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
TAMBIÉN
SE TRABAJA
LUCHANDO
Danilo Sánchez Lihón
1. Un
Chuco
–
Dos días que te busco Artemio. ¿Dónde te has metido? Ayer y hoy todo el
día sin encontrarte. Estuve preocupado. Dije: Ya lo cogieron. Ya nos
delataron. Ya lo tomaron preso. Nunca has desaparecido así, por
completo.
–
Disculpa, hermano. No te avisé. Lo hice para no exponerte. Por eso a
veces no te explico dónde estoy. Porque, si a mí me cogen, tú quedas. Si
me apresan a mí, tú estás libre.
– Está bien, pero ¿dónde has estado?
–
Te diré. Ya te había hablado de César Vallejo y leído algunos de sus
poemas. Bien, hermano. Se anunció que saldría libre de la cárcel el día
sábado 26, o sea ayer. Yo quería conocer personalmente a ese hombre,
siquiera verlo, mirarlo y ojalá que tocarlo. Entonces, he estado desde
el día sábado, apostado frente a la Penitenciaría, con un grupo numeroso
de personas, principalmente jóvenes estudiantes. Y recién lo han dejado
libre hoy, domingo 27 a las seis de la tarde.
– Y, ¿lo has visto?
– ¡Claro!
– Y, ¿cómo es?
2. Hoy
mismo
–
Un hombre luz, cabal. Un ser formidable. Un Chuco, hermano. Ha sido un
acto emocionante. Toda la intelectualidad progresista de Trujillo ha
estado allí presente, poetas, periodistas y hasta sus profesores de la
universidad. ¿Dónde ocurre eso?
–
Tengo la sensación profunda de haberlo abrazado. Me acerqué a
estrecharle siquiera su mano y él me abrazó. Tengo la sensación de sus
costillas en las yemas de mis dedos y en las palmas de mis manos, como
si hubiera tocado algo excepcional. Tengo aún el temblor en mi pecho.
Siento que este ha sido un acto inigualable en mi vida. Como si hubiera
estrechado la mano de alguien fuera de este mundo. Se siente una
dimensión extraordinaria en su ser, en su gesto, en el fulgor de sus
ojos, y hasta en el rictus de su boca.
– ¿Le dijiste algo?
– Nada. Se me fue el habla. No pude pronunciar palabra alguna. Pero él sí me dijo algo.
– ¿Qué te dijo?
3. ¿Qué
dices?
–
Me dijo nada más: ¡hermano! Después yo no supe cómo corresponder y
pasado el hecho tuve la idea peregrina de que hoy mismo se pudiera
fundar el sindicato, en honor a la libertad de César Vallejo. ¡Cómo
hubiera querido eso en realidad! Ha sido mi ilusión y he ido a hablar
con todo el mundo, con don Eduardo Chávez en Cartavio. Pero, si bien él
también lee y admira a Vallejo, me ha persuadido para hacerlo de aquí a
veinte días, esto es el 17 de marzo.
– Bueno. Yo te tengo otras novedades. Ha venido. ¿Adivina quién ha venido a buscarte y preguntando por ti?
– No sé.
Varias
veces ha pasado hoy día a buscarte por aquí, ¡nada menos que Miriam!,
la hermosa Miriam, quien quita el sueño a todo joven de esta villa. Hoy
es su cumpleaños. Y te extraña. Me dijo que tan pronto vengas vayamos a
su casa, así sea muy de noche. ¿Qué dices?
– Que no iré.
– ¿Por qué, ah? Oye, ¡qué te ocurre!
4. ¡No
señor!
–
De ocurrirme, ¡nada! Pero, ¿qué se creen las mujeres? En verdad, ¿qué
se creen? Unos días están de humor, otros días no. Juegan para que el
hombre las siga, y uno convertirse en un juguete de sus caprichos.
– Tienes que ser tolerante, muchacho.
–
No. Al final creo que es su estrategia a fin de alcanzar cierto dominio
sobre uno. Y no estoy dispuesto a ser monigote de nadie. Ya terminé con
ella y eso es definitivo. No puedo seguir a una mujer.
– ¿Por qué?
–
Sería olvidarme de mis principios e ideales. Si alguna mujer me quiere
tendrá que estar a mi lado siempre. Entonces, bienvenida sea.
– Oye, pero es la chiquilla más linda de todo Roma. ¿Quién no se muere por ella?
–
Mayor razón, Efraín. La vida se puede convertir en un infierno
precisamente por eso. Saben que tienen esa cualidad y la explotan. Y al
final ellas mismas terminan mal. ¡No señor! Es definitivo.
– ¿Cuál es tu opción, entonces?
5. Sin
claudicar
–
Muy clara, Efraín. Si tienes una misión que cumplir es la mujer quien
tiene que ponerse a tu lado, de manera clara y honesta. En alguna parte
habrá alguien que entienda quién soy, que crea en mí y tenga el
suficiente sacrificio para estar a mi lado. En eso no quiero que me
mientan ni tampoco yo mentir.
– Oye, pero ahora ella está siguiéndote. ¡Si es ella la que viene a verte!
–
¿Siguiéndome? ¿Diciéndome que vaya a su fiesta? Y, ¿qué hay ahí? ¿En
qué plan se va a una reunión así? No Efraín. Mi vida va a ser muy dura. Y
para soportarla tendrá que ser una mujer de mucho coraje y muy
convencida de la causa por la cual luchamos. Si es así será una mujer
sencilla como un pan.
– ¿Una coincidencia total?
–
Sí. Y creo en el amor de pareja que es consecuencia de la lucha, para
no equivocarse ni hacer sufrir a nadie, ni a uno ni al otro. Ni a los
hijos que vendrán.
– ¿Y si nadie acepta ni se allana a eso?
– Sumaré a mis desvelos una honda nostalgia. Pero, sin claudicar, traicionar, ni mentir a nadie.
6. Donde
las cañas crecen
– Bueno, es tu decisión.
–
Pero ahora pasemos a lo realmente importante. El día miércoles habrá
una reunión aquí de todos los compañeros coordinadores de núcleos de las
haciendas.
– ¿Dónde?
– En el aula magna. O, si no, ¿dónde?
– ¿Dentro del cañaveral?
–
Sí. Porque, ¿acaso puede ser en una casa, o en un restaurante? ¿O en un
bar, o en un salón? ¡No! Allí las paredes hablan, los objetos son de
plástico y nos pueden delatar. Los muebles son frágiles y, torturados,
al final se pueden corromper. Las ventanas al ser descuajadas lloran a
hipos y confiesan nuestros planes, secretos y estrategias. ¿Además, por
qué exponer a sus dueños? Como también reunirnos en una colina, a la
orilla de un río o al borde de un camino, son sitios expuestos y muy
visibles, casi públicos. En cambio, en medio del cañaveral no. Las cañas
crecen con nosotros y saben de nuestros dolores y sufrimientos, son
nuestras confidentes, proletarias como nosotros y por eso solidarias.
– ¡Ah! ¡Y ya le pusiste nombre a ese sitio! ¡El Aula Magna!
7. Campos
de caña
–
¿No te parece bien llamar Aula Magna al espacio que hemos abierto
dentro del cañaveral? Ahí se tomará la decisión trascendental. Seremos
doce los que nos reuniremos. Entonces falta espacio y te encomiendo que
lo ensanches.
– ¡De acuerdo!
–
Cada compañero ingresará por lugares distintos. Caminará despreocupados
y, como si se recostaran en el plantío, desaparecerán hacia adentro. Y
ya estará caminando oculto, apartando cañas. Se abrirá camino entre los
surcos. Cada uno sabe la ubicación para aparecer en el ágora, feliz y
sonriente.
– ¡De acuerdo!
–
Es aquí entonces, al centro de los campos de caña, en medio del sembrío
donde se realizará nuestra asamblea definitiva. Aquí, donde vivimos un
secreto y una conjura. Por los nuevos compañeros que vendrán sucumbirán
varias cañas, a fin de darle espacio, un lugar y una consigna. Sustituir
esas cañas haciéndose Masa, pero de cañas conscientes. Y el que esas
cañas mueran por cada uno de nosotros es nuestro juramento y compromiso.
Y será el espíritu de las cañas los que estén en nuestros acuerdos.
Artemio
Zavala fue dirigente de los sindicatos del Valle de Chicama que produjo
la máxima movilización obrera campesina de la primera mitad del siglo
XX en el norte del Perú, y quien murió a los 24 años de edad a
consecuencia de la lucha que emprendiera.
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