Danilo Sánchez Lihón
1. Es
muy milagrosa
Querida mamá:
Te cuento que hace poco Rodrigo me sorprendió diciéndome mientras yo arreglaba la cerca en el jardín:
– ¡Qué suerte papá que a tu edad tú tengas todavía viva a tu mamá!
Me sorprendió que me lo dijera así. Pero así son los jóvenes ahora, y no sé en qué estaría pensando. Pero le respondí:
– Es gracias al Apóstol Santiago y a la Virgen de la Puerta bendita.
– ¿Ella también es Patrona de tu pueblo?
–
No. Ella es Patrona de Otuzco, que queda cerca a Santiago de Chuco.
Pero mi mamá es devota ferviente y siempre desde que yo era niño
recuerdo que en su dormitorio ha tenido el cuadro de la Virgen de la
Puerta.
– ¿Y cómo es ella?
– ¡Es muy milagrosa!
– ¿Y cómo la representan?
– ¡Linda, llorosa, así como es tu abuela, mi mamá!
2. ¿Te
acuerdas?
Ahora al hablar por teléfono tú me cuentas que sueñas que los dos caminamos por un lugar desconocido: ¡Y lloramos juntos!
Debe ser, mamá, por algo bueno que tú y yo hemos anhelado mucho, hecho ambos, ¡y que se ha cumplido!
Siempre
ha sido así. ¿Recuerdas cuando los dos nos proponíamos hacer algo, como
cambiar el sitio de la cocina? ¿Y resultábamos haciendo paredes, techo,
puertas y ventanas en un alboroto total? ¡Pero qué hondo era para mí
ser cómplices los dos!
O
algo más sencillo: ¡Preparar un dulce para toda la familia sin tener ni
harina ni azúcar ni almendras! Y yo tener que conseguirlo todo con puro
ingenio.
Entonces, ¡no ha de ser por nada malo, mamá! ¿Te acuerdas que siempre ha sido así de niño?
¿Cuándo el aviar en la casa no alcanzaba y sin tener para comer ese día trepaba yo a algún terrado?
Y entonces ya teníamos algo que ofrecer a mis hermanos pequeños, sin que se entere de la proeza el pobre y digno papá.
3. ¡Yo
lo consigo!
Por
eso, ¡no estés triste, mamá! Muchas veces lloramos sí, pero de alegría.
¡No solo se llora de pena o dolor! Llorar de alegría es el mejor
agradecimiento.
Y
yo tengo mil motivos para llorar, pero de contento. Una razón, por
ejemplo, que tengas 96 años y ensartes una aguja al primer intento. ¡Y
chatees por Facebook! ¿No es supremo?
¡Claro!
Lloramos juntos en tu sueño, pero debe ser por algo que sin duda es
hermoso. Quizá incluso chistoso, aunque haya sido arriesgado obtenerlo.
Como cuando busco y traigo muy de noche higos, ciruelas o limones para tus antojos de embarazada.
Esos
limones del valle, o limón dulce, que parecen sidras, con una cáscara
blanca, ancha y suave y que se come como ambrosía y de los cuales te
antojabas tanto sin que los hubiera ni siquiera en las tiendas.
¡Porque eso ha ocurrido en todos tus embarazos! ¡Y somos once! De los cuales yo soy el segundo.
Entonces
el problema era ¡donde conseguirlos y a esas horas de la medianoche. Y
yo tenía que obtenerlos sea como sea en el pueblo o yendo a traerlo de
la chacra. ¡Y era a oscuras en que tú le llorabas a papá!
4. Al
final
Y yo levantándome les digo a ambos:
– ¡Yo lo consigo, papá y mamá!
Entonces me pongo un abrigo y sé qué puerta del pueblo ir a tocar.
– ¿A estas horas? –Me reprochan con voz airada desde adentro.
– ¡Es para curar el antojo de mi mamá que está encinta!
Allí recién se compadecen y se apiadan.
– ¿Hijo de quién eres, niño? –Oigo que dicen con voz hueca que sale por los resquicios.
– De mi papá Danilo; y de mi mamá Elvira.
– ¡Ah! ¡Espera entonces un momento, niño!
– ¿Qué me dice?
– ¡Que entonces esperes, que me voy a levantar y voy a abrir la puerta!
Se
demoran en vestirse en este frío serrano que cala los huesos, pero al
final me entregan en la oscuridad los limones del valle, grandes y
helados que pesan en mis manos, sin querer cobrarme, enternecidos.
5. Mi voz
se quiebra
¡Pero,
gracias mamá, por seguir tan abrazados, tú y yo juntos, hasta estas
horas y hasta esta edad! Y gracias a la Virgen de la Puerta y al
glorioso Apóstol Santiago.
Después de todo, tú eres mi mamá y yo soy tu hijo querido. Aunque no está bien que te haga sufrir así y todavía en tus sueños.
Pero
tú estás lejos y hasta ahí no alcanza a llegar ni mi llanto ni mi
congoja ni mi quebranto. ¡Y puedo llorar a mares sin que me veas ni lo
sepas!
Aunque
sé que para una madre no hay hijo que enmudezca, ni voz que se apague
ni que le sea oculta. Ni queja de un hijo suyo que le sea escondida.
Porque a mis hermanos los llamas a preguntarles y a decirles que se preocupen por mí. Y, ¡que algo me pasa!
Porque al hablar por teléfono sientes que mi voz seguro que en algún rasgo se quiebra.
Pero mamá, yo te digo: que ¡estoy bien!
Mi
lógica –te lo estoy demostrando– es firme, y mi corazón es fuerte.
Aunque quizá haya un acento que escape a todo dominio y un tono que nos
traicione.
6. Oscuros
atajos
–
Confía en que tu pequeño sabrá salir adelante de cualquier peligro o
desafío. Que el más asustadizo de tus hijos, y que se ponía a temblar
como un junco o una caña en tus desmayos, ha hollado y vencido de niño
muros inhiestos, parajes adustos y temibles abismos.
Que
ha corrido veloz por oscuros atajos. ¿Recuerdas? ¡Tú me has abrazado y
besado tanto por avanzar veloz como un cervatillo, apareciendo por
cerros y luego desapareciendo por quebradas y bajíos!
¿Te
acuerdas? ¿Y para volver a aparecer de nuevo por lo alto de una colina
distante y lejana, cuando íbamos a cosechar maíz en Chacomas y había que
avisar de esto y de lo otro al alpartidario, o quién sea?
Recuerda
que tu pequeño ha golpeado y ha abierto con sus puños temblorosos y
pasos menudos, puertas endurecidas y baldosas terribles y heladas.
Recuerda
que ha superado intrincados obstáculos. Entonces, ¡ya no llores ni
estés triste, mamá! Aún más hoy día que es tu cumpleaños.
También
te consta, porque tú me has tenido en tu vientre, que mi pulso es
bueno, que mi pálpito es perfecto y que mi ilusión es invencible. Y, muy
al fondo, hasta pareciera que sonrío.
7. Ya
no llores
Y
ten por seguro que mi alma está directamente conectada con un lazo
indisoluble a los oídos de tu corazón. Porque yo siento que igual
converso contigo, dormido o despierto, como si tú estuvieras a mi lado
siempre, sin importarme que ahora estés tan lejos.
Que
mis manos, ¡que tú las has acariciado tanto y besado mucho más todavía!
¡Que las has sujetado tanto, orando hundidos mis deditos en la cuenca
de tus ojos, encima de tus párpados que tienen esa sombra morada igual
que la Virgen de la Puerta, y cuya huella de tus lágrimas ya jamás se
secarán ni en esta ni en otras vidas!
Pero
como siempre están puras, limpias, atentas y son valerosas. Y
solidarias con todo lo bueno, como tú lo has querido siempre que fueran,
¡aunque tengamos que ser siempre pobres!
Diciéndote
que tu pequeño sabe enfrentar desafíos, encrucijadas y peligros. Y mi
ser, pese al cierzo y la borrasca, pese a la horrenda niebla que se
cierna, está lleno de esperanza. Y, te ruego, ya no llores, mamá, ni
estés triste por mi culpa.
Tuyo
es mi corazón y estas manos que tanto besaste y que las hiciste para
defender todo lo bueno que tú me enseñaste. Y que ahora yo, como tú
antes y siempre, encomiendo nuestras vidas al Apóstol Santiago de
nuestro pueblo, y a la bendita Virgen de la Puerta de Otuzco.
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