Danilo Sánchez Lihón
1. Insepultas
sus heridas
La
casa de mi infancia en Santiago de Chuco, tomando como referencia la
Plaza de Armas, se ubica subiendo Se sube cuatro cuadras por la calle
principal donde queda la iglesia hasta una esquina que hace aquella
arteria con la calle Pinillos Hoyle, y que es un acantilado del cual cae
hacia abajo un jardín colgante, en donde ahora se ha hecho una
gradería. Penden allí macetas profusas de geranios de todos los colores y
fragancias. En ese sitio uno mira de modo ineludible a los cuatro
puntos cardinales y se abstrae contemplando el confín del cerro Ichal y
el oráculo de Catequil.
Cuando
los pasos vuelven a nuestros pies, después de haber estado detenidos,
se da vuelta hacia la izquierda y otra vez se sube por una senda en
pendiente, bordeada de casas de aleros que se entierran y sumergen en la
entraña temblorosa del camino. Es una calle de paredes altas cuyo borde
lo rasgan unos balaustres hundidos de ventanas al raso, donde el tiempo
ha querido dejar insepultas sus heridas. Llegando a la esquina,
subiendo por esa calle, hay una casa de paredes añosas. Tiene el sol del
amanecer que da directo y a la vez oblicuo a sus muros, y al corazón
del eje de la rosa de los vientos que desde allí se abre.
2. Confín
de los tiempos
He
aquí sus cimientos de piedras desnudas e suavemente oblongas. Que se
caerían si no fuera porque se arriman y se aprietan unas a otras, bajo
los techos exhaustos que le dan sombra. La claridad y luego la penumbra
del bajo techo y de los techos de enfrente que le abrigan es naranja en
las paredes. Y es violeta azulada en el aire que se posa debajo de los
tejados transidos y ensimismados. En esa casa yo he nacido.
Esta
es mi casa. Aquí también me crie. Y he vivido en ella. Conozco entonces
cada uno de sus agujeros y sus piedras. He puesto mis manos en cada uno
de los retazos de sus paredes, y la mirada en cada piedra, como teja y
maguey de sus aleros. Aquí también vino al mundo mi padre. Y aquí
también él murió un día, entregando la vida unos metros más allá, como
si se hubiera apenas removido.
Aquí
nació mi abuelo Desiderio, e iba a morir en el mismo sitio, sino que lo
trasladan unos metros más allá a otra habitación, pasando el patio. Y
todo para hacer sitio a que aquí muriera mi abuela Sofía, que no murió
ella sino él la vez en que la casa se convirtió en un hospital y la más
grave y desahuciada fue mi abuela. Aquí nació mi bisabuelo y
tatarabuelo. Y todo mi linaje y heredad se hunde en estas piedras. Y
dentro o detrás de estos muros mis latidos se pierden hasta el confín de
los tiempos.
3. Bajo
los aleros
Saliendo
por la otra puerta que da a la otra calle sobre las paredes blancas de
enfrente hay una sombra lila y otra verde que se junta y agrandan desde
los carrizos polvorientos. Mientras, desde el otro ángulo sobre las
tejas las achupallas estiran sus dedos terrosos hacia nuestra casa,
atraídas no se sabe si por una pena, una evocación o una alegría.
Hacia
arriba y hacia el fondo de esa calle, sin tomar en cuenta si hay la luz
o si haya sombra, los aleros se llenan de fantasmas y aparecidos, de
brujas que danzan montadas en escobas ululantes saliendo hacia el cielo
amoratado de la tarde. O se puebla de duendes gringachos que a estas
horas heladas no se sabe cómo no se mueren de frío sino al contrario que
danzan desnudos bajo las techumbres pese a la helada que acuchilla y al
cierzo que despelleja el alma.
Donde
los espectros vienen a juntar los arroces derramados en la puerta, y
que se tiraran un día en que se casaba alguien. Y que era el mismo día
en que no nos dábamos cuenta que la muerte había amortajado el patio. Y
cuyo túmulo se prolonga hasta ahora por los contornos de la casa
estupefacta en aquel matrimonio aldeano que ocurriera entre algunos de
mis antepasados.
4. La flor
de malva
Y
otros fantasmas vienen al pozo a juntar los granos de mote, dejados
caer al lavarlos al fondo de estas aguas y de la acequia que desde aquí
parte.
Mientras
las almas de las mujeres muertas que los dejaron caer contemplan
silenciosas y entristecidas para ver si pueden salvarse.
En el patio de esta casa el sol cae como un vidrio blando al que le dan marco los corredores y las cornisas exhaustas.
Y
vuelven a oírse los suspiros ahogados de mis antepasados en el fondo de
las habitaciones por algún mal sueño, presentimiento o presagio.
Justo
en algún cumpleaños que no alcanzó a cumplirse, como también por algún
desengaño de los muchos que hay en esta extraña y desolada vida.
Crece un flequillo menudo de hierba en el remate de las tapias a causa de las lluvias torrenciales de enero, febrero y marzo.
Y
allí se bate tembloroso y núbil el símbolo de este linaje en lo alto
del muro, y cuál es la flor de malva extasiada y compasiva.
Y
hacia arriba de la pared que divide la casa de la calle sobresale un
amplio balcón. Que aquí está, y que a la vez que balcón es barco, tren y
avión. Y una repisa incrustada en la pared, pero para mí más bien
formando parte de un lucero.
1. En lo alto
de la calle
El
balcón del que hablamos está suspendido en lo alto de la calle, pero
sin que ésta lo roce, ni lo toque, ni alcance siquiera a poner un grumo
de polvo en su tablado, o en sus bordes y parantes.
Es
tan amplio y transparente, tan cerca e inalcanzable que de niños hemos
vivido más dentro de ese balcón que en otras habitaciones. Más tiempo
que sentados a las mesas o que dormidos en nuestras camas.
Es
largo y ancho, tan vasto que no solo es el lugar de nuestros juegos,
sino que aquí hacemos nuestras tareas y erigimos nuestra tienda, con
cama para dormir colgando mantas y hasta toallas. Y extendiendo todas
las almohadas que extraemos de los cuartos.
Tiene
una baranda alta y unos barrotes de fierro, redondos y pulidos que
nuestros padres lo cubren de una tela metálica para evitar que se caigan
a la calle los objetos con los cuales jugamos. Y no nos caigamos
también nosotros.
Mi
padre trabaja a su vera, en lo que llamamos «el cuarto de arriba», por
quedar en el segundo piso y del cual justo se proyecta el balcón.
Es
en este cuarto donde caben las camas de todos los hijos que se alinean
alrededor de las paredes, cubiertas con papel de bolsa de azúcar para
que la arenilla que se desmorona no inunde las sábanas.
6. Desde
aquí
Pero,
además, esta habitación es el escritorio de papá donde prepara los
apuntes de sus clases; lee libros y revistas; corrige y califica pruebas
y llena sus registros de notas.
Aquí también nosotros los hijos tenemos nuestras mesas para hacer nuestras labores escolares.
Pero
también esta nave airosa es la sastrería de papá, y el cuarto de
costura de mamá en donde está la máquina de coser, y todos los aparejos
que demandan estos menesteres.
Y en donde no podemos saltar porque las vigas se cimbran y balancean con tanto peso.
Desde aquí vemos desfilar personas y familias que van o vienen del campo y transitan por la calle.
Desde
aquí y desde encima vemos pasar a las piaras de mulas, como los
camiones cargados de frutas que vienen de Trujillo y pasan a dejar su
mercadería a alguna tienda.
7. La vida
y la muerte
Desde
aquí vemos la lenta cabalgata de los policías que pasan con algún
preso, amarrados a una soga larga que se tiempla desde la montura del
caballo a las manos atadas del infortunado.
Da
a la calle este balcón, como hacia lo lejos al cementerio, desde donde
las almas por la noche piden permiso para venir a llorar en estas
piedras alguna pena. entrando silenciosas y lentamente a la casa de
antaño.
Por
enfrente pasan yuntas de toros arrastrando un árbol que servirá de viga
en la construcción de alguna vivienda. Y nunca pasa sino que permanece
siempre el tinglado de los techos y su sombra al costado de alguna
pared.
Pero,
desde aquí vemos pasar tantos hechos y cosas. Alguna comitiva
silenciosa que va rasqueteando sus pasos en el suelo acompañando
afligidos a algún vecino o familiar que hoy se entierra.
Desde aquí, por donde revolotean los moscardones del olvido. Los pilares descascarados y porosos de toscos nudos.
Aquí habitan cada día, afines, la vida y la muerte.
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