EL NIÑO DIOS
DE CUARZO
Y PEDERNAL
Danilo Sánchez Lihón
1. Quizá
algún día
El Niño Dios más misterioso de mi infancia fue el que
perteneció a mi abuela Rosa Paredes, la mamá de mi mamá.
Supe que existía cuando una vez vino a su casa mi tía
Carmen de Cachulla, y una tarde en que conversaban solas le preguntó:
– ¿Y tu Niño Dios de cuarzo y pedernal?
Mi abuela miró a todos lados, como asustada de que
alguien hubiera escuchado. Aparte de ellas dos, solo estaba yo. Creyendo que yo
no había oído dijo lacónica y cortante:
– ¡Ahí lo tengo! –Mi tía entendió, ¡cualquiera hubiera
entendido!, que no quería seguir hablando del tema. Y esto fue suficiente para
que yo después no cesara de preguntarle:
– ¡Abuela, muéstrame tu Niño Dios de cuarzo y pedernal!
Pero, siempre la inquiría cuidando de estar solos,
porque había entendido que para mi abuela ello constituía más que un secreto:
en verdad algo sagrado.
– Quizá algún día te lo haga ver.
2. No se había
olvidado
Ahora ya no era un niño, y había regresado. Y es que cuando
nació mi última hermana, Luz Elvira, en el Hospital Regional de Trujillo, mi
padre me encomendó ir a Santiago de Chuco llevando el certificado de nacimiento
de la niña, a fin de cobrar en la Caja de Depósitos y Consignaciones la retribución
que por tener un nuevo vástago asignaban a los maestros.
Dos meses antes toda mi familia había emigrado de
Santiago de Chuco a Trujillo, mi madre resentida con mi abuela que la castigó
por devolverle unas papas y maíces podridos.
Al llegar a mi pueblo visité a mi abuela quien lloró
en mi hombro, recorrió con las palmas de sus manos mi rostro y, como si recordara
algo que entre nosotros era una consigna, queriendo cumplir con un designio ineluctable,
me dijo confidente, con toda la dulzura de su rostro que se pintaba en las
finas arrugas de su frente, sus ojos y sus mejillas:
– ¿Quieres ver el niño Dios de cuarzo y pedernal? – ¡Ella
no se había olvidado! Y cogiéndome de la mano como si fuera un chiquillo
subimos las gradas del patio, luego de la escalera y entramos a su habitación
3. Tallado
por los relámpagos
Abrió de par en par su armario y en una urna vi el
brillo de una luz interior que irradiaba una roca honda. Y encima de ese abrojo
las manitas y los pies levantados, y la cabecita empinada de un niño:
– ¡Hermoso! –Dije– Yo creí que lo tenías escondido,
abuela.
– Ahora estoy sola lo he puesto frente a mí, y de noche
me duermo pensando en él y mirándolo.
Del tamaño de un plato sobresale nítidamente de las
rocas abruptas un niño de cristal de cuarzo pulido, iridiscente y límpido.
– ¿Lo ves? –Me pregunta ansiosa.
– ¡Todo! Pero uno de sus ojitos parece más grande que
el otro
– ¡Entonces lo ves todo! –Exclamó con júbilo mu
abuela.
La cabeza del niño es cuarzo puro, transparente,
tratando de erigirse y de ponerse en pie. Tallado por los relámpagos, la lluvia,
la tempestad. Tallado en el rodar de la piedra por los peñascos y precipicios.
Tallado por la mano de lo sagrado sobre la faz de la tierra.
4. Reinició
la marcha
Mi abuela me mira y yo la miro. Y considera inevitable
contarme la historia. Y así se dispone a hacerlo:
Ella nació y se crio en Pallasca, desde donde su madre
se trasladaba a la boca de la mina de Tamboras a vender el pan que preparaba en
el horno de su casa. ¿Acaso el obrero tenía dinero? Todo era fiado y cada 15
días en que se pagaba el jornal había que estar presente para cobrar del pan y
bizcochos del mes anterior y vender el pan nuevo.
Su hija, que después sería mi abuela era una niña
tierna, quien se quedaba encargada con la vecina pero durante ese tiempo la niña
tanto lo extrañaba a su madre que sentía que los días eran invivibles. Tiene 8
años y al no poder convencerla que la lleve consigo decide fugarse y seguirla.
La noche anterior en que su madre iba a partir al
amanecer disimuló que dormía. Al sentir que sus pasos se alejaban en la
oscuridad de la madrugada saltó de la cama, cogió el atado de ropa que había
dejado listo, se puso su rebozo negro y raído, y salió cuando su madre desaparecía
al final del sendero.
Y la siguió rumbo a las minas de Tamboras, lugar
terrible por lo helado y yermo, escarchado de vientos en donde ulula el cierzo
y la nevasca. Al esconderse cada trecho vio que su madre cada cierto tiempo
volteaba, como si presintiera que alguien la seguía. Incluso hubo un momento
que detuvo a los pollinos y se paró de frente, esperando que alguien
apareciera. Después reinició la marcha.
5. Como
nunca
La niña decidió ya no caminar tan de cerca, pues si la
descubría la regresaría a su casa después de darle una buena tunda. Pronto el
cielo se llenó de nubes y empezó a azotar la tempestad, y a caer la cellisca en
que nada se veía perdiéndose el trazo de las huellas y solo apareciendo el ichu
y los chorrillos de aguas heladas.
Allí empezó a correr para alcanzar a su madre. Pero
nadie ya respondía. Se había perdido. Todo era soledad y páramo. Lloró y llamó a
gritos pero nadie la oía. Cayó y allí vio que algo brillaba. Era una piedra de
cuarzo y pedernal que recogió y, buscando un refugio, quedó dormida.
– Lo encontré cuando yo sentía que me moría.
Al despertar ya había escampado y el camino era diáfano
y sereno. Siguió la senda que se abría y después de casi un día de camino llegó
a las minas de Tamboras en donde encontró a su madre. La niña la ayudó tanto
que el pan se vendió rápido y como nunca. Y desde entonces siempre viajaron juntas.
6. No pude
calmar su llanto
Ya joven y allí mismo conoció a quien sería mi abuelo
Benigno cuyo oficio en la boca de la mina era aguzar las herramientas que perdían
filo con el golpeteo en las rocas que hacían los mineros allá adentro.
Se unieron y él la llevó a Santiago de Chuco. Tuvieron
seis hijos, y ella quedó viuda a los 35 años. Pero jamás volvió a casarse. Mi
abuelo le dejó muchas propiedades, pero aun así siguió amasando pan y ella
misma vendiéndolo pero esta vez en la bocamina de Quiruvilca, lugar lóbrego,
oscuro y sombrío.
Ese mismo día que me contara la historia, que fue el
13 de abril yo volvía a Trujillo y mi abuela al despedirme se abrazó muy fuerte
a mí, diciéndome:
– Ya no nos volveremos a ver, hijito.
Yo la consolé, sin saber lo que ocurriría al otro día,
diciéndole:
– Vas a vivir muchos años, abuelita. –Pero no pude
calmar su llanto.
Mi abuela moriría al día siguiente que me despidiera
de ella, el 14 de abril del año 1966.
7. Flores
silvestres
Por eso creo y digo que esta vez también el Niño Dios
salió a esperarla, como cuando ocurrió de niña, pero esta vez en el viaje de
regreso.
Porque murió en la ruta de Santiago de Chuco a Pallasca
su tierra natal, al desbarrancarse el vehículo en que iba en la Loma del Viento.
Porque, acaso, ¿no coincide todo? Pero esta vez a la
vera del camino para guiarle en el retorno, pero hacia la otra vida.
A nadie de la familia he escuchado que tenga ese Niño
Dios como reliquia. Nadie que lo haya encontrado o recogido. No está entre los
vestigios que dejó mi abuela. Más bien nadie habla ni sabe nada de él. Un día
con disimulo dije sin mayores alusiones:
– el Niño Dios de cuarzo y pedernal de los caminos. –Y
mi madre volteó a mirarme fijamente.
Mi abuela está enterrada a la entrada del panteón de
Santiago de Chuco y cada vez que voy pongo en su nicho flores silvestres del
campo que recojo a la vera del camino pensando en aquel Niño Dios.
¿Dónde está? ¿Qué fue de él? Yo creo sinceramente que ese
Niño Dios de cuarzo y pedernal regresó al camino de donde por ella fue recogido.
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