LA
PATRIA
LEJANA
Danilo Sánchez Lihón
Más precia
el ruiseñor su pobre nido de plumas
y leves pajas…
más sus quejas en el bosque repuesto
y escondido
que agradar lisonjero las orejas de
algún
príncipe insigne,
aprisionado en el metal de las doradas
rejas.
Rioja
1. Eso no le basta
a mi alma
Sentado en la mecedora de mimbre en el porche de su
casa en el país extranjero, el inmigrante ausculta los años vividos, reflexiona
y rememora algunas imágenes.
Y, de repente, solloza en la sombra. ¿Qué lo aflige?
¿Quizá lo que hizo? ¿Tal vez lo que no hizo?
Y rompe a hablar consigo mismo, como si se confesara:
– Extraño mi tierra y anhelo volver a mi país natal.
Extraño sus calles, el hablar de su gente, su detenerse a saludar. No puedo más
ocultarlo ni disimular. Quiero volver allá, volver a mirar el perfil de los
cerros que es lo primero que pude ver del lar donde naciera, el atardecer en
lontananza. Quiero volver a escuchar las voces en la casa cuando las personas
se van quedando dormidas.
– ¡Cómo vas a irte! Pero si aquí lo tienes todo, papá.
– ¡No lo voy a negar! Aquí todo marcha bien, porque
todo es ordenado. Y funciona a la perfección. Todo está montado sobre una
maquinaria de eficiencia. ¡Pero eso no me basta!
2. Hasta
de repente
– Si te pasa algo aquí, papá, en este país todos los
servicios de atención están garantizados.
– Sí, hijo.
– Y todo sincroniza sobre un aparato de rigor,
precisión y excelencia.
– Totalmente de acuerdo.
– Si en estos momentos te sobreviniera un infarto al
corazón todo está previsto para que las comunicaciones sean operativas y
eficaces al máximo.
– Y es casi seguro que se me llevará en un
helicóptero, porque hay un helicóptero que sobrevuela prácticamente en el aire
todo el tiempo.
Sí, es cierto, pero mejor es callar y meditar hacia
adentro. Pienso, pero ya en mi interior, meditando pero callando al mismo
tiempo, y hablando conmigo mismo, pero hacia adentro:
Si algo aquí me sucediera, allí mismo se me ha de
aplicar los primeros auxilios.
3. Lo
sé
Y hasta de repente allí me operarían, porque está
dotado de un cuerpo de médicos y paramédicos de primera y con todo su
equipamiento.
Llegarán en un santiamén donde está previsto todo para
salvarme.
Y si un helicóptero atiende una emergencia otro
subiría de inmediato y estará ronroneando en el aire. Así es aquí.
¿Pero de qué vale, digo yo, salvar a un corazón
entristecido como el mío?
¿De qué vale darle salud a mi cuerpo si no se ha de
salvar mi alma?
Ya hace varios años que me siento indefenso, nostálgico
y añorante de mi pueblo y de mi tierra natal.
¿Para qué tanto éxito a fin de eternizar la pena más
desgarradora que siento?
Me salvarán, ¿pero sabe la máquina lo que mi corazón
anhela, siente y desea?
¡No!
4. Solos
con nuestro destino
Si le preguntaran a aquel corazón que salvan con tanto
esmero, ahínco y desvelo si verdaderamente quiere o no quiere seguir viviendo
le responderá que no.
Porque se siente y está en un país extranjero, amable
por cierto, pero en donde no construye aquello que se le asignara hacer y que
es para los suyos, y para quienes más sufren y padecen.
Pero es seguro que no le pregunten nada. Aquí todo es
trabajo y no se habla de uno mismo.
Salvo si es para llenar unos formularios, o
digitalizándolo con algunos números para alguna tarjeta de crédito en un banco.
Ni les cabe en la cabeza imaginar que alguien sufra de
pena entre tanta comodidad y abundancia.
En ese punto la eficiencia no funciona, lo
automatizado no alcanza a penetrar en el corazón humano, y es bueno que así sea
sino todo estaría perdido.
5. De día
o sea de noche
Para aquel ámbito no hay máquinas que funcionen. Allí
estamos solos con nuestro destino, a quien no puede captar esta tecnología ni
hablarle con números.
Mi ser es el de un pueblo atávico y salvaje, donde
todavía todo es origen y felizmente noche primordial.
Lo sé desde que empecé a vivir aquí, en donde lo que
no se salva es el alma.
En cambio en mi pueblo no hay nada. Sopla y aúlla allí
el viento helado. Sin embargo ¡no sé por qué lo extraño tanto!
Incluso pareciera que todo el sentido del mundo
estuviera concentrado aquí. Y en mi pueblo de origen no hubiera nada.
Pero no puedo olvidarlo.
No puedo desprenderme de él, ni sumergirme
aparentemente en el olvido, ahora sea de día o ya sea de noche.
En mi vigilia y en mis sueños.
6. ¿Quién
eres?
Después de los diez primeros años de estar aquí
regresé. Y tal como lo dejé, mi pueblo estaba idéntico, incluso un poco más
triste y más viejo. Y sus calles más torcidas todavía.
Y sus muros más llenos de agujeros y hierbajos por
doquier, y por donde hundí mis manos como si acariciara a un niño abandonado.
Incluso lo hallé más vacío y más mísero, que cuando yo
lo dejé. Entonces, caminando absorto y silencioso por sus calles, le hablé de
este modo:
– ¿Pero qué me atrae hacia ti? ¿Qué me cautiva? ¡Dime!
Pareciera que incluso no es moral que yo te tenga este cariño y te prefiera
sobre todo lo racional, ordenado y eficaz. Porque es como el gusto por el
atraso y por lo que quedó atrás, aunque me corrijo: esto me aflige, subleva y
me duele. ¡El atraso no me gusta!, y es lo que más me lastima. ¿Qué tienes
entonces, di?
Y la respuesta fue: ¿Tuviste razón en abandonarme?
Desde la lógica la respuesta es sí. Pero desde el alma la respuesta es no. Y no
por mí sino por ti.
7. La casa
de infancia
Ahora siento que voy a morir pero sueño con una casa:
Esta es una casa antigua, añeja, pero en pie.
Introduce en ella el olvido sus dedos entre piedra y
piedra intentando hacer que esta casa se derrumbe, ¡y no puede!
La lluvia y las tempestades han golpeado tanto sus
techumbres que las tejas están ladeadas, pero no puede aún hacerlas pedazos.
Los años con sus atroces olvidos e incuria intentaron
demolerla, pero resiste, permanece, se erige cada día.
Hay más bien encima de su cumbrera un estallido de
flores que emergen inhiestas ante el cielo azulino y anaranjado de la tarde.
– ¡Qué tienes! ¿Quién eres? –Le pregunto–. ¡Contesta!
– Soy la casa de tu infancia que te espera. –Dice–.
¿Y, qué tengo? Te tengo a ti.
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