Danilo Sánchez Lihón
1. cogidas
de las manos
Las dos hermanas se santiguaron antes de poner sus
pies en el tronco húmedo del árbol que cruza de orilla a orilla sobre las altas
piedras.
Y hasta donde salpican las aguas espumosas y
enfurecidas del río que brama porque viene encajonado aunque en esta parte se
anche sin dejar de ser feroz y turbulento.
Por el miedo se cogieron fuertemente de las manos
antes de empezar a caminar, paso a paso, por el madero resbaloso y ya
verdecido.
Cuando fueron conscientes que estaban en el centro de
ese cruce pavoroso, ya se habían extendido las sombras del cielo sobre el
mundo.
Y un viento helado desde dentro les caló los huesos y
les invadió el miedo. Sintieron el ruido y el fragor de los remolinos y las
aguas que entrechocan en las piedras allá abajo.
Y ahí fue que una de ellas quiso retroceder y en la
indecisión ambas cayeron, cogidas de las manos.
2. Aquí
mismo
Pronto las envolvieron los torbellinos encrespados y
fatales.
Cayeron al río, unidas las manos. Y así se las vio,
hasta el último instante, en que las aguas envolvieron sus dos cuerpos
enlazados.
Momentos antes desde aquí las miramos que se animaban
y desanimaban de pasar por el madero tembloroso. Una tenía trece años y la otra
once.
Ya grandecitas estaban, pero eran tiernas de carácter.
Y ambas muy bonitas.
Ya engullidas por el torrente, aun así levantaron
todavía las manos, como pidiendo auxilio. ¿A quién?, digo. ¿A quién, en medio
de aquel turbión y bramido, en esta soledad y a esta hora?
Pero así somos los seres humanos, que no perdemos la
esperanza.
Y nos aferramos a que hay alguien en algún sitio, o
aquí mismo, pensando que todavía nos puede amparar y salvarnos.
3. Ni siquiera
a sus orillas
¿No es triste que así sea nuestro pensamiento?
¿No es triste pedir un socorro, una ayuda, una mano
tendida y esta no llegue o no se extienda?
¿Que no esté allí para cogernos de ella, sino solo el
vacío, la desolación y el desamparo?
¿Estamos solos en el universo? No lo sé, niño. Pero
este suceso me ha dejado triste, muy triste en el alma. ¿Estamos solos,
pregunto?
– Pero llora Eleuterio. No porque estés viejo tengas
vergüenza de llorar. Llora todo lo que quieras.
¡Porque después de haber gritado desde esta orilla, y
nuestros gritos retumbar como un eco, sentir que nadie nos oye!
¿Ya nosotros qué podíamos hacer? Este río es hondo,
caudaloso, atroz que retumba que no podemos entrar ni siquiera a sus orillas.
4. En toda
esta comarca
Pronto llegaron las sombras y las tinieblas. Y los
rugidos de las aguas los sentimos más amargos y atroces esa noche.
– Discúlpame niño que esté llorando. Pero si un viejo
muere es normal. Pero no se entiende si son dos niñas las sacrificadas por la
manera cómo hemos construido el mundo los adultos.
– ¿Cuándo ocurrió eso, Eleuterio?
Mañana va a ser recién un mes, niño.
– Y, ¿por qué huían?
– ¡Ay! A la mayor de las dos que regresaba trayendo
las ovejas del campo, se le extravió una. Y su padre le dijo: “¡Si no encuentras
a la oveja que has perdido, mejor vete! ¡Y no regreses jamás a esta casa!”
– ¿Por qué? ¿Son muy pobres?
– Al contrario niño, don Liborio que es su padre es el
hombre más rico en toda esta comarca.
5. Dolida
en el alma
¬– Pero, entonces, ¿qué es una oveja, si se tienen
tantas, en relación a una hija?
– ¡Eso, pué! Y le dio de plazo que esa misma noche
regrese con la oveja perdida. De lo contrario, la amenazó: ¡te largas y encima
la tunda que te voy a dar!
Eso ocurrió como al mediodía. Llegó las seis de la
tarde y por más que buscaba la oveja no apareció.
– Ahí fue que la niña decidió irse, dolida por la
manera como su padre la trataba. Por eso, ser rico o acumular plata es malo,
niño. Porque el adinerado todo lo valora por un precio, hasta a los hijos. Y
todo lo maldice, incluyendo a su propia sangre.
La oveja en realidad no se había perdido porque
apareció aunque al otro día: sino que la ocultó la neblina y al verse sola
buscó refugio y abrigo entre los matorrales. Porque, a la mañana siguiente
apareció, saliendo a unirse a la majada.
6. Y así
lo hizo
Pero, ya era inútil, las niñas habían desaparecido
envueltas por los remolinos de las aguas.
Al ser ya de noche y no encontrar la oveja, de miedo
por el castigo, y dolida en el alma la mayor decidió huir, camino a Santiago de
Chuco.
– ¿Y cómo es que también ahí estaba la menor?
– Porque no quería desprenderse. Ella la siguió
mientras buscaba la oveja. Y la empezó a seguir después cuando su hermana mayor
decidió huir y ya no regresar a la casa de su padre. La menor lloraba cada vez
que la mayor la ahuyentaba:
–Tú, ándate a tu casa. De mí ya no es, porque él me ha
negado.
– ¡No! Contigo voy a irme, ¡adonde sea! Así me arrojes
de tu lado voy a estar contigo. –Le contestaba. Y ambas lloraban.
Y así lo hizo. Porque las dos intentaron cruzar el
río. Y lo ha seguido más allá de esta vida, hacia ese ámbito oscuro que es la
muerte.
– ¿Y encontraron sus cuerpos?
7. Nadie
que lo cruce
El padre, que es dueño de muchas cabezas de ganado y
tierras, ordenó que todos sus peones buscaran. Y lo han hecho recodo por recodo,
orilla por orilla y playa por playa.
Y se encontraron ambos cuerpecitos, ya lejos de este
sitio, girando en un remolino, cerca de Chacomas. Pero los dos cuerpos juntos
como si no hubieran querido desunirse ni en la muerte
Al reconocerlas el padre ha enloquecido de culpa y ha
intentado matarse, que han tenido que amarrado. Ahora lo han soltado, pero no
cesa de beber, desde que ellas murieron.
Habiéndose olvidado no sólo de la oveja que la niña
perdiera –y que sólo ocultó la neblina–, sino de los cientos y miles de ovejas
que en sus rebaños todavía tiene.
– ¿Y tú cruzas ahora por ese madero tendido,
Eleuterio?
Después que ellas se cayeran por allí nadie cruza, y
ni siquiera se atreven acercarse a sus orillas.
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