Danilo Sánchez Lihón
1. El eco
responde
Es contigo entonces, prima mía, que juego a desafiar
al eco frente a estos farallones, desde donde se alzan arbustos tupidos de un
verde oscuro que se va aclarando hacia lo alto cuando las peñas se elevan.
Crece en ellos la yerba mora, infinidad de helechos,
la tímida zarzaparrilla; y donde sobrevuelan las aves que tejen sus vuelos
sobre la piedra blanca, al amanecer espolvoreado de la luz de las estrellas.
Ha llovido anoche y la tierra húmeda luce
transparente. Un vaho envolvente se levanta junto con una honda fragancia
Desde la base de esta montaña se gesta la neblina de
copo albo, que surge desde la base y va subiendo hasta cubrir las cumbres por
completo.
Pero aun así el eco responde detrás del vestido de
hada en que las peñas se envuelven.
2. ¿Para
qué?
Para eso, tú tienes tus trenzas en punta hacia
delante, tu falda de organza cristal del color, ¿de qué color era?
¡Ah, sí! Era floreada sobre fondo blanco y estampada
de verde toronjil con flores anaranjadas y de color rojo sangre.
El mismo rojo de los suganes que recogemos del camino
a veces introduciendo nuestras manos juntas entre las espinas.
Parada junto a mí, oyes que yo le grito a las peñas
mientras esperamos que mi voz rebote.
E ingrese la brujería del eco de la peña a los nombres
que mi voz convoca.
– Ecooo. ¡Eres un tunante!
– ¡Tunante! –Suena por uno y otro lado de la
hondonada.
– Al eco no se le nombra. ¿Para qué?
3. Recoges
tu rebozo
– Entonces los nombres, ¿para qué fueron hechos?
– Para llamarnos. Pero no se lo dice hacia afuera. El
Eco, ¿acaso es tu amigo para que lo tutees?
– ¡Eco zonzo!
Le digo yo a los cerros y ellos me contestan con un
talante alterado:
– ¡Zonzoooooo!
Tú haces entonces como que recoges tu rebozo y te
enfadas.
– Ya ves, ya estás enojando al eco, –me dices
compungida.
Entonces le imputo yo al eco con un tono altanero:
– ¿Quieres pelea?
– ¡Peleaaaa! –Me advierte el eco.
4. No
se lo nombra
Amelia, que conoce hasta los últimos pliegues de mi
alma, se pone vigilante ante mi atrevimiento. Se interpone entre mí y las
peñas, para argumentar impaciente:
– No trates mal al eco, te va a perseguir en tus
sueños.
Ante su enfado entonces lo que más me provoca es
hacerla perder la paciencia, porque así caminamos distanciados por el camino
espiando lo que hacemos, cuidándonos de no perdernos en la neblina; pero
también me importa insultar al eco.
– ¡Ecooo, estás locoooooooo...
– Locoooooo...
– Ya ves... –Replica Amelia distanciándose– Ya se
enojó.
– Pero es el quien me insulta.
– El solo te está respondiendo. Pero además al eco, no
se lo llama ni se lo puede nombrar diciéndole Eco.
5. Los
pasos
– Entonces…
– Nada déjalo tranquilo. Es un mago y hechicero.
– Ecooooo... hagamos la paz
– Paz, –responde.
– Y tú, ¿por qué te enojas tanto?
– El eco es malo cuando se molesta porque envía a la
neblina y hace que perdamos el camino poniéndonos al borde del precipicio donde
ya nadie nos encuentra o nos encierra en una cárcel de un mal aire, que es lo
peor. –Comenta ya más tranquila y caminando a mi lado.
– Tampoco se dicen dos nombres de personas juntos. Eso
es mucho peor, porque los enreda el Eco y así resultamos que ninguno reconoce
cuál son los pasos de uno y cuál son los pasos del otro.
A mí me gusta cómo se enfada la Amelia. Porque es más
linda y tierna que nunca aunque aparente lo contrario.
6. Abundan
los arrayanes
– ¿Quieres que yo diga los dos nombres juntos?
– Ya no me importa nada de lo que tú hagas, – dice y
se aleja.
– ¿No tienes miedo de que se enreden nuestros pasos?
– No, porque mira, – y me enseña sus dedos que los
tiene cruzados– hay una forma para defenderse del eco.
– Entonces sigo gritando.
– Ya no, porque a veces cruzar los dedos nos libra
como otras veces no.
El resto del sendero lo hacemos caminando silenciosos.
Estas son peñas envueltas en el misterio, sumidas
entre boscajes. Nadie nunca se había atrevido a acercarse ni caminar por ellas.
Son peñas empinadas, cubiertas de rajaduras y pliegues, donde abundan los
arrayanes, los shayapes y las plantas cortaderas.
7. Fuente
oculta
Entonces ya en el colmo del desafío le grito al Eco:
– ¡Ameliaaa!
– ¡Ameliaaa! –Responde el Eco.
– ¡Fredyyy!
– ¡Freddy! –Responde el Eco. Y me desgañito diciéndolo,
mientras Amelia desaparece apurada por una curva.
Por eso, en esas peñas hasta ahora debe estar la
huella de mi voz y mi nombre y el nombre de Amelia pues yo lo grito cada vez
que paso desde diferentes distancias, direcciones y con distintos tonos y
maneras. Lo grito con variados humores, desde el retador y desafiante hasta el
de quien cavila y, a veces, se asusta y tiembla.
Y allí también debe estar escondida la paciencia, la
ternura y el misterio de Amelia como una fuente oculta entre los helechos.
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