Danilo Sánchez Lihón
1
Seres
fabulosos
y raros son los aviones. ¡Puro
enigma!
Con
las colas elevadas al cielo, se posan
suavemente
en
tierra. Y ya estacionados en las radas
de
los aeropuertos
bajo
la lluvia que arrecia, vigilan insomnes
con un ojo
muy
abierto el hondo espacio inacabable.
Entonces
abren
recelosos sus entrañas de animales
antediluvianos
en
la noche vacilante, mientras traspasan
y
arrojan
maletas,
degluten y eructan sus gargantas
presurizadas
a
niños soñolientos, a muchachas sonoras
como
tañidos
de
campanas pese al peligro que se tiende
sobre
las
cabezas, a ejecutivos obesos y abuelas
a
quienes los nietos
esperan
ansiosos y tensos al otro lado del
océano.
2
Ingente
es
el enjambre de hombres y máquinas
que
los atienden,
abriendo
sus vísceras e introduciéndoles
mangueras
y
tubos. Vigilados por carritos que hacen
parpadear
señales
y luces de peligro; con bomberos
anhelantes
que
aguardan alertas al final de las pistas.
Luciendo
en
sus trompas insignias y estandartes
con
nombres
que
evocan ¡campos de batallas, mujeres
idealizadas,
navegantes
obsesos y dársenas ilusas!
Con
banderas
que
atraen o esfuman quimeras y utopías.
Una
escotilla
pequeña
por donde el capitán vislumbra
y
otea las estrellas.
Con
niñas irreales que atienden asuntos
muy
reales
cuyos
rostros son amparo para no caer
en
el pavor ni el vacío.
3
No
son
de
este mundo los aviones! Son enseña
y
avanzada
del
más allá en el más acá y viceversa de
nuestras
vidas,
que
se elevan en la noche sideral haciendo
signos
extraños.
Solos en el universo. Más altos
y
desamparados
que
ninguno de los seres de este mundo,
pero
también
los
más poderosos ciegos por inmolarse.
Se
hablan
todas
las lenguas al pie de sus ventanillas
pálidas,
donde
aletean fragancias lejanas y todos
los
adioses.
Los
asuntos efímeros como las verdades
totales.
Ellos
velan con sus motores encendidos
y
se elevan
horadando
la eternidad con un zumbido
excelso
y lastimado.
4
Seres
mitológicos,
legendarios, que escaparon
de
los libros
de
fábulas, y hoy sobrevuelan el espacio
en
la luz
crepuscular;
ostentando en la nervadura
de
sus alas
el
cierzo y la nevasca. Y, hacia adentro,
inconsolables
unas
lágrimas. En sus cabinas la gente
vigila
o duerme
doblegada.
Más frágil, indefensa e irreal
que
nunca,
ceñida
levemente al capullo del asiento,
abandonada
a
sus cálculos pequeños, a su angustia,
a
su hora
de
partida y a la otra incierta de llegada.
En
cambio
el
piloto siempre es lacónico, observando
sus
mapas
se
pierde o encuentra asimismo en el aire:
ahíto
de
preguntas y lo mismo de hoyos negros.
Apoyado
a
tientas en esquemas y planos, e igual
en
misterios
que
nadie comprende, sintiendo la punta
de
un puñal
lastimándole
la espalda, entrando exacto
al
centro de su alma.
5
Mientras,
que
todos duermen hay alguien que vela
con
el foquito
de
luz encendido, releyendo mil veces el
mismo
pasaje bíblico,
orando
y encomendando su alma a Dios
a
diez mil pies
de
altitud sobre el nivel del mar. Dormidos
o
despiertos
todos
pensando en llegar a la casa lejana,
y
en las olas que
golpean
allá abajo y en el mundo a punto
de
rodar al vacío
y
reventar. ¡Qué raro que a estas alturas
en
el viaje
nadie
sienta, ni queje, ni sangre la úlcera
que
hora tras hora
nos
oprime en el suelo. O de los cálculos
renales,
y
es porque no se vive ni muere estando
en
los aviones
que
son tábanos y abejorros escapados
a
lo etéreo.
6
Asidos
a
las nervaduras de sus aletas y élitros,
¡desorbitados
los
ojos en sus escudillas, qué hondura
de
emoción
es
divisar una ciudad a lo lejos, y desde
aquí
arriba!
Cuando
el conjunto de luces encendidas
en
la vasta llanura
se
ofrecen como una mujer en la actitud
abandonada
de
la entrega. ¡Y la imagen de una sola
de
ellas
subsiste
y estremece a lo largo y ancho
de
la travesía y esto
por
más que los aviones se alejen o se
eleven!
En
ese tinglado de luces que parpadean
se
inserta toda
la
trascendencia. Sea el amor o la honda
pena.
Sea
la
ilusión o sea el agravio, sea la vida vana
o
ya sea la otra
plena
en significado, esplendor y valentía.
Pero
más
se oculta en ellas la muerte, ¡segura
e
ingrávida!
7
¿Quién
hizo
estas naves, las probó y las seguirá
construyendo,
tanto
hoy como mañana? Muchos. Toda
la
cultura
humana
que ha aportado con sus sueños
y
sus manos.
El
anhelo siempre estuvo presente aquí
como
en otros
lugares,
cual ha sido volar por los aires.
Y
es que los hombres
llevamos
las alas inmersas en el alma y
escondidas
entre
los brazos. Desde el pensamiento
atávico
volar
fue nostalgia, ya que antes fuimos
aves
y peces.
Antarqui
como Ayar Ucho con sus alas
se
lanzaron
cañada
abajo por la hondonada. Y hacia
arriba,
hasta
desaparecer
tras los picachos nevados.
Santiago
Cárdenas
en
1750 pidió permiso al Virrey del Perú
para
volar
arrojándose
del San Cristóbal a la Plaza
de
Armas.
fundamentado
todo en su tratado titulado:
“Nuevo
sistema
de navegar por los aires sacado
de
la naturaleza
volátil”.
Aunque el veredicto del tribunal
fuera:
“¡No ha lugar!”.
8
Cinco
horas
para una conexión en el aeropuerto
de
München,
y
mirar por el ventanal, es ver y saber que
el
tiempo
y
el espacio están adentro como afuera de
la
creación
del
universo. También es dar vueltas por
los
escaparates,
lo
suficiente para saber que las naves no
son
únicamente
los
aviones que vuelan por el firmamento
sino
también
el
planeta que se precipita y sobre el cual
apenas
nos sostenemos, y
el
tiempo y espacio que parecen apoyarse
sobre
una roca. Y
todos
somos naves inauditas suspendidas
sobre
el vacío: sea
el
aliento de nuestras bocas, o el golpeteo
de
nuestra sangre
en
las sienes, el pulso que se aloca y que
se
aquieta
en
un alvéolo del corazón o el alma. ¡Todo
son
naves!,
como
también los pasos con que vivimos
y
trotamos
por
esta vida, arañándonos y jalándonos
los
cabellos.
9
Así
como
también nave es cada escondrijo o
refugio,
sea
casa, el fogón o cocina, la habitación
y
la cama
donde
dormimos, hasta nuestros zapatos
son
aviones.
Nave
es en este instante la estación del
aeropuerto
que
parece firme y segura porque yace
en
el suelo
y
que es desde donde te escribo, amor
mío.
Nave
o avión es esta tierra, este mundo
redondo
que
se despeña sin punto de llegada ni
línea
de partida.
Nave
es este punto de encuentro y nudo
de
caminos:
los
aeropuertos, estas extrañas cometas
suspendidas
por
millares de destinos que se cruzan y
descruzan.
Y
de pasos con diferente tino y desatino;
cada
quien
con
sus líneas de partida incognoscible y
su
punto
de
llegada que nunca hay que preguntar
dónde
queda
y
hacia donde solo nos llevará el avión
que
somos cada uno.
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XVII ENCUENTRO
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