CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
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3 DE ABRIL,
ES
VIERNES
SANTO
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
DÍA
HONDO
Y GRAVE
Danilo Sánchez Lihón
Y tocan las mismas campanas
que oyó tanto vecino muerto.
Luis Valle Goicochea
1. Mamá
está de luto
Hoy día es Viernes Santo. En mi pueblo, Santiago de Chuco, fecha grave, invivible, funesta.
Desde temprano nos asustan, ni bien nos desperezamos en la cama y abrimos los ojos.
En
primer lugar, mamá está de luto en todo su traje, y hasta en sus medias
y zapatos, que hoy viste. Y hasta en su frente hay como una sombra de
abatimiento.
Y con voz, que no deja un solo resquicio para las gracias y mimos, nos advierte:
–
Hoy no se grita ni se habla fuerte. Hoy no se puede corretear por el
patio, ni por el corredor, ni menos por las habitaciones. Hoy no hay
enojos, alaridos ni protestas.
– ¿Por qué? –Pregunto yo asustado.
– Porque es ofender los oídos del Señor.
2. Dios
ha muerto
–
Hoy tampoco no se martillan clavos, porque es herir las manos y pies de
Jesús. Hoy no se hacen compras, porque es coger dinero y volverse
Judas.
– ¿Hoy día comemos, mamá?
– ¡Hoy no se come carne! Ni se miente ni se hace llorar a los hermanos pequeños, porque es condenarse para siempre.
– Tampoco se regaña ni se resondra a los niños, ¿no mamá?
– ¡Así es! –Me dice severa–. ¡Por eso hay que portarse bien!
Pero, ya suplicante, le imploro:
– ¿Qué ocurre mamá? ¿Qué pasa hoy?
– ¡Dios ha muerto! –Me contesta con rostro y alma afligida.
Y esa frase, de que Dios ha muerto, es tan lapidaria y desoladora que deja un vacío y una angustia insufribles en el alma.
3. Ya
en la tarde
Es
tan atroz que es como si el mundo y la tierra se cayeran y rodaran por
un barranco, o por una pendiente dando tumbos. Y ni siquiera eso sino
cayendo en plomada hacia el vacío, ¡y hacia la nada!
– Y, ¿es para siempre, mamá? –Le decimos ya también llorando mis hermanos.
– No. El sábado resucita y asciende al cielo. Pero hoy Viernes Santo es día de duelo.
Y
es cierto: hoy no se puede cantar, ni reír ni jugar. Y nadie lo hace.
Todos los niños caminan parcos y tiesos. Parecemos exorcizados. Ni se
puede hablar imaginando o mintiendo, que es casi lo mismo. Y es bien difícil para los niños caminar sin rozar la tierra.
Ya
en la tarde es la misa solemne. Hay ruido de matracas y guardias
solemnes y emperifollados en la puerta de la iglesia, adonde no entran
los niños. –Porque todos somos movedizos e impacientes.
4. Velas
afligidas
Solo
entran señoras compungidas vestidas de negro y con mantillas moteadas
cubriéndoles la cara. Y señores estirados e indescifrables. Y todos con
los rostros colgados y las mejillas ajadas.
Realmente,
en ningún instante podemos quedarnos solos porque da inquietud y hasta
pavor. Dios ha muerto, estamos huérfanos, el caos reina, el diablo
acecha.
Es el demonio hoy por hoy rey y todopoderoso del universo. Y se revuelca de placer y se ríe a carcajadas.
Ya
en la madrugada oscura y lloviznosa, desde la esquina de la botica de
don Luis Médico, vemos pasar la procesión solemne del Señor Jesucristo
en su urna mortuoria.
Un
cortejo de velas afligidas y rostros demudados avanza lentamente a los
sones desgarradores de una banda gemebunda de músicos transidos de honda
amargura.
5. Es
cuando
Volteando
la esquina aparece el ataúd del Cristo Yaciente, iluminado por
fluorescentes ¡que no sé cómo los encienden en estos tiempos de lámparas
a kerosene, candiles y mecheros!
Sobre
la urna van dos arcángeles guardianes de espadas flameantes y dentro,
golpeado y sangrante, ya muerto el Señor nuestro Dios, cargado por
varones descalzos, vestidos de túnicas de un blanco cruel e inexorable.
¡Qué atroz!
Un terror lacerante nos invade. Los mayores encomiendan sus espíritus, piden misericordia y lloran.
Muy ceñidos al anda del cadáver del Señor van los músicos, asidos a los pocos retazos de luz que quedan tras del cortejo.
Es
cuando repentinamente el cielo se arremolina, se carga de nubes oscuras
y revienta el fogonazo de un relámpago, con el retumbar de truenos
sucesivos.
6. Nadie
se defiende
Y
se descarga la tempestad que con sordo rumor golpea el suelo, los
muros, las tejas y los cuerpos ateridos de los feligreses que apenas se
inclinan. Pero nadie se mueve de su sitio ni se inmuta ni siquiera
levanta los ojos.
El cortejo de sahumadores encorvan sus cuerpos protegiendo las brasas de sus sahumerios.
Los ángeles sin sacudir sus alas chorreantes se concentran aún más en sus pasos lastimeros.
Quienes
cargan el anda del Señor con sus túnicas blancas y sus pañuelos
amarrados en torno a sus frentes parecen más abstraídos mientras los dos
arcángeles encima del ataúd hacen flamear más el brillo temible de sus
espadas.
Nadie
se defiende ni protege y el tronido de la tempestad pareciera un
trombón más en los acordes quejumbrosos de la banda de músicos.
7. ¡Retro,
Satanás!
En
ese momento es que los padres nos retiran. Y ya caminando de regreso
nos tapan los ojos, para no ver lo que viene detrás retumbando sobre las
piedras.
Allí,
en la oscuridad más espantosa van los penitentes envueltos desde la
cabeza hasta los pies en mantos que alguna vez fueron blancos y ahora
van percudidos por los pecados y ensangrentados por los azotes.
– ¡No miren! ¡No los miren!
– ¡Sus pecados contaminan a la gente!
Ellos
mismos se infligen golpes en la espalda, el pecho, los brazos y las
piernas con una "disciplina", hecha de bolas de cera y tachuelas
cortantes.
A cada golpe en espalda y pecho, rugen con voz gutural y desgarrada que parece del otro mundo:
– ¡Retro... Satanás!
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