Danilo
Sánchez Lihón
“quisiera yo
tocar todas las puertas,
y suplicar a
no sé quién, perdón,
y hacerle
pedacitos de pan fresco
aquí, en el horno de mi corazón”
César Vallejo
1.
De buena
vecindad
En mi escuela mis maestros
nos inculcaron el sentido de integración y hermandad con los pueblos de América
y el mundo. Y esto más por ser el Perú geopolíticamente un país eje en América
del Sur. Por eso con toda emoción y vigor en la explanada de tierra de mi
plantel escolar entonábamos fervientes y con voces límpidas aquella canción que
dice:
Un canto de amistad, de buena vecindad,
unidos nos tendrá eternamente.
Por nuestra libertad, por nuestra lealtad
debemos de vivir gloriosamente.
Un símbolo de paz alumbrará el vivir
de todo el continente americano.
Fuerza de optimismo, fuerza de hermandad
será este canto de buena vecindad.
Argentina, Brasil y Bolivia,
Colombia, Chile y Ecuador,
Uruguay, Paraguay, Venezuela,
Guatemala y El Salvador,
Costa Rica, Haití y Nicaragua,
Cuba, Honduras y Panamá,
Norteamérica, México y Perú,
Santo Domingo y Canadá.
¡Son hermanos soberanos de la libertad!
¡Son hermanos soberanos de
la libertad!
2.
Asumir
nuestra
identidad
Ya en el colegio aprendimos
que el mundo andino es cultura de solidaridad, y consecuentemente de paz en
armonía con el acendrado sentido de comunidad, que aquí entre nosotros alcanzó
a desarrollarse hasta el punto de ser no solo política de estado sino de hacerse
gesta y epopeya diaria en la construcción de andenes sobre los precipicios y de
ciudades asombrosas en la cresta y en lo más empinado de las cordilleras.
Y este espíritu comunitario
se da asociado y en coherencia con otro rasgo peculiar del mundo andino, cuál
es la soledad como entelequia. Pero la verdadera soledad que no tiene el
contenido adverso de aislamiento e incapacidad, sino más bien de autonomía,
naturaleza fecunda y creativa, y la ocasión y posibilidad de conocer y asumir
nuestra identidad y destino personal y colectivo.
Porque la soledad
existencialmente es necesaria a fin de saber quiénes somos hacia adentro, como
lo es también para situarnos con firmeza frente al panorama exterior vasto e
infinito, alentando un sueño y un ideal.
3.
Auténticos
y
plenos
Reconociendo y valorando a
la vez que el mundo andino no es apretujado ni congestionado, como es la trama
peculiar y el trasfondo de la sociedad contemporánea.
Tampoco es de índole y
característica que lo emparente con la masificación, fenómeno contrario a la
esencia de lo que es la solidaridad.
Más bien todo lo andino es
abierto, vasto e ilimitado, dando lugar a una toma de conciencia trascendente
acerca de los distintos aspectos de la realidad.
Como todo en él es
integrador, de manos y brazos extendidos, y de signo totalizador.
Condiciona a la vez a la
consideración de sentirse únicos, auténticos y plenos, como personas humanas.
Alumbrado todo ello desde una conciencia personal que supera lo contingente, lo
individual y el predominio del ego, alentando el espíritu de solidaridad.
4.
Íntegras
o
sabias
¿No es digno entonces de
tomarse en cuenta este desafío del hombre andino ante tanto absoluto de los
espacios inconmensurables de la piedra impenitente y del abismo que separa y
que se impone como soledad, y que gracias a la acción humana es tornado y
convertido todo ello valerosamente en solidaridad?
Porque en las punas
hieráticas y en las montañas desoladas tenemos no solamente la sensación sino
la evidencia de cómo el hombre andino afronta y la supera de manera tan directa
la soledad.
Y de cómo la insume y la
incorpora dentro de lo que es su sentir, su expresión y su cultura decantada en
hermandad. ¡De cómo convierte la soledad en solidaridad!, sin excluirla sino
depurando su carácter excluyente, pero sin que deje de ser venturoso y
promisorio aquel dolor.
Este asunto podría haber
sido incluso demoledor para culturas débiles, o menos profundas y consistentes,
o menos íntegras o sabias ante la soledad. Y convertirse en enfermedad,
desarraigo y alienación.
5.
Relación
con
lo cósmico
Sin embargo aquí ante la vastedad
y lo absoluto, pasando de lo inhóspito a lo propicio, se corrige lo cruel y los
rigores del medio circundante con la solidaridad.
Y, en este como en otros
aspectos haciéndonos fuertes, austeros y fraternos. Y asumiendo la vida como
una manifestación de la heroicidad
Tanto es así en el hombre
andino que este se convierte en un ser
que trabaja con estas categorías y elementos, como con otros, para
transformarlos y convertirlos en esencias y valores, y con ellos para modificar
la historia.
En el caso de la soledad
para hacerla solidaridad. Como también
su relación con lo cósmico e inconmensurable, que finalmente se lo ha
incorporado a su concepción cotidiana del mundo y de la vida.
Todos estos retos y
desafíos, que son absolutos existenciales, el hombre andino los ha asimilado y
los ha puesto al servicio de su manera de sentir y pensar naturales. Y los
resume en una actitud: la solidaridad.
6.
El lado
opuesto
Dentro de esta perspectiva
un factor y presencia que conmueve mucho en este ámbito es el candor y la
inocencia como resultado de esta confrontación y asimilación entre el mundo
anímico y el espacio exterior, hecho distinto y en contraste con la argucia, la
codicia y la mala intención.
Así como igualmente la
manifestación de la ternura como práctica en el trato comunitario, en contraste
con aquello que tanto daño hace desde el lado opuesto, cuál es la indiferencia,
el abuso y la desigualdad.
Basta mencionar estos
aspectos para concluir que entonces, y acaso, ¿no es grandioso? ¿No es excelso?
Sobre todo asumir la solidaridad ante todo lo que es intrincado y fragoroso,
por lo menos visible en relación a nuestro territorio.
Y a las montañas
escabrosas. Y a lo que es la apariencia física de nuestro medio ambiente vital
abrupto y desértico, inaccesible y accidentado, cerril e impenetrable.
Y la pregunta que surge
entonces es: ¿cómo puede dar lugar a
voces tan entrañablemente tiernas, finas y crédulas, una realidad aparentemente
tan hostil, tan hosca, intrincad y tortuosa?
7.
Mujer
niña
y madre
Dentro de esa fragosidad,
muy pocas culturas tienen el privilegio de mostrar una ternura tan honda y
acrisolada, como es la cultura andina. Ternura representada en la mujer niña y
madre. Matriz en la acepción no biológica de procrear sino de amparar, adoptar
y proteger.
Maternidad que acuna y
resguarda la vida y la sostiene entre tanto abismo, fosa telúrica y huecos
negros cósmicos que nos acosan. Porque el precipicio de los andes no sólo está
hacia abajo sino, y sobre todo, hacia arriba y hacia adentro. Y como tal es más
hondo, desolador e inacabable.
Por eso, “un canto de
amistad de buena vecindad” que reza como lema la canción que entonábamos
pletóricos en el patio escolar mirando los geranios de las macetas en flor
colgadas de los pilares del corredor y las malvas de pétalos blancos en lo alto
de los muros y que sobresalen de entre las tejas.
Para rematar en la estrofa
que dice que somos por ello “hermanos soberanos de la libertad”, y que es
aquello que el mundo andino lo ha cultivado siempre para finalmente representar
el sentido de paz y solidaridad en el universo.
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