Danilo
Sánchez Lihón
El hombre
nace libre,
responsable y sin excusas.
Jean Paul Sartre
1.
Petición
insólita
La primera vez que Luis
Felipe de la Puente Uceda cayó preso y salió libre, la orden de libertad estaba
lista para que saliera el día sábado, pero él extrañamente pidió recién salir
el día domingo. Pidió pasar un día más en la prisión. Esto causó extrañeza y
desasosiego entre los gendarmes y las autoridades del penal. Fue considerada
una actitud muy sospechosa.
Era una petición insólita e
inesperada. Se consultó sigilosa y disimuladamente hasta las más altas esferas
del gobierno, quienes respondieron desde Lima que la decisión la adopten las
autoridades del penal. De este modo se supo que era temido, sea que esté
adentro sea que esté afuera de la cárcel. Incluso más se le temía adentro por
su ejemplo moral. Y porque estando recluido la población del penal estaba en
guardia para defenderlo.
Cuando escuchaban ruidos en
la noche y se sospechaba que lo venían a llevar para matarlo, y aducir que
trató de huir o de escapar. Para eso todos los presos tenían escondidas dos
piedras que hacían chocar una con otra produciendo un ruido infernal, sobre
todo porque era acompasado y parecía venir desde el fondo de la tierra, como un
sismo o la eclosión de un volcán. Y así retrocedían. De esta manera lo cuidaron
todo el tiempo.
2.
Reforzaron
la
guardia
– ¿Qué se propone? –Se
preguntaba el comandante–. ¿Cuáles son sus planes e intenciones? –Y se pusieron
a especular.
– Estos subversivos siempre
están maquinando algo, que casi siempre resulta muy peligroso. –Apostrofó el
Alcaide.
– Pero es mejor tenerlo
dentro, para saber qué hace, que buscarlo afuera en donde será difícil
ubicarlo. Solo que hay que vigilar. –Acotó el capitán, también presente.
– ¡Pues entonces que se
quede! Pero, eso sí, en vela toda la noche, cuidando el mínimo de sus
movimientos, y sobre todo custodiando cada celda.
Reforzaron la guardia. Y no
durmieron los sesentaiseis custodios asignados a ese penal.
Todo transcurrió con
normalidad. El día domingo tampoco se apuró en salir temprano. Acomodó
pacientemente su ropa. Y recién salió a eso de las nueve de la mañana.
Él sabía que a esa hora su
madre estaba escuchando misa en la iglesia catedral de la ciudad. Ese era un
rito infalible. Esa asistencia era religiosa. Y él bien lo sabía.
3.
¡Son
libres!
A nadie de sus amigos avisó
la hora exacta en que calculó salir. Ya libre llegó a su casa y sigilosamente
entró en ella.
Pero esta vez ni siquiera
ingresó a la sala ni al comedor ni a la cocina, sino que fue directo a la
primera pajarera del jardín.
Jaló la aldaba de la
inmensa jaula y abrió de par en par la puerta.
Luego pasó a la huerta en
donde estaba la más grande de las pajareras.
El bullicio de los pájaros,
suponiendo que se le llevaba comida, fue ensordecedor. Igualmente abrió la
puerta de par en par y descorrió los pestillos de las ventanillas.
Y así lo hizo con cada una
de las jaulas que había por los contornos. Todas las abrió para que las aves
escaparan.
En ellas había pájaros que
habitaban encerrados y presos desde hacía años, meses, semanas y días. Desde
que habían nacido.
– ¡Fuera! ¡Váyanse! ¡Son
libres! –Les decía.
¿Cuántas aves había en esos
calabozos aparentemente amables e idílicos? ¡Muchísimas!
4.
Viejas
y
adustas jaulas
A todas las dejó libres. E
incluso a algunas tuvo que entrar, cogerlas con sus manos y echarlas a volar
para que se fueran.
Delicadamente los nidos los
fue poniendo en lo alto de las tapias. Otros los colocó en los aleros y en los
tejados.
A todas liberó.
Sabía que estando su madre
en casa nunca hubiera podido hacerlo porque ella se hubiera interpuesto, sin
que él pudiera abrir puertas ni ventanas de sus prisiones aparentemente
doradas. Todavía tuvo tiempo de alentarlas con los brazos para que se fueran.
Al volver, su madre
encontró revoloteando decenas y centenas de pájaros en los muros de entrada, en
los balcones, en el alfeizar. Otros atolondrados o felices entraban en las
habitaciones, hecho que ella lo tomó como un buen augurio.
– Tiene que ser un día
feliz el que hayan venido tantos pájaros que hasta entran por los cuartos.
Y ni le pasaba por la mente
ni los relacionaba aún con aquellos que durante años había criado y permanecido
dentro de sus viejas y adustas jaulas y pajareras. Nunca se hubiera imaginado
que ahora habían sido liberadas.
5.
Abiertas
de
par en par
Más bien, fue inmensa la
sorpresa y alegría de encontrar a su hijo querido y adorado ya en la sala;
cenceño, barbado y con la mirada de un brillo fulgurante en los ojos.
Se abrazaron largo rato y
ella volvió a sollozar pegada a su pecho y al pie de sus hombros.
Lo sintió esta vez un
hombre fuerte, gigantesco, inmenso. Sintió esta vez que había parido un hijo
que era inhiesto y total como una montaña.
– ¡Hijo! ¡Hijo mío! ¡Por
fin, estás libre y aquí!
Pero en eso vio pájaros que
estaban parados en los marcos de los cuadros. Pájaros que estaban sobre los adornos
del recinto y que recién descubría que tenían trinos propios y sutiles, y
vuelos rasantes. Y no el alboroto de las jaulas.
Se asomó a la ventana y
desde allí descubrió las puertas y ventanas de sus pajareras abiertas de par en
par.
– ¡Dios mío! Están abiertas
las puertas de las pajareras. Las aves han escapado. ¡Hay que cerrar las
ventanas!
Él la sujetó fuerte entre
sus brazos y le dijo:
– He sido yo madre quien
las ha abierto.
6.
Presas
desde
niño
– ¿Qué, hijo?
– Que yo he abierto las
pajareras y las jaulas.
– ¿Tú? ¿Por qué, por qué lo
has hecho, hijo mío?
– Madre, porque la prisión
es atroz, horrenda. Sabiendo que hay presos en esta casa no hubiera podido ni
siquiera visitarte, ni vivir un solo día a tu lado, ni siquiera quedarme un
solo instante para estar contigo. Perdóname, mamá.
– ¡Dios Santo!
– Madre, Estar preso es
estar muerto. Cuando me vencía el desaliento me mantenía solo una idea fija que
tenía que cumplir y que me salvaba de toda depresión, tristeza y desaliento,
cual era liberar estas aves que he visto desde niño y que recién me doy cuenta
que estaban presas desde aquellos tiempos. Y hasta me soñaba haciéndolo.
Su madre, no sabía por qué,
pero más se aferraba y se hundía hacia él protegida en sus brazos.
– Pero no llores mamá. Tú
eres creyente. Dios hizo libres a las aves. Y yo te juro mamá que no hubiera
podido vivir en esta casa sabiendo que hay encarcelados. Y pensar en irme a
otro lado era para mí desgarrador.
7.
Un
libertador
– ¡Ay, Dios!
– Dime, madre qué debo
hacer para compensar todo esto, para pagártelo por cada uno de los pájaros que
han volado. ¿Cuánto valen? Dime ¿qué sacrificio debo hacer?
– ¡Ay, Dios!
– Por más grande que sea el
costo yo lo cubriré, a fin de que esto no te entristezca. Qué trabajos debo
cumplir y yo lo haré. Pero no podría haber vivido a tu lado, madre, sabiendo
que hay aquí prisioneros.
– Lloro hijo porque de niña
soñé que las aves revoloteaban en la sala y en los muros de mi casa, y creía
que enjaulándolos cumplía con ese sueño. Y es más bien que era para que un día
tu alma y corazón, que ahora siento inmenso, fuerte y generoso como un río, ¡fueran
libres!
Nota: Luis de la Puente
Uceda así como liberó a las aves de la casa de su madre, repartió también todas
las tierras de las haciendas que le tocara como herencia. No retuvo para sí ni
un solo palmo de tierra que antes fueron de sus ancestros.
Por sus bienes y raíces de
su familia él era un oligarca, pero por su emoción y su conducta se volvió un
hombre del pueblo, un chuco legendario, un libertador de hombres y de aves y un
héroe popular.
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