FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
DERECHOS
DEL NIÑO EN TORNO
AL LENGUAJE
Danilo
Sánchez Lihón
1.
Todo niño tiene el derecho
a que se sepa, se
crea y reconozca que antes
de nacer
él conoce bien del
lenguaje.
Es más:
¡que él es eminentemente
lenguaje!
Que investigadores sagaces
y acuciosos
definen que a los tres años
el niño es
un genio lingüístico.
Siendo
esa
entonces la realidad, cabe
preguntarse:
¿Qué podemos enseñarle a
un genio?
¡Nada! Lo único posible es
facilitarle
que exprese su genialidad.
2.
Todo niño tiene el derecho
a
que se sepa
que conoce y percibe dichos
y mensajes, no
solo por su forma,
significado
y contenido;
sino por el pálpito,
eufonía y
ritmo.
Por el timbre de voz, el
aura
y corazonada.
Ojo maestros: ¡Sinceridad
en
la voz!
Y sobre todo, por el
carácter
de nuestros
pasos; el alma y
respiración
de interlocutores y
hablantes. Ya que la
palabra
ante todo
es mirada. Es imagen
franca,
cálida
y verdadera, pero de los
ojos.
3.
Todo niño tiene derecho a
no
sufrir
aquellas lecciones absurdas
y convencionales
de gramática. Y sí más bien
a ser escuchado.
A gozar de elogios, estima
y
aprecio
por las palabras que desde
sus bocas
afloran. Y que son
milagros,
manantiales,
talismanes. Y de los
gorjeos
que pronuncian y
emiten sus ilusiones.
Tienen
derecho a
decir las cosas del mundo a
su modo, con
su hablar dulce y encantado
que debemos
escuchar atentos,
reverentes
y arrobados,
a fin de purificar nuestra
alma
atribulada.
4.
Todo niño tiene el derecho
a
vivir
la felicidad en los
vocablos;
a descartar
cualquier dicho gris,
oscuro
y afeado
que se trate de imponerle o
se le diga.
A transformarlo en hechizo
puro.
Tiene derecho a proyectar
el amor
en las palabras, en el modo
de engarzarlas.
A no descartar ni aplazar
ni
abolir
la felicidad ni el paraíso
sino
más bien
encontrarlo en las
alusiones,
a vivirlo
en tonos e inflexiones que
él
mismo ensaye.
5.
Todo niño tiene el derecho
a
tener
una relación con el
lenguaje
en su dimensión
de belleza, de sentido
pleno,
y de gracia
consumada. A que ella sea
magia,
a que revolotee por el aire
y
no a que
esté pegada a un cartabón
de la escuela.
Derecho a la poesía que es
una fruta
sencilla y primorosa. Como
si ellas
fueran fresas, moras o uvas
silvestres.
Y porque en verdad lo son,
como también
son néctar, mosto y panales
de mieles.
6.
Todo niño tiene el derecho
a
que
las palabras escogidas para
él
sean ciertas, esplendentes
y
luminosas,
absolutamente si se dirigen
a él
necesariamente tienen que
ser maravillosas.
Y a rechazar todas aquellas
que no sean
fiesta, fruición y
estallante
alegría.
Porque la palabra dicha a
los niños
ha de ser siempre convite
y celebración
A solicitar el reemplazo de
un profesor
si las palabras de este son
grises,
oscuras y opacas. Peor si
son broncas
y si de ellas se desprenden
exámenes.
7.
Los niños
tienen derecho a la
rebelión
contra
quienes clasifiquen y
tilden
las palabras
como sustantivos, adjetivos
o verbos.
Más aún con la
incriminación
perpetrada
de que ellas son pronombres
preposiciones,
adverbios. ¿Para qué sirven
esas
patrañas? Dado que Incurrir
en denominar
de tal modo a las palabras
es
tener
el alma perversa, estar
llenos
maldad.
O, ¿qué es eso? En todo
caso
tratar
de ordenarlas como palabras
de fuego,
de viento, de arcilla, de
carne
o estrellas.
Otras son marinas,
acuáticas
o etéreas
8.
El niño
tiene derecho en las
pruebas
y exámenes
a los cuales se los somete,
a
ser
él quien pregunte y no
quien
conteste.
A ser él quien califique a
sus
maestros.
Pregúntesele en todo caso
acerca
de los sueños, esperanzas y
quimeras
Y de la pujanza de la
sangre
por la vida
Tiene el derecho a quedarse
callado,
sobre todo si se le escudriña
sobre
minucias que son lecciones
escolares.
Y sin que callar sea
nulidad.
¿Porque
podríamos acaso al excelso
silencio
decirle indigno, minúsculo
o
precario?
9.
El niño
puede otorgarle a la
palabra
el sentido
que se le ocurra. Si se
antoja
que pupitre
pueda significar barco,
avión
o violoncelo
bienvenido sea ese capricho
y ocurrencia.
Porque es mucho mejor que
con su carpeta
pueda viajar y volar
dichoso
y libremente
por el amplio cielo azul.
Que
el maestro
pugne seguir dicha vía para
intentar
alcanzar junto a él y codo
a
codo
los luceros y todos
aquellos
infinitos
interiores y exteriores
hacia
los cuales
él viaja y está
acostumbrado
a morar,
retozar, perderse y
solazarse
en ellos.
10.
Todo niño tiene el derecho
a
crear
lenguajes nuevos. Es deber
nuestro
tener que aprenderlos. Esto
así tenga
que atasque la lengua en el
intento.
A cada palabra original que
él invente
el adulto ha de retribuirle
con
un significado
crucial, inmenso, profundo
y
vital. Y
que complazca cabalmente
al niño.
Y que con ello, él y
nosotros
alcancemos
a trascender. A volar,
vivir y
a crear,
juntos para siempre, mundos
nuevos
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