Danilo Sánchez Lihón
“¿Por qué siendo tan inteligentes los
niños
son tan torpes los adultos?
Seguramente
por la educación.
Alejandro
Dumas
1. Poseedores
de su expresión
Un profesor muestra aprecio por lo que sienten,
piensan e imaginan los niños, cuando los escucha, se interesa por sus historias
y le da valor a lo que cuentan como si fueran prodigios, sortilegios,
maravillas. Así como cuando los motiva a escribir y después de hacerlo propicia
a leer los textos compuestos reconociéndoles su valor y preciosidad.
De este modo los está haciendo dueños y soberanos del
lenguaje, les está cultivando una relación feliz con el idioma, les está dando
voz propia, y reforzando de manera permanente su autoestima.
Así los hace poseedores de su expresión, actitud ardua
de alcanzar y difícil de cumplir, pero trascendental de proponerse obtener,
porque es la única manera de hacerlos hombres capaces de asumir su expresión y
con ello su destino con total plenitud.
En lo cual hay una resistencia del maestro a
intentarlo, porque le resulta intrincado deponer el autoritarismo y cederle la
palabra a los niños, dejando que ellos nos confíen su alma, sus miedos como a
la vez sus sueños, sus angustias como sus esperanzas.
Queremos más bien que ellos escuchen nuestras
lecciones a fin de tener preguntas para la evaluación, peroratas y
conveniencias sin sentido; que pretendemos enseñarles; contenidos que no les
conmueven, incumben, ni les sirven.
2. ¡Y,
de vivir!
Lo lamentable es que esto que acabamos de reseñar
ocurre más en el área fundamental del lenguaje, siendo en este ámbito en donde
más debiéramos cederles la palabra a los niños, porque la tienen magnífica,
luminosa y acrisolada. En cambio preferimos imponerle lecciones que no los
afirman ni enaltecen sino que al contrario los agobian, humillan y quebrantan.
El profesor ha de cultivar el acierto de que los niños
escriban sus textos porque ello es valioso. Porque, qué importante en la
educación es saber cómo ellos son, qué es aquello que los alienta y sostiene y
qué es aquello que los hiere, turba y amilana. Como es importante hacer
conciencia de aquello que los oprime y esclaviza. Y, además, hay que incentivar
su expresión propia porque los hace personas libres, seguras y confiadas.
Por eso, resalto y reivindico esta estrategia de
trabajo con todo mi fervor, entusiasmo y convicción. Porque en lo que los niños
escriben encuentro configurado nuestro rostro y nuestro latido, nuestro ser y
lo que anhelamos, en suma nuestra identidad. ¡Y aquí, en lo que ellos cuentan
recién somos nosotros mismos! ¡Aquí recién existimos y triunfamos!
Siento que todo lo que los niños cuentan es verdad, en
el sentido que nos pertenece esta manera de sentir y pensar, esta manera de ver
y considerar las cosas, de tener un juicio acerca de ellas, ¡y. de vivir! Y es
con eso y a partir de eso que podremos educar y construir un destino mejor para
nosotros mismos y para los demás.
3. La verdad,
el bien y la belleza
Y esto es así porque los niños son los mejores
intérpretes de la realidad, debido a que no tienen prejuicios, convenciones ni
intereses subalternos o espurios que los tuercen o los deformen.
Y a quienes en cambio y lamentablemente atiborramos de
falsos problemas, de temas obtusos y de contenidos pueriles. De lecciones
inertes que no atienden, asumen ni transforman, porque no tiene ninguna razón
de ser para la vida con la cual el niño vibra.
En general, todos tenemos que partir apropiándonos
nuevamente de la palabra, haciéndola nuestra, rescatando otra vez para nosotros
una actitud de hacedores del lenguaje que nos devele el mundo y nos exprese
mejor tal y como somos y queremos ser.
Y ello lo lograremos cuando dejemos de lado teorías y
lecciones insulsas, y nos involucremos en proyectos como la escritura creativa
y veremos cómo se establecen, relaciones plenas de encanto, felicidad y dominio
del lenguaje en función de la verdad, el bien y la belleza. Y creando ya sea en
el plano de la oralidad como en el de la escritura.
4. Cultivar
las palabras
Porque el lenguaje así como claro de bosque también es
maraña tupida, por la cual es menester guiar a las personas, enseñándoles el
espíritu de cada árbol, y si es posible de cada brote y de cada flor.
Y de cada fruto y de cada nido colgado de las ramas,
como es cada vocablo y cada frase que pulsamos cuando hablamos y escribimos con
autenticidad, ojalá que no dejando de escuchar el compás, la música y melodía
inherentes e implícitas de cada palabra.
Pero el lenguaje es también semilla que se siembra,
cultiva y expande, que contiene nuestro propio pulso, respiración y flujo
sanguíneo cuando crece y se hace fuerte y nos identificamos con las palabras
que emergen cabales de nuestras bocas.
Y siempre será el lenguaje el árbol propicio y
tutelar, desde cuya copa avizoramos todos los horizontes y bajo cuya sombra
encontramos siempre consuelo, protección y renovadas esperanzas.
Es enseñándolo a plantarlo y cultivar las palabras
como iremos reconociendo sus diversos dones y virtudes de que está hecho.
Relacionarse con el lenguaje y la escritura de manera
lúdica, jugando con los vocablos y sus significados, es como encontrándoles
aristas, reflejos y temblores en nuestras manos como si antes nunca lo
hubiéramos sentido.
5. La gracia
de la creación
Es teniendo una relación horizontal, cordial y
amigable con la palabra cómo la haremos propicia a nuestra realización personal
y a la forja de nuestro destino sobre la faz de la tierra.
Porque ocurre más bien que nos inhibimos y apocamos
con ella, como si estuviéramos frente a seres que nos infunden miedo, debido a
que la palabra escrita ejerce e impone autoridad.
Entonces apagamos todos nuestros criterios ante su
presencia omnímoda, cuando la manera de exorcizarla es encendiendo todas las
luces y lanzando todas las naves al espacio sideral, ya sea cuando hablamos, ya
sea cuando escribimos.
De allí que la única manera de formar a una persona
para el pleno dominio del lenguaje es a través de la creatividad literaria.
Ella conduce o debe conducir a que los niños sientan el placer de una relación
feliz con la palabra ya sea aquella que se desprende de nuestros labios o que
aparece rastreada por la punta del lapicero o del tecleado de la máquina
electrónica.
Y esto porque la gracia de la creación es la índole
del lenguaje, que es eminentemente fiesta y regocijo. Entonces, todas las
actividades tienen que tener esa misma índole, raigambre y condición, donde
nada debe ser rígido, ni menos inerte y especulativo.
6. Relación
liberada
Así tendremos como resultado que las personas han de
convencerme que todo lo pueden hacer y solucionar con el uso del lenguaje,
panorama favorable, óptimo y enaltecedor
para la convivencia de los individuos y de los pueblos.
Busquemos por eso que el niño en todo momento
establezca una relación feliz, dichosa y amigable con la palabra oral y
escrita, libre de lastres y ataduras, de rémoras como de obstáculos y tapujos.
Y este desbrozar es arduo, pues mucho ripio y desmonte
hemos acumulado encima de lo que debería ser el jardín florido y dichoso de una
relación con el lenguaje en su dimensión de belleza y encantamiento.
Como también de sentido primigenio, actitud
placentera, igual a como se ofrecen los frutos dulces y las colmenas henchidas
de mieles, como las palabras se ofrecen y ellas mismas se prodigan en ser.
La creatividad literaria ha de tener entonces como
propósito, en primer lugar, una relación liberada del niño con la lengua y su
expresión.
7. Forja
de su destino
Al decir liberada queremos decir sin trabas, sin
frustraciones ni temores, porque mediante estas prácticas el niño va a entrar a
la raíz de su lengua y al corazón de ella misma, a tener una relación de
identidad y posesión con respecto al verbo.
La literatura es trabajo con la palabra en su sentido
esencial, y nada más importante que devolverle al niño el pleno don o ejercicio
del lenguaje.
Concluimos así que la única didáctica y metodología
posible y moralmente aceptable para la enseñanza del lenguaje en la escuela
como en cualquier otro espacio, es la creatividad.
Desterremos entonces de su entraña el predominio de la
lógica, el cálculo, y de la memoria, al razonamiento y la intelección, porque
en el lenguaje nada está sometido a esos moldes, cárceles ni barrotes sino más
bien a la dicha de existir, a la felicidad de compartir y a la alegría de
vivir.
Y esto valorando lo que el niño intrínsecamente es,
porque el artista o el científico se distinguen no tanto por lo que han tenido
el talento de adquirir, sino por lo que han tenido la dicha de no perder, que
es lo que hacemos cuando los orientamos por la escritura como creación de
significado y forja de su destino.
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