Danilo Sánchez Lihón
1. Déjala
en paz
–
Inti, hermano, ¿por qué tu hija, La Aurora, no atiende mis reclamos,
mis súplicas, mis ruegos; ni recibe las ofrendas que yo le hago amable y
solícito cual si fuera una reina?
– Continúa. Estoy escuchando.
–
En cambio a los mortales más bien los quiere. ¡Y a mí me desdeña! ¿Por
qué es tan indiferente a mis propuestas y al cariño que yo le profeso?
¡Al menos que se digne en recibir los regalos que le hago con tanto
afecto y hasta devoción!
–
Huari, voy a ser paciente contigo, porque mi hija ya ha puesto este
asunto entre mis manos, del acoso en el cual la tienes y al cual tú la
sometes. Voy a ser razonable y explicarte que los sentimientos y los
afectos tienen correspondencia con el orden del universo. Sencillamente
tú y ella no son compatibles.
– ¿Qué?
–
Tú eres de las profundidades de la tierra, del mundo oscuro y
subterráneo. Mi hija La Aurora es del mundo de la luz, del Hanan Pacha.
Entonces te pido, por favor, que la dejes en paz.
2. Rodaron
las piedras
– ¿Qué? ¿También tú te atreves a hablar así conmigo? ¿Vienes tú igual con esos modales a dirigirte hacia mí?
– ¿Por qué? ¿De qué manera te he faltado u ofendido?
–
¡Con tu arrogancia! ¿Me pides que la deje en paz a quien es soberbia y
orgullosa? ¡A quién altanera prefiere brillar para los míseros mortales,
quienes se debaten hundidos todo el día merodeando en el lago para
atrapar algunos peces a fin de poder comer! Y que arañan la tierra
humillados, construyendo andenes para arrancarle frutos, ¿mientras yo le
ofrezco los fabulosos tesoros que tengo al fondo de la tierra y que he
prometido ponérselo a sus pies?
– Te pido, por favor, respetarla en sus decisiones.
–
¿Qué? ¿Me pides respetarla? ¿Me pides paz y respeto mientras soy
despreciado de este modo? ¡Pues bien! ¡Se arrepentirán ambos de su
actitud presumida para conmigo! ¡Guerra han querido y guerra la tendrán!
Huari
dio un portazo en las regiones celestiales que estremecieron la tierra
en donde se sacudieron los cerros y rodaron las piedras. Y salió furioso
del recinto.
3. El viento
que sopla
Ya afuera, hablando consigo mismo, Huari resollaba de furor, diciendo:
–
¡Verán ambos! ¿Quién creen que es Huari el señor de las profundidades?
¡Ah! ¡Pero destruiré aquello que a ella más le ha de doler en el alma;
es decir: devastaré a su pueblo preferido, los Uros!
– ¡Uros! –Contesta el eco.
–
Porque para con ellos sí que brilla, es amable y radiante. ¡Para ellos
sí que les dedica los colores más espléndidos! ¡Amanece llena de
arreboles para ellos! A ellos les dedica sus mejores galas. Se viste con
los mejores trajes y atuendos en los celajes que cubren todo el
firmamento.
– ¡Lamento! –Replica el eco.
Y
ellos en adoración le llevan ofrendas y cánticos a la salida del sol en
lo alto de los cerros. ¡Pero, verán lo que a partir de ahora ha de
sucederles!
– ¿Y qué harás? –Le pregunta el viento que sopla en la meseta en donde los Uros viven.
4. Asolan
la tierra
–
¡Ah! Enviaré cuatro plagas a los hombres y que acabarán con ellos,
haciéndolos sucumbir a esta gente que amanece adorando al sol y que le
rinde pleitesía a La Aurora. Enviaré cuatro plagas que terminarán
devorando hasta el último guiñapo humano.
Y
dicho y hecho. Envió una Plaga de Hormigas que empezaron a devorar las
espigas de los sembríos, y a desenterrar pisoteando los tubérculos
cultivados con tanto esmero.
Envió
una Plaga de Sapos que con su chapoteo y con su larga lengua vibrante
hicieron salpicar el agua nublando toda la comarca, haciendo que todo se
oscureciera y reinara una tiniebla completa.
Envió una Plaga de Víboras que todo lo envenenaron, la arcilla y el agua, asolando la tierra.
Y envió una Plaga de Lagartos que su misión era hacer que la gente sea como son ellos, que duermen en el barro satisfechos e indiferentes.
5. Los convirtió
en piedras
La
Aurora un día al asomarse por la cumbre de los cerros vio con espanto
que su pueblo ya casi destruido luchaba ardorosamente con las Cuatro
Plagas.
–
¡Oh, Pachacamac! –Imploró a su abuelo, quien gobierna el universo–.
¿Qué ha sucedido? –Dijo–. ¿Cómo un pueblo tan próspero y feliz, el de
los Uros, tan rico y laborioso ha caído en tan atroz miseria y estado de
abandono volviéndose salvaje?
Y
vio desde lo alto cómo hormigas, sapos, víboras y lagartos se habían
posesionado y devoraban enseres, cultivos y gente. Y todo lo que
encontraban de lo que antes era un pueblo feliz y magnánimo.
La
Aurora entonces convertida en Ñusta Incaica bajó hasta la tierra y
convirtió a las hormigas en los arenales; y a las más voraces en las
dunas del altiplano.
De
los sapos hizo manantiales y ojos de agua que brotan en los humedales.
Pero a los más fieros, que se resistían a hacerse agua, los convirtió en
piedras en la orilla de los ríos para que encaucen el agua y el caudal
no se desborde.
6. Por otras
puertas
E incluso, a los sapos más grandes y atroces los convirtió en rocas a la orilla de los torrentes.
A
las víboras ondulantes las hizo cadenas de montañas divididas en
pedazos y que se esparcen y se juntan en la meseta altoandina.
A los lagartos los convirtió en lagunas, hundiendo al más cruel en el lago Titicaca.
Y ella misma quiso quedarse a vivir y vigilar las bocas de las minas por donde habían salido las cuatro plagas.
Volvió
la vida feliz y durante mucho tiempo el pueblo fervoroso, ungido y
laborioso adoró a La Aurora como la Virgen de La Candelaria del
altiplano.
Pero Huari rencoroso, perverso y malvado empezó por otras puertas subterráneas a eructar andanadas de diablos.
Y a esperpentos que envician y corrompen a los Uros con borracheras y bacanales, dictándoles esta consigna:
7. En
el fondo
– Vayan. –Les dice–. ¡Vayan
y corrompan a la gente! A ellos los quiero indolentes, dominados por el
vicio. Los quiero inconscientes, dispersos, borrachos.
Y
salen las diabladas desde el fondo de los túneles, en comparsas que
bailan en aparente homenaje a la Virgen de La Candelaria, a quien
incluso le han cambiado de nombre para errar impunes, como Virgen de los
Socavones.
Huari
los disfraza, les enseña a bailar, les modela sus vestidos y sus
máscaras ornamentales, no olvidándose de esculpir sapos, hormigas,
víboras y lagartos de quienes se ufana.
Y les estampa bordado en letra de oro inclusive su nombre, cuál es el de Huaricatos.
– ¡Vayan! Y sobre todo ustedes lagartos, corrompan a la gente. ¡Háganlos iguales a como ustedes son: viciosos e indolentes!
Y
los hace bailar en un carnaval interminable mientras él se refocila y
divierte a sus anchas en el fondo de los socavones. Pero la aurora los
despierta y les anuncia un nuevo día.
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