Danilo Sánchez Lihón
1. En el hueco
de un árbol
En
un principio este lugar era un campo cubierto de girasoles con algunos
arbustos y árboles principalmente de algarrobos que crecen en el
desierto.
Un día un joven guerrero que exploraba el lugar escuchó una música divina que irradiaba desde algún paraje.
Subiendo colina tras colina y descendiendo ladera tras ladera siguió la orientación de dónde provenía aquel cantar.
Era
una voz que en algún momento parecía afinada por el perfil de las
cumbres y a rato ensombrecida por las hondonadas de los cerros y
declives que aquí se conforman.
Subyugado
por esa cadencia inefable se quedó dormido. Al despertar aún era más
nítida la voz. ¿Era de algún lugar situado en el cielo? ¿O era que
emergía desde el fondo de la tierra?
Fue acercándose y descubrió que en el hueco de un árbol de huarango, una doncella cantaba distraída y feliz preciosas melodías.
2. Palpitar
del corazón
– Bella joven… –Dijo–. Perdón…
– ¡Ay! –Se escuchó una exclamación de asombro.
Por la sorpresa ella se había asustado. E iba a escapar, pero le atrajo la expresión y la postura del joven, quien dijo:
– Perdóneme por haberla asustado.
– ¿Quién es usted? ¿Acaso, se ha perdido?
–
Pese a mi juventud, soy jefe de uno de los batallones del ejército del
Inca que en campaña hacia el norte acampa estos días en la orilla del
mar.
– Y, ¿qué hace por aquí?
– Exploraba el lugar y fui atraído por un canto dulce y una voz melodiosa.
– Cantaba sin preocuparme de que alguien me estuviera escuchando. ¡Qué vergüenza!
–
Daría la vida por escuchar siempre esa música divina y contemplar
siempre a quien ahora estoy contemplando. Y quiero serle sincero, siento
por el palpitar de mi corazón que por primera vez me estoy enamorando.
3. Muerto
en batalla
Y se enamoraron juntos, con ardiente pasión.
–
De regreso de la campaña que hemos emprendido pasaré por este mismo
sitio. Y caben dos alternativas que quiero que las pienses: O nos iremos
al Cuzco, o yo me vendré a vivir aquí, contigo.
– Haré lo que tú digas.
–
Cabe también algo que no cabe ocultar. Que, si no regreso antes de que
la luna vuelva a salir luego de ocultarse, es que yo habré muerto en
alguna batalla o peripecia propia de la guerra.
– ¡Que eso amor jamás lo permita ni Dios ni el destino!
–
Si tardo en venir, este que te doy es un amuleto que te dirá dónde
estoy. Y si alguna vez estuvieras en peligro rómpelo, y él te salvará.
–Y lo colgó en su cuello.
Y se despidieron.
Varias
veces se ocultó la luna y volvió a salir, una y otra vez y el joven
jefe del batallón del Inca no regresó. Frotó y frotó ella el espejo que
colgaba en su pecho, quien le reveló que su amado había muerto en
combate.
4. Solos
los dos
Lloró
y lloró tanto que sus lágrimas humedecieron la arena y de ellas
brotaron algas y hierbas. Y era tan inconsolable su llanto que alcanzó a
ser escuchado.
– ¿Por qué o por quién lloras mujer? –Dijo el cazador que perseguía en el candente arenal al zorro dorado.
– ¿Quién es usted y por qué sorprende de este modo mi dolor y mi congoja?
– Primero yo le hice una pregunta.
– La respuesta es que el hombre que amo ha muerto en la guerra, y nada ni nadie calmará mi pesar. Pero, ¿quién es usted?
– ¿Qué importa quién soy? ¿Y qué importa quién eres tú? Aquí estamos solos los dos. Y ha de ser para complacernos.
– ¿Cuál es su intención?
– No solo mirarte, mujer, sino hacerte el amor.
Quiso atraparla y ella corrió veloz por el desierto.
5. Pies
heridos
– No se me escapará esta presa. –Bufó, corriendo tras ella.
En la carrera a ella se le desgarran los vestidos de donde van formándose las dunas que hay en el arenal.
De su traspiración crecen el tintillo, la flor de arena y el cascabelillo de flores rojas, azules y amarillas.
De las babas del cazador se forman los cardos, espinas y abrojos que crecen en el páramo.
Ya
en el agotamiento ella resbala y cae. Y cuando él se acerca y va a
atraparla rompe el espejo que el guerrero le diera y que cuelga de su
pecho.
E
inmediatamente se extiende bajo ella una laguna verde esmeralda en
donde flotan los líquenes que se había formado con las lágrimas de sus
ojos.
Y a ella se arroja.
Y
siente que sus pies heridos y llagados por los pedruscos y la arena del
desierto se alivian trocándose en una cola de pez, y habiéndose ella
convertido en sirena.
6. Verde
esmeralda
Es
el oasis y la laguna de la Huacachina que se sitúa a cinco kilómetros
de la ciudad de Ica, enclavada entre dunas y arenas del desierto.
Huacachina, que significa en el idioma originario de este lugar: “La mujer que llora”.
Y que se convirtió en sirena. Y que en noches de luna canta una música divina e inspirada por el amor ausente.
Es un oasis de aguas de propiedades curativas.
Y en donde también hay la creencia de que sumergiéndose en sus aguas los cabellos con el tiempo se tornan dorados.
Y en donde por las noches se escucha una música sublime.
Tiene
un color verde esmeralda como son los ojos de la sirena y de una
tonalidad cobriza como es su piel, las tonalidades de su cuerpo y su
cola de pez.
7. Hacia
el mar
En noches de luna emerge de las aguas y recorre todos los contornos y parajes aledaños
Vaga rauda montada sobre un pez, que es una corvina azul; y al amanecer vuelve a hundirse en la laguna.
Porque
se dice que entre las dunas hay moradas misteriosas, que en ella hay
palacios, fuentes y pueblos que ella por las noches visita.
Es
una joven de extraña hermosura que recorre el desierto con los cabellos
al viento y su cola de pez, montada sobre una fulgurante nave viva.
Su
nombre ya como sirena es orcovilca y la laguna donde habita es la
Huacachina, en donde por algún efecto del amor desgarrado hay la
propensión a llorar.
Monta
Orovilca sobre la corvina azul y recorre la distancia que hay hacia el
mar en donde acampara alguna vez el ejército del Inca y el joven soldado
a quien ella entregó para siempre toda la flor de su amor.
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