Danilo Sánchez Lihón
Leer
es la forma más sincera,
auténtica
y absoluta de la libertad
1. Misterio
y pasión
No se lee única, ni exclusivamente, ni siquiera de manera principal, ni prioritaria, para comprender ni para razonar.
La
mejor lectura es de fascinación, intensidad y éxtasis, así como se
amanece; o, así como se producen los encuentros; o, así como se juega,
se baila o se ama.
Resultan
entonces limitantes y a la postre nefastas todas aquellas propuestas de
lectura comprensiva, que se la puede clasificar como lectura rentista,
calculada en función de la compraventa y del producto.
También
hay el afán de hacerla lectura funcional, administrativa y burocrática.
convirtiendo así la sublime lectura en un mecanismo de ganancia y hasta
peor diríamos: de ganadería.
La
comprensión lectora vale sólo para un tipo o clase de textos, cuáles
son los de naturaleza argumentativa, en donde se presenta o exponen
ideas o proposiciones.
2. El hechizo
de perderse
Pero
un vasto universo, el más pródigo y fecundo, no son textos expositivos
sino recreativos, y mágicos; de exaltación y celebración; de misterio y
pasión.
Y
mucho de lo mejor escrito por el ser humano es extraordinariamente
pasional que queda más al fondo; más allá y más adentro de lo meramente
intelectivo.
Y también más cerca de lo que es nuestro centro y totalidad, y que no se puede comprender sino simplemente creer.
O sencillamente es otro universo, es conjuro excelso, como en realidad es un poema, un mito o un cuento.
¿Cabe
someterlo a un proceso de comprensión, como empieza a imponerse que el
niño siga y realice? Simplemente hay que vivirlo. Con ello es suficiente
y basta.
Porque
si todo lo reducimos a comprensión ¿dónde queda la lectura por gusto,
por capricho y por ganas? ¿Y por el hechizo de perderse para
encontrarse?
3. Se encuentra
o se pierde
¿De
reprobar para redimirse? ¿De extraviarse para descubrirse por mundos
ignotos? La lectura por aventura, es la más poderosa. Y más aún: la
lectura por rebelión.
O
la otra de salvación. ¿Cómo someter estas lecturas supremas al esquema
de comprenderlas inmovilizándolas para siempre? ¿Cómo, pues, quedarían?
Lectura
para salir de todo, por contravenir lo que dice el libro o el texto
escrito, por liberarse, por indagar más allá de toda norma y de todo
canon, ¡esa es la que vale e importa!, hechos que están mucho más al
fondo de lo que puede abarcarse con la comprensión lectora.
No
sometamos pues la lectura ni a técnicas, ni a esquemas, ni a fórmulas.
Ella ha sobrevivido porque es libre, impredecible y hasta chiflada. Ella
misma no sabe adónde va, o si se queda o si se vuelve, si se encuentra o
si se pierde.
4. Para
vivirla
Lectura
desprovista de razón, casi siempre con una moral por conquistar o
construir. Esa sí importa porque el hecho de que enfrente lo ignoto la
llena de coraje, de impulso y de pasión.
La lectura tiene que ser de subversión siempre. No tratemos de hacer del águila o del albatros aves domésticas o de corral.
La
lectura que quizá no comprende nada, sino que lo mejor lo presiente, lo
adivina y asume por instinto para cambiarlo y trastocarlo todo.
¡Esa
es la lectura de fascinación, intensidad y éxtasis! Pero alguien podría
argüir, contraponer y refutar, diciendo que: si la lectura no es para
comprenderla ¿entonces para qué es?
La
respuesta es simple: para vivirla, para gozarla y para compartirla. ¿No
es mejor así? Porque se vive maravillado, la mayoría de veces sin
comprender la vida, ni intentar tornarla en mecanismo, que si la
redujéramos a eso ya no interesaría vivirla.
5. Encumbra
la vida
Usted,
acaso, ¿cuándo mayor plenitud e intensidad de vida alcanza? ¿Cuándo
comprende algo? ¡No! Al contrario, cuando se deja llevar por un efluvio,
por un hechizo indescifrable, y hasta por un torrente mudo y ciego.
Entonces, ¿por qué reducir la lectura a procesos de comprensión?
No
es necesario comprender la lectura para gozarla plenamente como tampoco
es necesario comprender la vida para vivirla intensamente. Incluso,
vive mejor quien no postula esa racionalidad, como ocurre en el caso de
un niño. Él no se detiene a comprender la vida, pero no deja de vivirla y
hasta de gozarla hasta su néctar más íntimo y escondido.
Es
más, mientras menos la comprenda mejor, mientras menos la elucubre y
racionalice más vibración, porque así vivirá de manera más natural y
encantada. Y ahí está la clave para una feliz relación con la lectura.
¡Tanto o más que lectura comprensiva, abogamos entonces aquí por la
lectura de encanto, de fascinación y aquella que encumbra la vida!
6. Sus mejores
capullos
De
allí que será desalentador, para niños y jóvenes, someterlos en este o
en cualquier momento a ensayos y ejercicios continuos, rígidos y hasta
agresivos sobre prácticas de comprensión lectora. Como trabajo formal
han de lograr hacerlo bien y hasta dominar ese proceso rutinario para
salir de las vigilancias y los controles ominosos.
Quizá
les resulte interesante acertar en señalar cuál es la idea principal y
cuál la secundaria, las proposiciones uno, dos y tres; o la tesis
implícita en el texto; o los conectores aditivos, concesivos o
conclusivos; pero siempre será un juego o un deporte superfluo, banal y
claudicante al cual ellos desprecien en relación al prodigio que es la
lectura.
Lo
que sí es seguro es que los ahuyentará como lectores frecuentes,
comprometidos y gozosos para toda la vida. Y tan pronto termine la
vigilancia escaparán hacia los lugares abiertos y pródigos de la vida en
donde esta nos ofrezca sus mejores capullos de flores recientes y
verdaderas.
7. Es
para liberar
Porque
la lectura, como la vida, señor profesor o señorita o señora profesora,
se da para arroparse, cubrirse o abrigarse; o bien para desnudarse con
ella. Para compartir confidencias: callar si todo es hondo, vasto y
solemne; o gritar si todo explosiona hacia afuera. Se da para realizarse
plenamente en su entraña alucinada. Se da para embriagarse de ella.
Para ser buenos. Para admirar la belleza, y hasta para ser bello uno
mismo. Para extasiarse ante el misterio. Para embelesarse en un paisaje
que existe en el fondo de su textura deslumbrante.
Lectura
para admirar, para adorar, para reverenciar. Que se eleva sobre todo lo
ordinario y pedestre como es toda lección, principalmente aquellas
categorías del mundo de las elucubraciones, de las conciencias
atosigadas por la culpa y las tecnologías avasalladoras, que tratan de
imponernos fórmulas y esquemas de cómo hay que leer y ser en la vida. O
algo peor aún: aquella lectura dictaminada por miedos, pavores o
simplemente por acaparar intereses mezquinos, como es cualquier tipo de
poder, cuando la lectura es para liberar a hombres y pueblos.
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