FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
CREACIÓN
Y LATIDO
DEL MUNDO
Danilo Sánchez Lihón
1. El
fogón
–
¡Ha llovido toda la noche! –Dice mi madre, envolviéndose en su rebozo
de color negro, raído y ya desteñido; que deja al descubierto sus brazos
finos de alabastro, de niña engreída y mimada en algún tiempo ya
lejano.
Al
mirar hacia la ventana a esa hora del amanecer distingo que una niebla
opaca la mañana y de las tejas fluyen abundantes las goteras.
Entre
uno y otro chorro que cae de cada canal, una cortina implacable de
lluvia monótona y vertical que se precipita ocultando el paisaje
cotidiano de los techos próximos, de las casas del vecindario y de los
cerros un tanto distantes.
– ¡Hijo, levántate y enciende el fogón! –Me pide.
Mientras
ella sube al mirador de la casa a arrimar las cosas que la lluvia ha
empezado a mojar llegando a más de la mitad del corredor.
– ¡Apúrate, hijo! ¡La lluvia acaba de volverse tempestad!
2. Y
le suplico
Es
el segundo mandato y advertencia de mi madre. Y ya no habrá un tercero,
salvo un chicote. Pero hay todavía unos segundos para gozar de la
tibieza de la cama.
Y
darse vueltas, sintiendo que el mundo es también acogedor, abrigado y
piadoso. Y no sólo es este frío cruel y tenaz como se ha impuesto ser
afuera, con el agua que cae inclemente.
Que
así como existe lo frío, lo triste y despiadado, de naturaleza y
aspecto, hay también sábanas y frazadas hospitalarias y una almohada
confidente, comprensiva y solidaria.
–
¡Ya mamá! ¡Aquí estoy! –Digo, abrazándome a ella y tiritándome los
dientes. Y le suplico–. ¡Mamá, un ratito más! ¡Es que hace mucho frío!
– Frío ha de hacer hoy todo el día. Por eso, enciende de una vez la candela.
No hay lugar a apelaciones ni aplazamientos. Y, además, ya estamos fuera de la cama.
3. La bóveda
celeste
Al
bajar por la escalera y entrar a la cocina la lluvia salpica sus gotas
mojando los cimientos del muro enlucido de barro y paja, dejando ver ya
algunas piedras desnudas, sufridas y oblongas.
Mucho
más húmedo y entumecido está el fogón. Muda y lastimera reposa la leña.
Apagados yacen los tizones. Inerte la parrilla de fierro que atraviesa
de lado a lado la hornilla y donde se colocan las ollas.
Rebrillan
también gotas de lluvia en la barriga tiznada de sartenes y cazuelas
que cuelgan hacia el otro lado, prendidas de sus clavos igual de
pasmados.
Mientras zigzaguea un relámpago y se descarga un retumbo que poco a poco se aleja atronando los cielos.
Parecieran
que van a derrumbarse los muros de que está construido el firmamento, y
que en cualquier momento van a caer los pedrones, los adobes, los
ladrillos y mármoles de que está hecha la bóveda celeste.
4. Las últimas
brasas
– ¡Está que zapatea feroz esta lluvia!
Me digo, rezongando conmigo mismo, sintiendo que me moja los pies, las manos y me salpica a la cara.
– ¡Dios mío, que pase esta tormenta!
Se conduele mi madre.
–¡Cómo estarán los ríos y la pobre gente que va por los caminos!
Y sale suplicando mi madre, habiéndose acordado de defender algo de la lluvia que arrecia.
La ceniza del día anterior luce reseca y polvorienta; apachurrada y enferma bajo semejante tormenta de agua y truenos.
El frío mató todo vestigio de candela.
Además, resentida de padecer por los dos jarros de agua que le arrojamos anoche, antes de irnos a dormir.
Y
que hizo chisporrotear, retorcerse y encarrujarse a las últimas brasas
que quedaban de lo que hacía un rato eran lenguas vivaces de fuego.
5. Día
nuevo
El agua la arrojamos para que no vaya a reventar una chispa, a saltar y ocurra por la noche un incendio.
Pero
yo rebusco todavía con inútil esperanza, en el límite de la ensoñación y
la nada, entre ese montón de cenizas indolentes, para ver si encuentro
una chispa del día anterior.
Lo
revuelvo ya con torpeza, como quien castiga o desprecia algo o a
alguien que no responde a nuestros deseos, buenas intenciones y anhelos
más sentidos.
Y cuando ya pierdo toda ilusión, ¡ahí está! ¡Impoluta! ¡Libre! E ¡intacta!
¡Es un rubí mínimo de prodigioso esplendor! ¡Es un ápice de sol, de luna extasiada, de lucero del alba!
¡Es el amanecer en el horizonte creando un día nuevo! ¡Es el sentido que tiene el mundo de rendir homenaje a la vida!
6. Arrecia
con frenesí
Es,
en verdad de verdades, todos los soles juntos, todas las lunas
reunidas, todos los luceros fundidos, esa chispa prendida a un grumo de
carbón donde reluce con una luz primigenia desde que se creó el mundo.
Es una estrella viva en el fondo de ese montón de escombros que es la ceniza o la candela muertas.
¡Pero
yo sé cómo recoger ese astro de infinita nimiedad, que es un milagro
que viva entre la feroz inundación de las aguas que asolan campiñas,
casas y caminos!
Haciendo
esta inundación que hasta los animales estén bajo los techos con las
orejas gachas, la pelambre opaca y la mirada perdida entre tanta
conflagración.
Atónitos
frente a la lluvia que se desploma y que otra vez arrecia con frenesí,
haciendo retumbar con rayos y truenos el universo.
7. Sistemas
solares
– ¡Ven a mí! –La digo. ¡Es que es tan pequeña y tan niña!
¡Y todo esto cuando ni siquiera ha empezado la mañana!
Pero
aquí está la bella, la insigne, el hada. Aquí está el diamante heroico
entre tanta muerte, que ha esperado entre abrojos y millares de
cadáveres de moléculas muertas. Y ha resistido esperado solitaria,
indesmayable, estoica, que yo la encuentre. ¡Es apenas una chispa!
Aquí
está el fuego milenario y multánime aunque reducido esta vez a una
partícula casi invisible por lo mínima, pero gigante por la proeza de
haberse mantenido encendida, cuando los mundos conflagran afuera sobre
nuestras cabezas, desatando aluviones, huracanes y aniegos de cielos,
mares y suelos; sistemas solares que se opacan y cerros que se
derrumban, con arrasamiento de puentes en este invierno inclemente que
se desencadena y derrama desde el firmamento anubarrado.
Es
una chispa mínima sobre un trozo desolado de leña en el fogón de mi
casa, como el último vestigio de luz, calor y compromiso en el vasto
universo.
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