Danilo Sánchez Lihón
1. Se alzan
los tapiales
Un
granjero venía por el sendero rumbo a su cabaña cuando, cruzando un
bosquecillo, divisó resbalado entre el follaje y a la vera del camino,
un huevo sano y reluciente.
Lo recogió y acomodó delicadamente en lo más suave y seguro de su alforja.
Al
llegar a su estancia lo primero que hizo fue ir y colocar el huevo en
el nido de la gallina “flor de haba” que estaba ovando en el pajar.
Y entre tantas y muchas tareas y ocupaciones que tenía que realizar se olvidó del suceso.
Al
cabo de unas semanas nacieron los pollitos de su camada que tenían como
espacio para sus correrías el limitado por las cercas en donde se alzan
los tapiales en cuya parte alta florecen malvas, geranios y mostazas.
Pasó
el tiempo y visitó la estancia un amigo del granjero, quien vivía en el
alcor, que es la parte más alta de la cordillera, entre peñascos y
prominencias de la serranía.
2. En
la cumbre
Fue él quien al ver a los polluelos ya crecidos dijo señalando a uno de ellos:
– ¡Aquel es un águila!
El granjero, hombre práctico, lo cogió y trató de hacer el intento de que volara echándolo al aire.
Pero
la avecilla, acostumbrada a dar de aletazos como sus hermanos y
hermanas gallinas, caía desde la altura del granjero, de bruces al polvo
y los guijarros de la granja.
– Ahora, ¿qué te parece? ¿Lo has visto? No es un águila. ¡Es una gallina!
– Dámelo. –Le dijo entonces el hombre de las montañas quien iba camino a su casa ubicada en la cumbre de los cerros.
Y lo llevó consigo.
3. El por qué
estás aquí
Pero
mientras caminaba, a fin de acompañarse, le iba hablando a la avecilla,
quien asustada lo miraba desde dentro de su equipaje:
– La vida es encontrarse uno mismo. Es saber quién uno es. Es saber por qué y para qué estamos aquí y hemos nacido.
– Criúúú –Se queja el ave removiéndose llena de temor.
–
No temas. Al descubrir el espacio abierto y de altura reconocerás quién
verdaderamente eres, y eso te llenará de gozo y de poder.
– Criúúú. –Protesta, como queriendo que lo devuelvan al corral.
– ¿Por qué tiene que ser así?
–
Eso lo descubrirás por tus propios medios, y sabrás el por qué al ver
extendidos debajo de tus alas los campos sembrados y otros sin sembrar.
Allí vas a saber recordar quién eres y saber el por qué estás aquí.
– Criúúú. Criúúú. –¡Suéltame! ¡Suéltame! Parece decirle.
4. Reiteró
sus palabras
–
Te voy a soltar. No lo dudes, pero ten fortaleza. Vas a sentir por
primera vez el temple de tus alas, tu gran aliento y tu impulso por
lanzarte a recorrer la infinitud del cielo azul.
– Criúúú. –Y, ¿para qué? Parece preguntar la avecilla.
–
¿Para qué? ¡Vaya pregunta! ¡Para realizarnos y para ser felices! Porque
sin ser lo que en esencia somos nunca seremos dichosos ni felices.
– Criiiiúúú. –Y tú, ¡quién eres!
–
¿Yo? Un hombre de las montañas. Ya vez, aquí estoy, y vivo feliz. Otros
lo son en el llano. Solo siendo lo que verdaderamente somos alcanzamos
en esta vida la felicidad
Y
habiendo llegando al pináculo del farallón sacó al polluelo del
escondrijo. Y estando ya en el borde de la cima, reiteró sus palabras
diciendo:
5. El fondo
de su corazón
–
Tú eres águila. Tienes que volar alto, amplio y lejos. Otros son
gallinas. Tú has nacido para ser grande. Estás aquí para elevarte sobre
las nieves, los lagos y los ríos.
El polluelo al sentir el aire helado y el viento otra vez quiso esconderse entre las mangas de su saco, trémulo y asustado.
–
No temas. Deja que lo que hay en el fondo de ti encaje y armonice con
lo que hay afuera. Para eso solo abre bien tus alas, todo lo que puedan y
que son. Libera todo lo que tienen entre sus plumas y sus cañas.
Y
cogiendo las alas entre sus manos las extendió de uno a otro lado como
para que el pajarillo sintiese lo largas y robustas que eran.
–
No las encojas ni las cierres. ¡ábrelas! ¡Expándelas! ¡Confía en ellas!
¡Déjate llevar por tu instinto! ¡Jamás pienses en el ayer! ¡Reconoce el
presente y el mañana!
Le
hablaba así con voz serena y hasta tierna, tratando de que se
introdujera por sus oídos y llegase hasta el fondo de su corazón:
– ¡Eres águila! ¡No te olvides! –Le insistió, por último.
6. Entre
riscos y peñas
Y
luego de besarle las plumas en las alas, del cuello y del pecho, luego
de acariciarle y tenerle entre sus manos para que sintiera su pulso, su
calidez y su fe la preparó para lanzarla.
Le hizo ver allá abajo la vastedad del valle y hacia el horizonte la inmensidad de las montañas.
Luego de darle su aliento en la cabeza y los ojos que la avecilla cerraba, le dijo:
–
¡A volar! ¡Tuyo es el mundo! ¡Tu vida no es la granja! Tu vida es
elevarte muy alto. ¡Vete a las regiones altas! ¡Si es posible a las
estrellas!
Y lo impulsó al espacio lo más lejos que pudo, con todas sus fuerzas y desde el filo del abismo en donde estaba parado.
La avecilla se dejó caer como en la granja, aleteando como hacen las gallinas.
Era triste cómo daba tumbos y caía vertiginosamente con peligro de estrellarse y chocar entre los riscos y las peñas.
7. Por el infinito
cielo azul
El montañés pudo gritarle todavía con todo el aliento de su alma:
– ¡Eres águila! ¡Eres águila!
Ese
grito en su caída alcanzó a escucharlo como un trino, como una demanda y
una clarinada que convoca a despertar, como si le recordara algo
profundo de su esencia:
– ¡Eres águila! ¡Eres águila! –Seguía gritándole
Allí fue que despertó de su letargo. Abrió las alas. Se sintió flotar primero. Las abrió mucho más todavía.
Y sintió no solo que se sostenía en el aire, sino que empezaba a alzar el vuelo y subir cada vez más alto.
Vio al filo del acantilado al hombre que le alzaba los brazos en señal de saludo y reverencia.
Y luego lo fue viendo cada vez más pequeño. Con lo que comprobó que cada vez volaba más y más alto por el infinito cielo azul.
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