Danilo Sánchez Lihón
1. cada niño
una estrella
Ricardo
Dolorier pasó varios meses acongojado, ensombrecido, triste,
mascullando frases por las calles; meditando en los sucesos ocurridos el
22 de junio del año 1969 en Huanta su pueblo natal donde quedaron más
de 40 cuerpos tendidos, unos muertos y otros heridos en defensa de la
gratuidad de la enseñanza.
Los
versos que había compuesto poco a poco fueron adquiriendo compás,
ritmo, música. Las frases con la tonada las volvía a repetir una y otra
vez, porque se olvidaba de la melodía que le había puesto. ¡Cómo no
tener una grabadora! Y es que nunca antes había compuesto una canción.
Ahora la tarareaba a solas por donde fuera.
Poco
a poco en noches de tristeza la encontraba más nítida. Y la fue
imprimiendo en su memoria. Aprendió a no perderla. La recordaba ahora
casi completa. Había pasado meses pesarosos, pero ahora solo faltaba la
última tonada. Eso es. Ahora, sí. Ahí está. ¡Ahora sí! ¿A quién
confiarla? Son las cuatro de la mañana. Caminaré una hora y llego a
Chosica. Y de allí a La Cantuta. Y la canto a Oswaldo Reynoso. ¡Él me va
a entender!
– Ojalá me alcance para el camino esta botella de pisco. –Dijo y la levantó hacia su boca. ¿Cómo era la última estrofa? ¡Ah, sí!
Los ojos del pueblo tienen
hermosos sueños
sueña el trigo en la era
el viento en las praderas
y en cada niño una estrella.
“Hermosos
sueños”, allí cabría levantar el tono. En “trigo en las eras”, ponerle
otro compás. En “estrella” un ligero ritmo de zapateo.
2. ¿Qué
te ocurre?
Pum, pum, pum.
– ¿Quién es?
– Oswaldo, soy yo, Ricardo.
– ¿Quién yo? ¡Quién Ricardo! ¿Quién toca a estas horas?
– Soy yo, Ricardo Dolorier, tu hermano.
– ¡Ricardo! ¿Qué ocurre? ¡Espera!
Y abre la puerta.
– ¿Tú Ricardo, a estas horas? Y ¿bebiendo?
–
Oswaldo, quiero hacerte oír una canción. La he venido tarareando meses.
La he aprendido solo para ti. Porque me olvidaba. Y otra vez tenía que
recuperarla entre las aguas, u olas, u océanos. O bien naufragios del
destino.
– Ricardo, ¿estás bien, hermano? ¿Qué te ocurre? ¿Has aprendido una canción? ¿De quién?
– Mía. Es mía, por su puesto. ¿Cómo te iba a despertar por una canción ajena? Sería un abusivo, ¿no?
–
Tú, ¿has compuesto una canción? Ricardo, tiéndete aquí en el sillón y
duerme. Y me dejas dormir un rato más. Te traigo unas frazadas.
3. Pólvora
y dinamita
– La canción dice así, y ahora te la canto:
Vengan todos a ver
hay vamos a ver,
en la plazuela de Huanta,
amarillito flor de retama
amarillito amarillando
flor de retama.
Donde la sangre del pueblo
hay se derrama.
Allí mismito florece
amarillito flor de retama
amarillito amarillando
flor de retama.
Por cinco esquinas
están, los sinchis
entrando están.
van a matar estudiantes,
huantinos de corazón
amarillito, amarillando
flor de retama,
van a matar campesinos,
huantinos de corazón
amarillito amarillando
flor de retama.
La sangre del pueblo
tiene rico perfume,
huele a jazmines violetas
geranios y margaritas
a pólvora y dinamita,
¡carajo!
a pólvora y dinamita!
¡carajo
4. ¿Está
bien?
–
Oye, Ricardo, ¡qué hermosa canción, carajo! Ahora sí, te acepto un
trago ¡y con gusto! ¡No un trago, mil tragos, hermano! Este ya se acabó.
¡Voy a sacar un pisco de los buenos que tengo por ahí!
–
Es que a mí me duele el sufrimiento de siglos de nuestro pueblo. ¡Y
cómo se lo sigue castigando a nuestra gente! Y me jode, Oswaldo, toda
tiranía. Si no la hacía te juro que me hubiera matado.
–
Tu canción, Ricardo, ¡es del carajo! Y esta noche la cantas para todos
los cantuteños. Vamos a citarlos aquí en esta casa. Porque te digo
nuevamente que nada, ni las novelas que aquí se han escrito, ni los
poemas que aquí se han plasmado, ¡que son muy buenos, ah!, ni la vida
tan hermosa que aquí se ha tejido, ¡que es mucha y valiosa!, vale tanto,
ni es tan hermosa, como tu canción, hermano.
– Oswaldo, tampoco exageres. No es para tanto. Lo que pasa es que eres generoso. Y mi hermano del alma. ¡Salud!
–
No, no, no. Y verás lo que haré esta noche. Para que te quede grabado
que sé ver al final de los tiempos. Y para que quede en la memoria.
Espérame, voy a encargar a una persona que cite a todos los amigos para
esta noche a las siete, aquí en mi casa.
5. Me siento
henchido
Esa noche, Oswaldo Reinoso, que no había parado de beber, después de volver a escuchar la canción, empezó diciendo:
– Hoy día nace un himno del Perú de todos los tiempos. Y en honor a eso, yo me arrodillo.
Y se arrodilló, prosiguiendo:
–
Algún día se sabrá por qué hago este gesto. Y se lo voy a decir a
ustedes: Con esta canción el Perú ha de soñar siempre en sublevarse. Y
de ahí a que lo hagamos estaremos a un paso. Y podremos realizar así lo
que tanto anhelamos, el cambio definitivo. Y con este gesto que hago se
registrará que fui justo, verdadero y cierto. ¡Viva el Perú!
– ¡Viva! –Contestaron disparejos unos y otros.
Allí habló Villavicencio:
– Sinceramente estoy conmovido.
– Pero, explícanos, dinos, ¿por qué?
–
Porque digo que, si el novelista vivo más grande del Perú, que es
Oswaldo Reynoso, les guste o no les guste esto que digo a la oligarquía,
hace esto, ¡por algo ha de ser, digo yo! que sinceramente no entiendo
ni alcanzo a ver lo que ve Oswaldo. Por algo –me digo–, será. Y eso a mí
me llena de emoción y coraje. Él está arriesgando toda su celebridad
con lo que ha hecho. Pero, a la vez, me siento henchido de lo que aquí
he presenciado, se augura y se anuncia como un hecho afortunado para
nuestro pueblo, el nacimiento de una canción. ¡Salud!
6. La canción
se evoca
Ricardo
Dolorier un mes después viajó a Huanta y enseñó a cantar la canción en
el bar “Donde mueren los valientes”, atendido por un hombre que no podía
levantarse de la cama, debajo de la cual se enfilaban las botellas de
cerveza, a pedir las cuales cada uno había de levantarse, pagar y
traerlas a las mesas.
Cantarla
en Huanta era un acto subversivo, peligroso, por el cual se arriesgaba
la vida. Y muchos, porque simplemente la cantaron, o porque estuvieron
allí para escucharla, han muerto.
Por
eso, para entonarla, en cualquier reunión incluso muy confidente se
apagaban las luces, para que no se viera quién la cantaba. O quién ya la
sabía. O quién la estaba aprendiendo.
Y
en todo sitio se adoptó esa costumbre. Que para cantar Flor de retama
habían de apagarse las luces, quizá también porque era suficiente con la
luz que de ella emana, que irradia la flor de retama que en la canción
se evoca, esa joya de frase y asociación de palabras que dicen:
amarillito, amarilleando
flor de retama
¿Qué más luz se necesita? ¡Qué conjunción y capullo de luz más arduo!, que hacen estas cinco palabras reunidas.
¡Basta con ellas para que se encienda la luz más fulgurante e irradien los rayos del sol!
7. ¿Cuál
bandera
La canción pronto se hizo himno de los levantados en armas. Eso hizo que fuera aún más peligroso cantarla.
Es
más, la retama como planta empezó a vérsela como una bandera y un signo
de subversión. Tanto así que el Municipio ordenó desenraizarlas todas
de los jardines de la plaza de armas de Huanta. Y todos tuvieron que
hacer lo mismo en los jardines y huertos de las casas: se extirparon las
retamas, hasta de los contornos, pues comprometía a los vecinos que
vivían próximos.
Era
una bandera luminosa y subversiva. Cada dueño pensaba si aún las tenía
iban a venir a llevárselos y desaparecerlos en los calabozos. Para
después no saber dónde encontrarlos. Diciéndoles al capturarlos:
– ¿Por qué hizo crecer o plantó esa bandera?
– ¿Cuál?
– La retama. ¡Venga! ¡Acompáñeme!
Y
así todos la eliminaban a la mañana siguiente. Solo en las afueras y en
las alturas, en los parajes libres, aunque desolados brotaba ufana e
inmarcesible flameando al viento.
Era peor que colgar una bandera roja. El amarillo era más intenso que la luz del sol.
Colofón
Así,
cantar en Huanta o Ayacucho, durante las dos últimas décadas del siglo
pasado en la historia del Perú, la canción La flor de retama de Ricardo
Dolorier, era sentencia de muerte.
El
año 1970 la grabó en Lima, suprimiendo su última estrofa, el trío
Huanta, con el apoyo de uno de los mejores guitarristas de la región de
Ayacucho, Amílcar Gamarra.
En el año 1971 grabó la canción con algunos cambios Martina Portocarrero, modificando el orden de las estrofas.
Cincuenta artistas del Perú y el mundo la cantan y la han grabado con distintos registros, estilos y voces.
Ha sido interpretada por la Orquesta Filarmónica de Suecia.
Ahora el pueblo la canta, la grita, la modula, la susurra, la proclama y aplaude.
Por
eso, tuvo razón Oswaldo Reynoso hace cuarenta años atrás, al
arrodillarse al escucharla. El pueblo siente que a través de ella se
rebela, se subleva, conecta con la esperanza y redime sus sufrimientos. Y
jura y asume su país, su realidad, y el ser andinos con coraje.
Lo
que está pendiente es saber si cantada libremente en las calles y en
las plazas ya estamos a un paso de nuestra total y definitiva
liberación.
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