Danilo Sánchez Lihón
Estamos hechos
del aire de las palabras.
Y cuando las palabras se van,
no somos nada.
Washington Delgado
1. Las palabras
son seres vivos
Las
palabras son abalorios, hechizos y sortilegios, pero sobre todo seres
vivos. Y dentro de esa especie, seres mágicos, videntes y hechiceros.
Seres que hacen encantamientos. Y algunos de estos seres, las palabras,
alcanzan a ser sagrados.
Para
el niño la silla oye cuando la regaño porque en ella se ha tropezado.
La cuchara que le quema recibe su merecido en una reprimenda. Y así las
castigo para que aprendan «a no golpear ni a lastimar» a mi niña.
¡Cómo
no van a vivir las palabras que son embrujos, amuletos, íconos! ¡No
sólo viven, sino que viven fabulosamente saltando en nuestras bocas, con
mucha más presencia y poder que muchas otras cosas!
Son seres vivos, pero además son talismanes.
Con
una intensidad de verbena en los festejos, de fuegos de artificio en
las celebraciones, de «tíos vivos» en los parques de diversiones o de
carbones ardientes en los corazones apasionados.
2. La palabra
es música
La palabra no es únicamente golosina o pulpa para masticar; es dilema, conflicto y peligro en el alma.
Es
brillo y fulgor que conturba las sienes; tiene aristas como meandros,
rostros diversos como sinuosidades por donde navegar sin hallar jamás
una salida.
Pero
también es abierta, tiene orillas por las cuales podemos caminar,
oquedades que devuelven el eco de nuestros pasos y el grito de nuestras
bocas. La pasión de nuestras entrañas.
Las
palabras son planetas, mundos, firmamentos escondidos; cada una de
ellas tiene una geografía estupefacta, llanuras y montañas
insospechadas.
Contienen
lugares apacibles para meditar y abruptos para caer infinitamente por
ellos. Puedo llegar a la eternidad viajando en las dos alas de una
palabra.
Es penoso malgastarlas, ajarlas, rayarlas. O dejarlas olvidadas en el desván de las cosas inservibles.
3. La palabra
es casa
Cuando
se las deja son cajas de música apagadas, son el arpa polvorienta sin
entonar a tiempo su melodía o su canto acostumbrado, enmohecidas en el
rincón oscuro sin ganas ya de soñar su destino.
Sin palabras viviríamos desamparados y a la intemperie.
La
palabra no sólo es casa que se acopla con otras de manera diversa, y se
hacen vecindad, pueblo y colectivo humano, sino que es casa para cada
uno de los seres y entelequias del universo.
¿Qué
sería del caracol sin su nombre? ¿Y de la ola sin nadie que la ponga en
un verso? ¿Qué sería si no la pudiéramos llamar: ola? Y de la flor sin
que podamos saludarla en el jardín y decirla ¡hola flor!
La palabra es casa ligera pero también inmarcesible. ¡Volátil y a la vez eterna! ¡Grave y a la vez graciosa!
Casa
que debemos construir de manera tenaz, persistente y persuasiva,
conquistarla y habitar en ella, insuflarle nuestro rostro, nuestra
sangre y nuestra progenie.
4. Mundo
nuevo
La palabra también es juguete que se abre, trompo que baila, cometa que se eleva por el cielo azul.
¡Está bien, pero hagámosla casa segura!
La palabra es pelota que se pasa, ¡que se tira y que rebota! A veces se nos va de las manos, nos hace correr tras ella.
¡Está bien, pero hagámosla casa que protege!
La palabra es veleta que gira en el aire, y mientras la miramos pensamos en muchas cosas, soñamos con los ojos puestos en ella.
¡Está bien, pero hagámosla casa que defiende!
La palabra se dobla, se amplía, se estira, se esconde. Es una llave para abrir y cerrar un jardín secreto y antiguo.
El reino de las palabras es dominio maravilloso, pero que debemos hacer casa y heredad nuestra.
Porque nos lo merecemos. Y porque es con el propósito de fundar con ellas un mundo nuevo y mejor.
5. ¡Y eso
se espera
¡Está bien, pero hagámosla casa llena de alma y coraje!
Es una aguja para coser, un candil para alumbrar, una pluma para escribir.
¡Está bien, pero hagámosla casa para compartir!
Donde
las palabras sean palomas y vuelen por el cielo azul, y ánimas que
tienen un destino y se van por los caminos, cada una con una aventura
por recorrer.
¡Está bien, pero hagámosla casa de valor infinito!
De eso se trata.
De
construir esa casa, de hacernos poseedores de sus aposentos, habitantes
de sus patios, ambulantes de sus corredores, de jugar a escondidas en
sus buhardillas.
Ser constructores de esa casa por mínima o pequeña que sea.
6. Son mi
dignidad
Las palabras son voluntades, caracteres, temperamentos.
Son traidoras o son leales. Son guerreras o son cobardes. Son fuertes o son débiles.
Las reviste el honor como las socava la adulación.
Son precisas o son inciertas. En las palabras cabe la verdad por inmensa que sea.
Y aparte de ellas el sentido no habita si es que antes ellas no han ocupado el lugar para que adquiera sentido lo creado.
Las palabras son mi dignidad o mi flaqueza.
Soy el ser que debe realizarse absolutamente en ellas, porque fuera de ellas no hay nada.
Porque en la palabra está el ser del hombre.
7. Son
casas
Sumirnos en ellas es ser libres, hacernos seres humanos cabales y definitivos.
Y nadie mejor dispuesto a hacerse dueños de esa casa que los niños.
Y en eso debemos dejarnos guiar por sus pasos, y aprender de ellos los maestros.
Para así hacer casas y universos de esperanza, porque dentro está todo; ¡el sol, la luna y la bóveda celeste!
Porque como decía el poeta: «Estamos hechos del aire de las palabras. Y cuando las palabras se van, no somos nada.»
Las palabras son casas donde habitamos los hombres. Son las moradas donde nos guarecemos y con nosotros el ser del universo.
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