LO INSPIRÓ EL HORIZONTE
Danilo Sánchez Lihón
1. Pudo
llegar
– ¡Tup! ¡Tup! ¡Tup!
Lo llamamos desde la orilla ahuecando las manos y
mirando el horizonte del mar, en donde se pierde nuestra mirada. Y repetimos
insistentemente:
– ¡Tup! ¡Tup! ¡Tup!
Nada, nadie responde, solo el sollozo de las olas que
asordan nuestros gritos con su rumor monótono. Ayer al mediodía se arrojó a la
mar y no lo pudimos atajar, porque comprendimos que desde que enterramos a Zul
era inabarcable su sufrimiento y necesitaba cualquier alivio para su pesar.
Y lo vimos desaparecer en el horizonte con su torso
fúlgido y abrillantado, y después confundirse con esa línea azul para
desaparecer en lontananza, hasta donde podía llegar nuestra mirada; y de él su
anhelo y su pensamiento puesto en esa irrealidad.
Y hasta ahora no regresaba. Había desaparecido. Pero
esta mañana vimos a Tup por el horizonte volver. Al fin retornaba. Y ha sido
nítida su figura recortada en el cielo azul.
Así lo vimos partir y así ahora lo vemos venir:
Inhiesto, ligero, bamboleante, cortando las olas Lo vemos subido sobre unas
cañas, en las cuales nosotros subir y mantenernos allí a flote no nos
atrevíamos.
2. Hay allá
un lugar
Pero cuando pudimos distinguir mejor la brizna
perfilada en el ancho mar, pudimos ver que solo era esta embarcación que semeja
un guanaco, una alpaca, un zorro erizado en la cual él había partido.
¡Y donde no ha venido él!
¿Tup lo tejió? ¿Pero cómo lo hizo llegar hasta aquí
sin nadie que remara a su vera, sea desde su centro o sentado a su borde?
¿Lo sopló desde lejos, impulsándola en llegar hasta
aquí, y desde esa línea del horizonte donde se oculta y hasta donde él siempre
quiso partir?
¿Fue en ella que se embarcó y ahora la envía desde
donde ahora mora, quizá reunido con Zul por quien enloqueció de amor?
Porque ninguno nos acercamos a verlo partir sino que
lo vimos cuando ya estaba detrás de las olas que rompen sus espumas aquí en la
orilla.
¿O la tejió detrás de las olas? Pero, ¿hay allá un
lugar en donde ahora habita Tup?
Esta embarcación es lo único que recogimos. Lo curioso
es que dentro de ella, en la cavidad que ahora tiene, estaba esta caña partida
a lo largo en dos que no sabíamos para qué era.
3. Enloquecer
de amor
Y si bien al principio la veneramos como un recuerdo
de Tup, de tanto verla empezamos a hacerla igual.
Y la echamos al mar y vimos que Tup la había hecho
para lo que siempre dijo: para remar y pescar más allá de la orilla.
¡Pobre Tup! Nunca lo comprendimos. Al final dejamos de
pensar en él. ¡Y hasta dejamos de verlo! En verdad evitábamos mirarlo porque
deambulaba aturdido por entre los cañaverales.
Creímos que había enloquecido irreparablemente. Y a
cambio ¡este es el regalo que nos envía desde el más allá!, después de haber
enloquecido de amor al perder a Zul, a quien le reclamaba:
– ¿Por qué me has dejado en este mundo? –Le hablaba,
golpeando las olas.
– Yo no te he dejado Tup, yo estoy contigo. Todos los
días desde que amanece estoy a tu lado. ¡Yo no he muerto!
– Entonces, ¿dónde estás?
– En el ojo de agua del totoral.
– ¿En el Huanchaco?
4. Una
golondrina
– Sí. Estoy en los totorales. Ahí búscame ahora.
– ¿Pero yo cómo te veo y dónde te encuentro si hay
tantas totoras iguales?
– ¡Búscame, porque me vas a encontrar! Y entonces nos
iremos juntos, y nunca nos volveremos a separar.
Y por entre las cañas anda Tup, ensenada tras
ensenada, hundiéndose en los humedales, el cuerpo hasta la mitad, escogiendo
las mejores cañas con tal de encontrar a Zul.
Y se entretiene viéndolas ya sueltas flotar. Y allí
observa que recién arrancadas durante varias semanas no se hunden. Y hasta
sostienen posada en su lomo a un gorrión, una pardela común, o a una leve
golondrina.
Pero ha descubierto que unidas y amarradas con la
fibra de la misma caña, dos tallos sostienen a una gaviota o a un zorzal sobre
las aguas. Y que diez tallos enlazados sobre él hay posados seis cormoranes que
no se hunden y hasta avanzan sobre las aguas. Y se pregunta: ¿cuántas cañas
unidas podrán sostenerme a mí?
– ¿Cuánto peso yo? Si amarro cien cañas, ¿podré
flotar? –Y esa tarde Tup descubrió un secreto sencillo, cual es: amarrar un
conjunto de cañas y mantenerlas unidas, y sobre ellas uno puede flotar.
5. Llegar
al horizonte
Y así pudo deslizarse montado sobre cien cañas. Y pudo
girar, e impulsarse con los brazos que empezó a hundir a uno y otro lado de los
juncos atados.
Esa tarde al volver a la comarca Tup tenía la mirada
alucinada. Y dijo que ahora podía llegar hasta donde estaba Zul.
Y de allí su desvarío lo llevaba a hablar de otras
cosas más. A decir que:
– La mejor pesca no está en las orillas sino allá a lo
lejos, cerca al horizonte.
– Pero no podemos flotar y llegar hasta allá, solo las
garzas o patillos. O los fantasmas. –Le respondimos.
– Podemos hacernos alas y volar. – Dijo.
– Pobre Tup. Desde que murió Zul se tornó loco, porque
alucinaba. Vagando entre los totorales se le encontraba habla que habla, solo,
con la mirada alucinada. Solo soportaba jugar con los niños y seguir con
aquella idea loca de llegar al horizonte.
Hasta el día que lo vimos partir y alejarse impulsado
con no sabemos qué, hundiendo algo a uno y otro lado del hato de tallos de
totora amarrados adelante, al centro y atrás, con una espiga de punta.
6. Él
sabía
Lo vimos alejarse más allá de donde rompen las olas y
más allá de donde podían llegar nuestras voces. Pero nos encandiló su contento,
su ilusión y no hicimos nada por atajarlo.
Y es que esa noche Tup soñó que Zul lo llamaba desde
esa lejana línea azul.
– ¡Mañana iré por ti! – Dijo él, pensando que
volvería. Aunque creíamos que se había vuelto ya loco de remate.
¡Pobre Tup! Él sabía que podía llegar hasta esa línea
indecisa, clara y oscura, temible por su misterio, pero su esperanza era
inmensa, y no temía volver o no volver. Eso sí no soportaba estar sin Zul,
aunque ella lo retuviera más bien para siempre.
¡Más pobre aún!, porque nadie le habíamos creído que
se pudiera llegar hasta ahí flotando sobre unas cañas. Pero en verdad: ¿Pobre
él o pobres nosotros?
– Más allá hay peces grandes. –Decía obsesionado como
un niño, y era verdad. E insistía:
7. Creemos
en él
– A las orillas vienen los pequeños que las olas
pueden arrastrar, porque son débiles. Pero más allá están los peces grandes,
finos y ricos.
Pero, ¿cómo lo sabía? Estaba poseído por algún
espíritu, y tenía visiones.
– ¡Tup! ¡Tup! ¡Cálmate!
– En el horizonte están los verdaderos peces, adonde
debemos tratar de ir.
¡Y él fue! Es él que nos ha hecho pescadores de a
verdad, porque nos enseñó a surcar las olas
Y nos donó el caballito de totora.
Ahora él siempre va delante de nosotros. Nos guía y
nos alienta.
Cuando la neblina se cierra y el mundo se oscurece lo
escuchamos hablar entre las olas.
Nos dice:
– ¡En todo horizonte hundan sus redes!
Y ahora nosotros creemos en él.
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