Danilo Sánchez Lihón
1. Es
su capricho
En
el mes de noviembre, a media mañana, cruzan multitudes de loros por el
cielo límpido y azulino, y regresan ya tarde con el cielo anubarrado,
surcando de bode a borde los confines del pueblo de Santiago de Chuco:
– ¡Criap! ¡Criap! ¡Criap!
Es
su griterío. Y avanzan saltando como voladores inexpertos, aleteando
como si se tropezaran en el aire o el viento, tal como si se fueran a
caer tropezándose en la bóveda sideral. Porque el volar del loro siempre
es disparejo e iridiscente
Ahí
viene entonces el desvarío y arrebato de mi padre quien se aloca al
verlos pasar. Y siempre sale al corredor, y después al centro del patio y
les hace aspavientos como saludándolos.
Y
haciendo visera con la mano empieza a avivarlos y a contarlos de cinco
en cinco: ¡Gracia que él tiene para eso! Es su capricho, curiosidad y su
extravío. Le encantan estas parvadas de loros que él los cuenta con
precisión asombrosa.
2. Son
su desvelo
–
Diez, quince... treinta, sesentaicinco... noventa... ciento cinco,
ciento treinta..., ciento noventa y siete loros. –Concluye asombrado.
Y eso lo anota en la pizarra que hay colgada a la pared, junto a la mesa de comer en la cocina, que está al filo del patio.
Mientras,
los loros siguen su curso aleteando estrepitosos, recortando su plumaje
verde con tonalidades amarillas, rojizas y azuladas que resaltan sobre
las nubes blancas. Vienen de las chacras de Quenre a sus dormideros de
Muycán y Chacomas.
Pero,
¿por qué mi padre los cuenta? ¿Acaso solo por el gusto de hacerlo? ¿Por
delirio? ¡No! Es por un detalle sencillo en el cual se trasluce y
transparenta toda el alma de maestro que él tiene.
Lo hace ¡para saber cuántos loros se han incorporado hoy día a la bandada! Porque
esos loros flamantes, niños o adolescentes son los aprendices para
valerse por sí mismos y a enfrentarse a la vida, son su desvelo a partir
de ahora. Por eso pregunta:
3. Acento
y tonada
–
Ayer contamos... ¿cuántos? Aquí anoté con tiza sobre la pizarra. Eran:
ciento ochenta y ocho. Quiere decir que hay nueve loros tiernos,
recientes, pupilos, y que hoy, por primera vez, han salido junto con el
grupo. Esto es: que ya van a aprender, a enfrentarse a los desafíos, y a
luchar por la vida.
– Y eso, ¿cómo lo sabes, papá?
–
Por la diferencia del número de hoy con el de ayer. Si ayer eran tantos
y hoy hay más: ¿cuántos se han incorporado? ¡Mira! Los menores van
atrás en el número exacto a la diferencia con el número de ayer.
– Pero, papá, ¡pasan tantas bandadas de loros! Esta puede ser otra, distinta a la que contaste ayer.
–
Se conoce por el grito, hijo. Cada bandada tiene distinto llamado y
consigna, que se traduce en el chillido, de lo contrario se confundirían
cuando bajan juntas a una sementera.
Y es que mi padre además de maestro también es músico. ¡Y eso le permite reconocer el acento y la tonada!
4. La vida
se abre
Repentinamente
zigzaguea un relámpago furtivo que es respondido después por una
descarga de truenos secos y en cadena que se extienden por el horizonte.
Se escuchan pasos apurados de la gente que transita por la calle y
golpes de puertas y ventanas.
Todo
queda en silencio por breve momento, cuando sentimos a lo lejos y cada
vez más cerca el rumor de gotas en el suelo y luego todo se desploma en
una lluvia que cubre toda la comarca.
– ¡Corramos a recoger el maíz, el lino y las ocas que he puesto a secar en el techo!
Entonces, la vida se esconde y acurruca, puesto que ya pronto el agua zapatea en el suelo.
– ¡Es tempestad! –Dice mamá.
Y
empieza a retumbar el cielo y a correr por el centro de la calle un
cauce barroso para luego hacerse cristalino y que es cuando la vida se
abre y ofrece.
5. Cumbres
y bajíos
Felizmente
de niño pude caminar con los pies descalzos por las acequias que hace
la lluvia en las calles, como lo hacen los niños y niñas sin padres.
A ellos los mayores los compadecen. Sin embargo, pudieron hacerse en base a su esfuerzo hombres de bien.
Felizmente
tuve padres que me permitieron ir como ellos: chapoteando y sintiendo
la tierra y sus tres reinos: el vegetal, el animal y el mineral.
Y el agua lamiendo y borboteando, barrosa. Y después cristalina, rozándonos los tobillos y subiendo a ratos hasta las rodillas.
Así,
felizmente, pude absorber el universo entero, con sus cumbres; como sus
bajíos; las nubes sublimes y los mares ignotos, recogidos en el correr
del torrente de las acequias.
6. Gasas
y tules
Para
luego, cuando escampa, colgamos ilusos desde lo alto de la escalera del
arco iris que se alza desde el manantial más cercano.
Y sube sobre los techos rojos en una redondez perfecta, hecho con un compás celeste.
Y lleno de una luminosidad ingrávida.
Felizmente pude como los niños y niñas sin padres –yo los tengo– arroparme en lo alto del mirador.
Envuelto en la neblina blanca que en copos sube desde las hondonadas, nos envuelve y hasta ahora nos abriga el alma.
De ese modo nos ha sido permitido internarnos en ella, para que hasta ahora de repente ni yo mismo sepa dónde buscarme.
Para poder encontrarme en el misterio de sus gasas y tules desplegados hacia el fondo y hacia lo alto en el firmamento.
7. Todo
cambia
Neblina
que cubre también con su gasa compasiva el borde de las esquinas, las
faldas coloridas de las mujeres, acurrucadas hacia el fondo de las
veredas.
Cubre
los poyos de las cocinas y el verde luminoso de los cerros y confines
que nosotros hemos dejado. Y que están esperando que algún día volvamos
desde lejos a develar su hondo misterio.
Y
cuando siento y pienso en todo ello, sé que la muerte no existe. Quizá
únicamente prevalece el hecho de que todo cambia, de que todo se
transforma y revierte.
En el torrente de esta calle que se precipita al río, y este al mar. Y vuelva a caer en la lluvia que comienza.
En
la mañana era sol radiante por donde pasaron y retornaron las bandadas
de loros. Por la tarde se precipitó la tempestad con el desatarse de
rayos y truenos. Y ahora es noche recogida, apacible y serena.
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