FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
SOFÍA
ES MUCHO MÁS
QUE FILOSOFÍA
Danilo Sánchez Lihón
1.
Tú
le pusiste un lazo y una estela
de luz
a la muerte, Sofía; y la hiciste
casera
como un juguete que -¡claro!-
también
te hacía llorar, temblando de
miedo. Y
hablabas del cáncer primero
poniendo el
adjetivo posesivo "mi", antes
de ese enunciado
terrible; y entonces para ti era
"mi cáncer".
¡Qué manera de poner tu alma:
pura
y afligida, pero grande, a algo
tan extraño y
tremendo, que vino y arrebató
sacándote
para siempre de estos brazos,
del cofre
de ternura donde te habíamos
envuelto, sin
saber qué hacer ante el horror
de perderte.
2.
¡Tanto
hemos implorado la palabra
"¡Dios!"
en este tiempo, y clamaremos
más aún
en el infinito! ¡Nos has hecho
orar tanto,
compungidos en los templos,
mirando fijamente
al altar, esperando respuestas
tan ansiosamente,
que ahora queriendo hablar
callamos,
para saber por dónde andas
o vuelas,
niña amada. Por quien estar
en silencio
se va haciendo ya una rutina,
que incluso
en la línea del teléfono siento
en la voz ronca
y temblorosa sin que pueda
hablar
tu ausencia entre nosotros.
Y, al callar,
saber que estamos llorando.
3.
Tú
querías ya al final que nunca te
olvidemos.
Y te apenaba sobre todo dejar
tantas cosas
hermosas en este mundo: dejar
a tus padres,
a tus hermanos, a la naturaleza
y a tu familia.
Hacer ese salto, ya inevitable,
hacia
la muerte apartada te aterraba.
Por eso,
ahora, viendo el aire fugaz que
se eleva
al infinito desde el horno que se
lleva
tus ojos, tu risa avergonzada y
el temblor
de tus labios al besarnos, será
imposible
olvidarte jamás, niña bendita.
Eso sí
yo te lo juro con toda mi alma
ya que nada
ya es posible contra la muerte.
4.
¡Flor
adorada y sangre de nuestra
sangre!
Tan parecida a tu madre con
el vello
suave extendido a lo largo de
tus brazos.
Con tu risa tan clara que todo
lo solucionaba
como también pudo perdonar.
¡Con
tus bromas en las cartas que
escribiste
a mamá Elvira, en donde nos
hacías reír,
¡pese al dolor tan atroz que ya
sentías! Como
también, a ocultas, nos hacías
a gritos
llorar. La flor que me hiciste es
mi ángel
guardián estas noches donde
el espanto
sopla y aúlla detrás de todas
las puertas.
5.
Sin duda
tu sufrimiento nos da un sentido
inmenso y
hasta tierno para nuestras vidas,
como es
abrirnos un enigma y allanarnos
un camino
oculto, con tus pies descalzos y
tu pollerita de niña.
Con esos ojos tan negros y ese
pelo enmarañado
que la quimioterapia no alcanzó
a destrozar,
porque en puntillas, como algo
que caminara
en secreto por una alfombra para
no despertarte
volvía a crecer tan dulce que al
acariciarte,
mientras soplabas esa máquina
de respiración
artificial–, era como si él recién
acabaras
de nacer en esa hora absoluta
de agonía.
6.
Tu sacrificio
tiene el sentido, ¡de eso estoy
seguro!,
de acercarnos más a lo divino,
de desentrañar
en nuestras vidas un poquito
el misterio
de lo sagrado, empujándonos
a mirar
anonadados, y ver lo que hay
detrás de
aquella puerta, más al fondo
de esa hoja
de vidrio, al otro lado del hoyo.
¡En el revés
del día, la hora y del camino!
Aprisionándonos
en la cárcel perpetua de tener,
ahora y para siempre,
esperanza; esperanza y sólo
esperanza
de encontrarte allí algún día.
7.
Nos acobarda
pensar cuánto habrás sufrido
dejando aquí
tanto abrigo, desvelos y cariño.
Tanto que pienso:
¿si no habrá en ese desorden
de células
las letras en que Dios quiere
que descifremos
un mensaje, un plano secreto,
a fin de navegar
encontrando un puerto para
nuestras vidas?
Un tesoro sin precio es lo que
intento
adivinar, y eso le confío a tu
mamá
cuando vanamente trato de
consolarla.
¿Una manera, digo, de llegar
a un reino
y a una morada de dicha,
acrisolando
y decantando nuestras pobres
vidas?
8.
Es evidente
que hay algo porque al llegar
tu ataúd
a la capilla de tu colegio, en
la calma
profunda del mediodía una
cuculí elevó,
serena, su canto primordial.
¿Qué era
sino un acorde de lo eterno?
E insisto,
en un mundo tan bello y en
una hora
tan profunda, ante el fulgor
de ese canto,
la muerte no puede ser sino
una ventana,
un paso eso sí a desnivel que
se atraviesa.
No puede haber entonces un
reino
de la muerte. ¡No hay algo tan
oscuro y
fenecible! ¡Sería demasiada
gloria para
esa cruel ladrona de niños!
9.
La muerte no
puede ser otra circunstancia
que una bisagra
que se alza, se abre y vence.
Una llave
que gira y cuyos goznes, ¡es
cierto!,
estremecen por ser solemnes
y silenciosos
¡Eso lo entendemos! Y, como
también,
al quedarte sola bajo la cúpula
de la capilla,
he sentido lo atroz de nuestra
soledad
frente a Dios, pues solo eras
tú,
únicamente de pie frente a Él;
a quien
estarás mirando con ésos tus
ojos
vivos y confiados y esa forma
tan rápida
que tenías de razonar, sobre
asuntos
de éste y de otros mundos.
10.
¡Tanto de inmenso
nos enseñaste últimamente y
sin siquiera
hacerlo evidente! Por ejemplo,
a tener
los brazos abiertos, las manos
atentas
para ayudar si cayeras en tu
caminar
tambaleante, tanto que siento
ahora que
en vez de cruzarme de brazos
para admirar
el mundo, ¡los tengo abiertos
para ayudar
y correr a abrazarte si te viera
venir!, y
acoger, reconociendo a todos
como hermanos,
hijos o padres. Nunca antes
había sentido tan
nítido este aviso y tan elevado
su valor.
11.
Tanto teníamos
que aprender; como cuando,
tambaleante,
salías a una plaza o mercado
y decías:
"Aunque la gente me mira yo
por dentro
soy la misma. Nada de mí ha
cambiado.
“¡Soy Sofía!” Ese nombre que
siempre
significará, por ti, mucho más
que "sabiduría".
Aunque también quisiste el de
Elvira.
¡Y así yo te decía!, esos dos
nombres
emblemas en nuestra familia.
De ahí que
tu muerte nos ha herido tanto,
como si hubiese
caído la torre maestra en nuestra
existencia,
aunque para abrirnos ¡eso nos
consuela!
a una verdad trascendente y llena
de prodigio.
12.
¡Y, cómo
evitarlo! Porque antes y después
se desbordaba
en ti la angustia, y llorabas
inconsolable
preguntándonos, a nosotros,
tan débiles:
"¿Por qué tenía que pasarme
a mí?" "¿Qué mal
hice –mamá o papá– para ser
castigada de
este modo?" "¿Dónde y cuándo
fallé?" "¿Por qué tengo
esta muerte, siendo tan niña?
La mamá
no podía hablar. Sólo la tía Rocío
que ahora
mueve su cabeza, la hunde y
ahoga
sobre tu catafalco, te decía: "No
es así, mamita.
Dios nuestro, papaíto lindo, sabe
lo que hace.
Además, tú te vas a sanar para
jugar e ir al colegio
y enamorarte de un chico muy
guapo".
¡Eso te hacía reír, inocente y
bendita de mi alma!
13.
Sin embargo,
es mucho dolor tu partida, para
nosotros tan
débiles. Nos marca atrozmente.
¡Nos divide
lo simple y tranquilo en algo
tan amargo!
Como, por ejemplo tratar de
probar
tartaletas de maíz. O el pastel
de manzana.
O bien las rosquitas de anís,
que rodeabas
con tus brazos para que nadie
no quite.
Con ser tan dulces y suaves se
hacen ácidos
y se atragantan. Todos estamos
destinados
a cumplir un rol, pero el tuyo era
el más sacrificado.
Ha sido así, sin duda, porque tú
eras la más fuerte.
Por eso fuiste elegida. ¡Pero es
tan difícil aceptarlo
desde esta carne, desde estos
huesos y
desde este llanto inconsolable!
14.
Para siempre
en nuestras almas nos dejas
tu risa.
¡También esa manera tímida
de agradecer!
Tú eres ahora lanza y escudo
poderosos.
Porque, habiendo ya navegado
en esa barca,
que es el morir, estás erguida
en la proa.
Cristalina y de pie, amparada
por Dios,
que es tu roca y baluarte, como
nos recitaste
en ese Salmo
que dice: "Recógeme y hazme
descansar
en tu valle de jacintos y azucenas".
Ahora
que escucho el canto de los gallos
al amanecer,
sé, niña mía, que tú eres ese valle
de flores.
Y de estar acongojado me haces
sonreír,
pensando lo linda y valiente que
eres.
15.
Sé
que tú nos tiendes un puente,
y eres
enramada que une y atraviesa.
Y eres,
además, la mensajera. Que no
hay un reino
de la muerte, que sólo hay un
reino de vida,
de luz y de amor imperecederos;
éste que brota
y se derrama tanto porque tú
has abierto
sus compuertas, y nos baña
en un manantial
purísimo de fe y clemencia.
De allí que te vea
risueña y feliz viajando en un
cortejo de luz
por el infinito. Lleno el coro de
ángeles
que portan banderas y coronas.
Donde
yo escucho sus risas y la tuya,
cantarina,
sobresaliendo entre todas ellas.
16.
Tú juegas
ahora en los jardines del cielo
en una ronda
de niños. Hay un sendero azul
que tú
observas con tu rostro calmo y
en sosiego.
¡Y límpidos como nunca son
tus ojos.
¡Y estás linda, coronada de
azahares!
Y hay un sonido de clarines.
Todo
es solemne y, de momento,
se callan
los músicos de los espacios
celestiales.
Hay una gran plaza y en ella
luce un trono.
Todos te miran avanzar a ti
como si tu lo
justificara todo. Y sale un ser
inmenso
de amor y bondad infinitos.
Y se sienta,
mirándote dichoso, a tu lado.
17.
Seguro
que estarás contando allí, con
los querubines a
tu alrededor, lo lindas que son
las flores
que a ti te gustaban tanto. Y
lo candorosas
que son, a veces, las cosas
de la Tierra
Por eso, creo que tú portas
ahora
el portaestandarte, la lanza y
el escudo,
para guiarnos por el camino
verdadero.
Por eso, perdónanos ahora
por llorar,
perdona esta pena tan honda.
Perdónanos
por olvidarnos que nos pediste
expresamente, que
llegado el momento de decirte
adiós,
todos estuviéramos contentos.
18.
Perdónanos
por sentirnos tan confundidos.
Ahora
tan ciegos y torpes con nuestro
amor.
Y vacilantes en nuestros pasos.
Perdónanos
por querer tenerte aquí, entre
nosotros
oyéndote corretear con primos
y hermanos,
entrando y saliendo por aquella
puerta,
Perdona por querer vanamente
atajarte
de ir a ese reino donde ahora
moras,
para desde ahí querer salvarnos;
y por tratar,
vanamente, de hacernos dichosos
siendo tan
inconsolable que hoy día no estés
aquí
sin saber lo inmensa que puede
ser tu ausencia.
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